Enfermedades políticas en Chile

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Wilson Tapia Villalobos*

Tal como ocurre con la mayoría de las patologías humanas, las enfermedades políticas también anidan en la mente. Pero mientras las primeras tienen un origen intrauterino, en la más lejana niñez o provienen de abusos y traumas varios, las segundas se cuecen en otro caldo.

Todas se relacionan con una desbocada autovaloración, con incapacidad de autocrítica, el desborde de la soberbia, la gula de la vanidad, el irrefrenable apetito de venganza o la corrosión que provoca el poder.

Otra diferencia. A menudo la dolencia psicosomática puede llegar hasta a terminar con la vida de quien la padece. Las enfermedades políticas, en cambio, matan el alma de los pueblos.

Chilenos aquejados de males políticos hay muchos. Tantos, que podría pensarse que estamos siendo diezmados por una pandemia en época electoral. Aunque sería injusto decir que esa es la causa de estos males. Hay manifestaciones que vienen con el enfermo.

Por ejemplo, la enfermedad del canciller Alejandro Foxley. Tiene que estar muy enfermo para dictarle normas a un gobernante extranjero. La enfermedad de Foxley es grave, porque se trata del encargado de las relaciones exteriores. Si no lo fuera sería una desatinado nomás. Pero como decía un amigo huaso: “A veces no es culpa del chancho, sino del que le da el afrecho”.

Todos conocemos al ministro. Tiene una mirada convexa, que se orienta hacia el Norte y llega directamente a los Estados Unidos. Y cuando mueve se augusta cabeza y la dirige hacia el Este, salta la cordillera y el Atlántico, yendo a aterrizar en la mera Europa, occidental, por cierto. Si de pronto lo ataca un rapto de pragmatismo, se vuelve hacia el Oeste y sobrepasa Pacífico para llegar directamente al lejano Oriente, a Japón y, con reticencias que sólo vence su realismo económico, a China, a Corea del Sur.

América Latina la tiene sólo como referente para evitar sus males.
Por eso, nombrarlo canciller en un país de esta parte del mundo fue un desatino. Y esa cuenta debe pagarla quien es responsable de las relaciones con los países del mundo, la presidenta de la República. Doña Michelle también padece una de estas enfermedades políticas. A veces le viene con más fuerza.

Hay muchos otros enfermos. Como Sebastián Piñera. Va al Encuentro Nacional de la Empresa (ENADE) 2008. Aprovecha la oportunidad para mostrar su programa de gobierno. Él no dice que es eso, pero al día siguiente todos los medios hablan de sus postulados. Es un acontecimiento. Y, además, el inefable senador Andrés Allamand aparece con cara enojada -otro enfermo- y se maravilla de las cosas que dijo su socio en ENADE.

Uno, que no es especialista en enfermedades políticas, empieza a revisar tales dichos. Y se encuentra con promesas de tratar de mejorar la educación. De ponerle coto al Transantiago. De enfrentar con mano dura a la delincuencia. De modernizar el Estado. El senador Allamand se permite decir hasta que, cual Obama –la verbalización es mía, la idea de Andrés– Piñera encarna el cambio que Chile necesita. Que yo me pegunte dónde está la propuesta, dónde el programa, vale la nada misma. En medio de tanto enfermo, hasta lo pueden confundir a uno.

En esta peligrosa epidemia, pocos se salvan. El ex presidente Ricardo Lagos sigue con su comic El Regreso. Cada vez pone nuevas condiciones. Exigencias que nadie está en condiciones de cumplir. Y pareciera que lo dice en serio. Es la enfermedad en uno de sus grados más severos. Y el virus que la propaga, antiguo. Similar al que afectó a Luis XIV.

El presidente del Partido por la Democracia (PPD), Pepe Auth, le dice a todo que sí. Da la impresión que habla en serio. Y hay gente que no se da cuenta de lo enfermo que está el hombre.

José Migue Insulza, personaje inteligente, también se ha contagiado. Entre la luiscatorcitis y el virus izquierdista del ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle, el Secretario General de la Organización de Estados Americanos no tenía cómo salir inmune. Y anda por ahí deambulando. Dice que no puede ser candidato mientras Lagos no se decida. Pero afirma que tampoco puede perder la pega en Wáshington. Enfermo de cuidado.

En medio de toda esta peste, la Unión Demócrata Independiente quiere que rompamos relaciones con el Perú. El síndrome que afecta al senador Juan Antonio Coloma, presidente del partido derechista, es un de los más peligrosos. Se parece al delirium tremens. Y como es muy contagioso, seguro que el resto de la colectividad está igual de enferma.

Como las enfermedades políticas son de amplio espectro, nadie sabe por donde atacan. De repente aparecen cepas de virus desconocidos. A menudo, por no tener idea de qué se trata, los especialistas las llaman populistas. Y esa es la nueva amenaza. Pareciera que el portador de la nueva enfermedad es un millonario empresario chileno, de 40 años, tres hijos, casado con una heredera norteamericana. Leonardo Farkas lo único que ha hecho hasta ahora es regalar plata y celebrar su cumpleaños como si fuera un jeque.

Seguro que se trata de un enfermo, y populista, además. ¿Dónde se ha visto que la gente regale plata? Piñera ya lo descalificó por farandulero. Los empresarios chilenos, todos muy circunspectos, conservadores y avaros, lo desprecian por botarate.

Él afirma que lo único que quiere es exportar diez millones de toneladas de hierro –su negocio– darle trabajo a diez mil chilenos y regresar a los Estados Unidos, “porque no es la hermana Teresa”. Pero ya hay quienes lo quieren en La Moneda. Todos enfermos.


* Periodista.

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