Energía en Latinoamérica: bajando un escalón

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Como cada año desde que comenzamos con estos reportes hay algún detalle que nos interesa llamar la atención. El año del inicio de la pandemia evidentemente hubo un corte en el consumo energético global, en Latinoamérica y el Caribe y podríamos verlo como un paso definitivo hacia un escalón más bajo, tanto en el consumo como en la producción. Recordemos que la producción de energía está a la baja desde hace seis años, al pasar el pico del gas y el carbón, ambos en 2014. El aporte de las nuevas «renovables» (eólica, solar y geotermia) está en expansión pero no alcanza a compensar la menor producción de las fuentes fósiles y ni siquiera la caída de la producción de la principal renovable que es la energía hidroeléctrica.

La información con la que acá trabajamos está desglosada del BP Statistical Review of World Energy (1) que tiene la particularidad de separar Norteamérica por un lado y el resto por otro, por lo tanto hay que ir sumando los datos de México para incluirlos en cada gráfico. México justamente es quien en el último lustro está definiendo que la región venga en declive productivo. Brasil venía siendo el motor que compensaba la caída productiva del resto de países importantes (Argentina, Venezuela y Colombia) pero a nivel de consumo no ha visto casi cambios desde 2013, esto indica que ni la industria ni la población se han visto beneficiadas con ese mayor aumento en la producción.

En 2020 no ha habido caídas espectaculares como en otras regiones pero lo que se nota claramente es el bajón de los pocos recursos que se exportan, el más notorio es el carbón, tanto el colombiano que es el principal productor como el mexicano que cayó por debajo de la mitad del 2019 y, siguiendo con su colapso, la producción venezolana de petróleo ya pasó a ser la quinta a nivel regional (luego de Brasil, México, Colombia y Argentina) y mientras el bloqueo continúe no se percibe un cambio en las posibilidades de algún resurgimiento.

Por supuesto que estos datos, que generan gran incertidumbre para el sistema socioeconómico que habitamos, es siempre una buena noticia para el ambiente. Las emisiones de CO2 han caído a un nivel inesperado sólo un año antes pero no muy diferente a la caída que tuvo durante el año posterior a la crisis del 2008.

Vamos con los gráficos que es la única manera de captar el panorama histórico con sus particularidades.

Petróleo sin turismo y sin compradores

La producción de petróleo viene en caída exacerbada por las dificultades políticas de Venezuela más aún que por las dificultades geológicas, sin embargo es bueno recordar dos cosas del caso venezolano, el pico de producción fue uno de los primeros de la OPEP, en 1998, su caída de veintitrés años sólo tenía algo de optimismo con la posibilidad de sacar petróleo ultrapesado de la reserva más importante del mundo que está en la cuenca del Orinoco.

Pero las dificultades para extraer este petróleo mezclado con arena necesita demasiadas condiciones favorables que son todo lo contrario al contexto político que se fue dando luego de la muerte de Chávez, al mismo tiempo que el valor no se recompone a niveles que permiten desarrollar esta costosa industria de los bituminosos. La cuestión del bloqueo es central, de hecho los datos oficiales muy probablemente sean inexactos, algunas empresas han sido denunciadas por vender petróleo venezolano etiquetado como malayo, los niveles fueron bajos en 2020 pero para mayo de 2021 se calculaba en 324 mil barriles diarios.

En México, el cierre definitivo de Cantarell no encontró sucesor de peso, sigue habiendo expectativas tanto en el Golfo con mediante el fracking pero la realidad es que, mientras se desarrollan esos costosos emprendimientos, la caída de los pozos principales sigue a un ritmo invariable, cada cinco años desde 2005 viene perdiendo medio millón de barriles diarios (de 3,8 mb/d en 2004 pasó a 1,9 mb/d en 2020).

Con este panorama alentador desde el punto de vista de la descarbonización global, es importante entender que el petróleo sigue siendo la fuente energética más importante del mix del continente, con más del 45%… La caída en la producción de petróleo arrastra hacia abajo a todo el sistema productivo de la región, con sus implicancias económicas que se repercuten en la población.

El frenazo en el turismo o en los traslados laborales puede ser una muestra de lo que se espera en esta (ya no tan) nueva normalidad de declive energético permanente.

En la gráfica pueden advertir como los niveles de consumo de países como México o Venezuela fueron más bajos que en cualquier momento de los últimos veinticinco años.

El gas se está agotado

Cuando hablamos de gas hay dos pequeñas economías que se ponen a la altura de los grandes: Bolivia y Trinidad y Tobago.

Bolivia pasó de ser el país con más crecimiento económico sostenido a toparse con un golpe de estado justo antes del frenazo de la pandemia. Una población que venía ganando en confort gracias a que gran parte de la producción energética se había reconducido hacia sus habitantes, se encuentra rápidamente con un gobierno ilegítimo y con objetivos opuestos a los intereses mayoritarios.

El experimento no duró mucho y cayó por su propio peso, pero lo que nos interesa es rastrear las causas materiales de la debacle de Evo Morales en el referéndum (que fue la excusa final para el golpe). Aquí podemos observar que la producción gasífera boliviana ya había tocado techo en 2014 con una caída ya evidente desde 2018. El combo de menor producción y precios bajos de su recurso estrella hacía imposible mantener la estrategia de desarrollo de la primer década de gobierno. Las dificultades para el nuevo gobierno democrático seguirán más allá del apoyo popular.

Trinidad y Tobago, por su parte, llegó a su pico en 2010 y mantuvo una producción declinante y muy atada a los vaivenes del precio de exportación del gas. La pandemia dejó al descubierto lo vulnerable de la economía del archipiélago. En 2020 su producción cayó un cuarto de lo que se producía diez años antes (de 40 a 30 millones de m3) cuando en 2019 se producían cerca de 35 millones de m3.

Sin embargo el amperaje de la región lo siguen moviendo los grandes, Venezuela y México registraron las caídas más notorias mientras que Argentina trata de mantenerse estable con Vaca Muerta pero su logros siguen siendo ínfimos a escala regional y su producción nunca volvió a los niveles que tuvo entre 2004 y 2008.

La caída en el consumo que llama más la atención, como en casi todas las gráficas sigue siendo la venezolana. Su producción gasífera estaba destinada casi de lleno a las necesidades de la industria del petróleo y, al caer la producción del líquido negro, el consumo de gas cae con él de la mano. Las caídas en el consumo fueron parejas en el resto de países pero es especialmente notoria en Brasil que es dependiente de Bolivia para cubrir un tercio de la demanda interna.

¿Cerrando la era del carbón? 

Latinoamérica se caracteriza por su escasa producción y consumo de esta fuente que supo disputarle hasta hace no demasiado tiempo la primacía al petróleo como fuente principal de energía a nivel global.

En la producción se destaca el frenazo dado en México y Colombia. En México descendió más del 50%, sin embargo el gobierno de López Obrador busca reactivar esta industria languideciente que viene en caída desde 2011. En Colombia, que es el principal productor, la situación es distinta, la caída se retrotrae a niveles de hace dos décadas pero puede volver a reactivarse. Colombia produce el carbón más preciado a nivel global por ser de los más «limpios», sin embargo la demanda de carbón de los mayores importadores cayó estrepitosamente en 2020 (21% en Norteamérica, 16% en Europa y 6% en la India) y también los precios hacen poco atractivo salir a vender un mineral que puede quedarse esperando bajo tierra.

La demanda interna de carbón sigue pareja en la región, declinando levemente a medida que se buscan alternativas «renovables», sin embargo en 2020 la demanda interna de México mostró los efectos del frenazo industrial interno y de su vecino del norte. En menor medida se sintió en Brasil, Chile o el Caribe que son los grandes consumidores del mineral negro.

Renovando la visión de las renovables

Así como México mostró una caída en la producción y consumo de carbón, fue el país con el mayor aumento en la generación y consumo proveniente de la renovable más importante, la energía hidroeléctrica (un 13,4%), algo similar se vio en los países de Centroamérica y el Caribe, mientras que en Sudamérica cayó un 6%, pero como Brasil por sí sólo consume 2/3 de toda la energía hidroeléctrica de la región, podemos entender el descenso en el gráfico que arrastra al combo de renovables hacia abajo. Las demás fuentes siguen experimentando un crecimiento mientras que para la energía nuclear sigue habiendo proyectos pero con alto rechazo de las poblaciones sobre todo cuando se anuncia el lugar dónde se ubicarían.

En Energía solar se destaca el aumento de generación en Argentina y México con un 60% más que el año anterior, sacándole ahora México gran diferencia a Brasil como líder en la producción de energía fotovoltaica, aunque en relación a su consumo, Chile es el que sigue estando al frente. En generación eólica también es Argentina el país que más creció en 2020 con un 89% de aumento aunque su producción es escasa en relación a Brasil o Uruguay.

Sin embargo vemos que casi toda la demanda de electricidad se sigue saciando con termoeléctricas a gas en México y Argentina e hidroeléctricas en la mayoría del resto de países. Las nuevas fuentes dependientes de desarrollos tecnológicos más complejos están abriendo una abanico de debates, por un lado permiten la descentralización de la generación eléctrica pero, por otro lado, traen mayor dependencia de empresas extranjeras que la generación de hidroeléctricas o los recursos fósiles de los cuales se tienen mayor control estatal.

Energía como base de la economía y de la situación política

La caída en la producción energética en nuestra región trajo consigo problemas económicos para casi todos los países. La región ya no es una exportadora neta de energía sino que gracias a experimentar un gran crecimiento a lo largo del siglo los niveles de consumo se dispararon y esa línea amarilla del gráfico superó a una producción que, aún antes de la pandemia, se encontraba a niveles altos en términos históricos.

Ahora, esa caída en la producción lleva inevitablemente una imposibilidad de disponer de energía propia para todo el sistema, lo que vuelve más frágil a cada uno de sus sistemas políticos que aún son parte de un modelo económico que sólo se sostiene con el crecimiento perpetuo. Los gobiernos ya no pueden endeudarse y dar por sentado que el siguiente ciclo les será suficientemente favorable para desarrollar sus industrias y pagar las deudas. El resultado, por ahora es que las poblaciones buscan salidas por el voto favoreciendo a los partidos opositores o bien estallan en grandes movilizaciones.

Estos dos últimos gráficos sirven para entender cómo viene cada país (o subregión) en lo que es el espejo de sus capacidades productivas. Sin embargo el efecto pandemia cuyo fin es incierto no sólo no se puede tratar como un paréntesis sino que más bien debe mirarse como una renovación en el pensamiento político y económico, desglobalizarse, repensar los traslados personales de larga distancia, renovar el uso de internet para las necesidades laborales urbanas y repensar el rol primordial de la salud pública y la producción de alimentos.

Un interesante trabajo reciente puede dar cuenta de nuevos debates en torno a la «pobreza energética», el segundo número de la revista Energía y equidad, titulada «Energía ¿para quiénes?» nos muestra un panorama en el cual aparecen los hogares de bajos recursos que dependen de carbón vegetal y deshechos (más del 40% de hogares en Honduras, Nicaragua, Haití y Guatemala) o leña húmeda muy contaminante (el caso del sur de Chile), cortes eléctricos como problema habitual en muchas ciudades del Caribe mientras que en Centroamérica países como Guatemala o Nicaragua aún tienen un 15% de la población sin acceso a electricidad y algo parecido puede verse en los asentamientos rurales de Perú o Bolivia.

Por último destacamos cada año el declive en las emisiones del principal gas de efecto invernadero, si bien la gráfica no tiene en cuenta los incendios forestales y otras emisiones relacionadas con la agricultura, es importante estar conscientes de cómo van de la mano el consumo energético fósil con el dióxido de carbono emitido por el sistema. La pandemia permitió a los sectores más pudientes a tener un panorama de cómo es vivir una vida energéticamente más austera pero también la caída inevitable de emisiones puede hacer que nuestros gobiernos se desentiendan de proyectos estratégicos que vayan en ese sentido y sigan buscando producir todo el carbón, gas y petróleo que tengan a mano ya que sus números son suficientes para hacer buena letra ante los pactos climáticos.

Referencias

  1. Statistical Review of World Energy 2021: https://www.bp.com/en/global/corporate/energy-economics/statistical-review-of-world-energy.html

2. Revista Energía y Equidad N°2: Energía ¿para quiénes?  (2021) VV.AA. http://www.energiayequidad.com/PDF/1.Revistas/E_y_E_2021-N2_Energias_para_quienes.pdf

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