En el 64º aniversario. – LA REBELIÓN DEL GUETO DE VARSOVIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En estos días rendimos homenaje a una de las grandes gestas de este siglo: la rebelión del gueto de Varsovia.

Sesenta y cuatro años después, también intentamos aprender la lección de aquellos hechos a la luz de los acontecimientos contemporáneos. Quiero dejar en claro una circunstancia para mí importante. Del Holocausto, de la Shoá, se habla mucho. Y está bien que se hable mucho, porque eso es memoria colectiva: no olvidar ni perdonar nunca los crímenes que cometió el nazismo. Pero, del heroísmo judío, de los guerrilleros judíos, de los combatientes judíos que empuñaron las armas en condiciones muy desiguales, se habla poco. Y se conoce poco.

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El 19 de abril de 1943, 27 de Nisán en el calendario hebreo, los escasos sobrevivientes del gueto de Varsovia decidieron levantarse en armas contra el ejército alemán nazi de ocupación. Cuatro años antes, el primero de septiembre de 1939, Hitler había invadido Polonia, iniciando lo que para él y sus compinches era la “solución final” del problema judío.

Los hornos crematorios y los campos de exterminio habían sido levantados en todos los lugares que iban ocupando. Todos habían sido erigidos en la Polonia ocupada. La muerte, la tortura, la desaparición forzada de personas era la trágica realidad de esos días.

En los primeros tres años, salvo excepciones, se produjeron pocos hechos de resistencia activa por parte de los judíos. Por un lado, la arcaica cultura de la pasividad. Los judíos de Europa Oriental –salvo pocas excepciones–, que venían sufriendo siglos de opresión, no estaban acostumbrados a pelear por sus derechos. Y, por el otro, el poderío de los asesinos nazis era abrumador.

El primer chispazo, el que hizo decir basta, el que dio la señal a pesar de la desproporción de fuerzas, fue Varsovia. Era un puñadito de jóvenes, chicos y muchachas veinteañeros, que primero tuvieron que neutralizar a los viejos dirigentes judíos que no querían irritar a los alemanes.

Esos jóvenes crearon la Organización Judía Combatiente (ZOB, de acuerdo a las siglas en idioma polaco). Se estructuraron en forma de guerrilla. Y el objetivo era: si vamos a morir, indefectiblemente a morir, al menos hagámoslo peleando con las armas en la mano. No vayamos como reses al matadero.

La Organización Judía Combatiente (ZOB) reunía en sus filas a los miembros de las juventudes sionistas combativas y/o de izquierda, principalmente “Dror”, “Hashomer Hatzair”, “Gordonia” y “Hanoar Hatzioní”; a los numerosos partidarios del “Bund” (el recordado Partido Socialista Judío), y a un número considerable de integrantes del Partido Comunista. También participaron de la revuelta las dos fracciones del “Poalei Sion”, o sea las dos fracciones del sionismo socialista. Y luego fue creada también la “ZZW”, que respondía a los partidarios de Zeev Jabotinsky nucleados en el “Betar”.

En la calle Milá 18, hoy lugar histórico, se centró la rebelión. En calidad de comandante fue designado un joven de “Hashomer Hatzair” de apenas 24 años, Mordejai Anielevich, que lanzó aquella célebre consigna: “por nuestra y vuestra liberación”. Es decir, que no solo estaban luchando por un fin específico, la liberación judía, sino por la liberación de todos los pueblos.

La desproporción, sin embargo, era abismal. El gueto era un barrio donde habían sido apiñados todos los judíos de Varsovia. Los nazis después levantaron muros y nadie podía entrar o salir de allí sin permiso de los alemanes. Poco a poco los alemanes fueron llevándose a los judíos a los campos de la muerte. Especialmente a Treblinka, que estaba a escasos cien kilómetros de la capital polaca.

Cuando se decidió iniciar la rebelión no tenían armas: solo la voluntad de pelear.

Entonces se desarrolló la tarea hormiga de conseguir, aunque más no fuere, algunos revólveres. ¿Cómo lo hicieron?. Arrastrándose entre las cloacas hacia el otro lado de gueto. Solo consiguieron algunas pocas armas. El resto lo hicieron ellos mismos. Esos desfallecientes jóvenes, hambrientos y débiles, fabricaron cócteles molotov, el arma más eficiente con que contaron para enfrentar a los asesinos.

Y sucedió el milagro. Esos muchachos y muchachas, casi adolescentes, en los primeros tramos de la lucha hicieron retroceder a los genocidas. ¡Los judíos hicieron retroceder a los alemanes! Cundió el entusiasmo y muchos se plegaron al combate. El objetivo ya no era el simple tema de la dignidad, de por sí una cuestión de envergadura. El objetivo pasaba a ser ahora matar la mayor cantidad de nazis posible. Que los asesinos conozcan en carne propia algo de lo que habían sentido sus víctimas.

El primero de mayo de 1943, doce días después de iniciada la rebelión, los combatientes tuvieron incluso tiempo de izar la bandera roja del proletariado y recordar el Día Universal de los Trabajadores.

Quienes nos quieren vender una imagen ritualista del levantamiento, no dicen la verdad, porque la rebelión del gueto de Varsovia fue, esencialmente una rebelión de izquierda. Y no cualquier izquierda, sino la izquierda más combativa, más revolucionaria. La consigna “por nuestra y vuestra liberación” se cumplió con las armas en la mano, luchando contra los genocidas.

El levantamiento del gueto de Varsovia duró alrededor de un mes, lo que asombró al mundo teniendo en cuenta que la feroz maquinaria bélica del Tercer Reich había devorado países enteros, incluso Polonia, en mucho menos tiempo. La rebelión se extendió a otros lugares donde se estaba realizando la tétrica tarea de la matanza masiva de los judíos.

En agosto de 1943, o sea, cuatro meses después, se levantó en armas el gueto de Bialistok, entre cuyos combatientes estaba Jaika Grossman, que más tarde se convertiría en líder de la izquierda israelí. Un mes después, en septiembre de 1943, se rebeló el gueto de Vilna, capital de Lituania, bajo el liderazgo de Itzik Witemberg, del PC.

En ambos guetos, Vilna y Bialistok, células combatientes se abrieron paso hasta los bosques y fundaron unidades guerrilleras. También en los campos de exterminio, en medio del horror de Auschwits y Treblinka se llevaron a cabo acciones de rebeldía. En los años 1942 y 1943, además de los movimientos específicos formados en medio de la opresión total, los judíos también desempeñaron un papel notable en todo el movimiento de guerra de guerrillas que se formó en casi todos los países ocupados por el hitlerismo.

La rebelión del gueto de Varsovia fue prácticamente la primera resistencia armada civil en la Europa ocupada. Los combatientes encabezados por Mordejai Anielevich dieron el ejemplo y aquella sublevación se convirtió en uno de los grandes acontecimientos del siglo XX. Con lenguaje actual podríamos decir que fue una de las grandes luchas de los pueblos oprimidos por su liberación.

No son muchos, sin embargo los que hoy lo consideran así. Los de afuera del pueblo judío, por prejuicios y desinformados, subestiman e ignoran la trascendencia universal de la rebelión del gueto de Varsovia. Y subestiman e ignoran el significado revolucionario de aquella gesta. Por su parte los de adentro, los nuestros, los que pertenecen a aquello que suelo denominar el “judaísmo oficial”, hoy le dan a esa fecha un mero significado lacrimógeno y confesional. Ni una cosa ni la otra. Ni olvido por prejuicio antisemita, como hacen los de afuera, ni la distorsión que efectúan los de adentro.

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La heroica sublevación del gueto de Varsovia se inscribe en el contexto de las grandes gestas populares contemporáneas, quizás una de las más sublimes de la historia. Aquella gesta, aquella epopeya merece que se la caracterice correctamente. Meterla en el oscuro túnel de los rituales es una afrenta, una herejía.

1939-45 fue una de las etapas más sombrías y apocalípticas de la historia de la humanidad que no va a ser fácil olvidar, aunque pasen varias generaciones.

Por eso, a medida que pasa el tiempo, se agranda la épica, la epopeya, la gesta del 19 de abril de 1943, cuando la Organización Judía Combatiente, estructurada sobre el modelo de guerrilla urbana que después fue emulada en otras partes del mundo, dijo “basta”. Basta de crímenes, basta de impunidad, basta de llevarnos como reses al matadero.

“Idn, nekome”: llegó la hora de tomar venganza. “Lomir dem soine opguebn”: vamos a devolverle al enemigo lo que se merece. “Judíos a la lucha por nuestros hermanos asesinados, por la liberación, vamos al combate”.

Cuando se habla de la gesta de Anielevich y demás combatientes aparecen siempre las muletillas y lugares comunes: sabían que iban a morir, pero lucharon por la dignidad judía. Yo mismo, por inercia, lo debo haber dicho más de una vez. Sí, es muy probable que haya sido así, pero estamos mucho más convencidos que los luchadores del gueto de Varsovia y otros guetos no tenían vocación suicida y combatieron por la vida propia, por la vida de sus hermanos, y para matar la mayor cantidad de nazis posible.

También se suele hablar de otro lugar común: queremos justicia, no queremos venganza.

Nosotros, con la mayor cautela y responsabilidad posibles, preferimos inclinarnos por los que opinan que cuando se produce un genocidio como el que sufrieron los judíos en la Segunda Guerra Mundial, la venganza también es justicia. Y los combatientes, en una situación absolutamente límite y sin ninguna otra alternativa, lucharon para vengarse de los verdugos y para hacer justicia.

En El gueto lucha, ese hermoso libro escrito por el comandante Marek Edelman que fuera editado hace unos diez años por AMIA, su autor testimonió de qué modo, cuando se produjo la invasión nazi a Polonia, los dirigentes comunitarios judíos, apenas seis días después, abandonaron a sus hermanos y dejaron a la judeidad de Varsovia acéfala y sin protección. También Edelman nos cuenta de qué modo, antes de comenzar a luchar contra los nazis, la Organización Judía Combatiente se vio obligada a liquidar a los judíos traidores y colaboracionistas.

En la Segunda Guerra Mundial asesinaron a seis millones de judíos. De eso se habla mucho. En la Segunda Guerra Mundial hubo judíos luchadores que enfrentaron y pelearon contra los asesinos. De eso se habla poco.

En el estereotipo, el judío siempre aparece como víctima. Casi nunca se lo muestra como un luchador contra la tiranía. Aquí en la Argentina el prejuicioso o el antisemita siempre esgrimirá la figura nefasta de los banqueros judíos que nos avergüenzan a la mayoría; nunca esgrimirá el martirio de los casi 2000 judíos detenidos-desaparecidos, la mayoría de los cuales luchó por la liberación nacional argentina y los derechos humanos.

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* Periodista. En
www.argenpress.info.

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