En una década habrá en el planeta 2.000 millones de automóviles: ¡Huyamos!
«Estas cifras no incluyen los caminos no asfaltados o las carreteras que no aparecen en los mapas o, simplemente, son ilegales, algo de lo que hay mucho en el planeta», dice el profesor de la Universidad James Cook (Australia), William Laurance. Junto a la economista especializada en infraestructuras, la costarricense Irene Burgués, Laurance ha publicado en la revista Science un artículo sobre la fiebre por las grandes obras, en especial las carreteras, que se ha desatado en los países menos desarrollados. Una fiebre que, sostienen, puede tener serias consecuencias tanto ambientales como económicas y sociales.
El ejemplo más conocido es quizá el de la región amazónica brasileña. A grandes proyectos como las nuevas 500 presas hidroeléctricas proyectadas, se unen los miles de kilómetros de carreteras que están agujerando la selva. En 2014, un trabajo en el que también participó Laurence, estimó que las carreteras legales habían facilitado la aparición de otros 190.000 kilómetros de trazados ilegales. «Encontramos unos tres kilómetros de ilegales por cada km. de carretera legal», afirma. Y eso que las ilegales no aparecen en ninguna base de datos y hay que rastrearlas en las imágenes por satélite.
«En los ecosistemas boscosos o intactos, las nuevas carreteras pueden abrir la caja de Pandora de las actividades incontroladas o ilegales, como los fuegos, la deforestación, la minería ilegal o el furtivismo», recuerda el investigador australiano, miembro de ALERT, una organización de investigadores y expertos medioambientales. «También pueden tener consecuencias negativas tanto económica como socialmente, como la especulación y el robo de tierras, la colonización ilegal, la producción furtiva de drogas y otros problemas asociados con los colonos», añade.
La deforestación es el fenómeno quizá mejor estudiado: casi el 95% de la selva amazónica desaparecida en las últimas décadas lo ha hecho en un radio de 5,5 km de una carretera. En algunos países africanos, cuanto más lejos llega una carretera, más lo hacen los cazadores furtivos que, como en Zimbabue, provocan incendios para hacer salir a sus presas. En el África ecuatorial hay proyectados 33 «corredores para el desarrollo», con un trazado total de 53.000 km que partirán en dos hasta un tercio de la superficie protegida que queda en el continente.Y volviendo a Brasil, una investigación publicada la semana pasada estimaba que casi el 10% de la deforestación está relacionada con las minas: allí donde hay una explotación se intensifica la pérdida forestal hasta 70 km. más allá de la concesión minera.
«Cuando se construye en zonas aisladas una carretera pública o privada para la extracción de minerales o la construcción de hidroeléctricas, tanto el gobierno como los financiadores del proyecto saben y permiten que aparezcan carreteras no planeadas», sostiene Irene Burgués. «Ese es el modelo de desarrollo espontáneo que generara muchísimos problemas sociales y ambientales en zonas de bosque tropical tanto en América como en África», añade la economista costarricense.
Uno de estos problemas es el desplazamiento de las comunidades indígenas que habiten en la región. Buena parte de las nuevas carreteras se construyen para facilitar la conversión de amplias zonas en nuevos campos de cultivo de soja o palma o para el pasto del ganado, productos que, de nuevo, necesitan carreteras para salir a los mercados. Pero al desaparecer los bosques, desaparece el mundo de estas comunidades.