¿Escuelas inclusivas en sociedades excluyentes?
Ana María Elía.*
“La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita. La pregunta es qué hacer con las emociones que han despertado, con el saber que se ha comunicado. Si sentimos que no hay nada que nosotros podamos hacer –pero ¿quién es ese ‘nosotros’?– y nada que ellos puedan hacer tampoco –y ¿quiénes son ‘ellos’?– entonces comenzamos a sentirnos aburridos, cínicos y apáticos", escribió Susan Sontag. Ante el dolor de los demás (Alfaguara 2003).
Y “Si Juanito Laguna sube y se queda es, tal vez, porque puede, puede que pueda”, dijo Hamlet Lima Quintana.
Decir que la escuela está abierta a la diversidad resulta una obviedad, por naturaleza ella es lugar de encuentro de extraños, en tanto diversos. Entonces, ¿por qué la necesidad de enfatizar, desde las políticas educativas en que el paradigma de la institución escolar en los escenarios de estos tiempos deben ser el de la inclusión?, ¿es que la escuela, por lo menos la pública, no “incluye”?
Responder a estos interrogantes supone detenerse para aclarar algunos asuntos conceptuales que concurren a desanudar tramas que a veces, entorpecen la mirada y, en consecuencia, la comprensión. En ese sentido conviene dejar sentada la diferencia que existe entre una escuela abierta a la diversidad, a la que ya se aludió, y una escuela en y para la diversidad.
Ésta última será una institución que acepte y respete lo diverso (no caer en la tentación de cambiar aceptación por tolerancia), y lo que va mucho más allá, haga de la diversidad una fortaleza, que no sólo garantice el acceso de todos, sino la permanencia exitosa y la promoción. Esto que visto así, o mejor dicho leído así, parece cuestión de decisión y tarea sencilla, no debe de serlo, de lo contrario, y esto siguiendo una línea de pensamiento que no atiende a lógicas nada complicadas, no se plantearía como demanda sino que devendría por naturaleza.
Tal vez no lo sea porque nuestras aulas están pobladas hoy por una infancia plural, ya no protegida en muchos casos por padres e instituciones, sino conformada por chicos que habitan a su manera el mundo que los rodea, “gestionando sus propios riesgos”, que constituyen su ciudadanía , sintiéndose como sujetos de la solidaridad de los que provienen de otros sectores, cuya ciudadanía se gesta en cánones de derechos resguardados, y con los que comparten el espacio de la clase, sobre todo en lugares en los que las escuelas privadas todavía no son alternativa para que las élites se encierren y se ”protejan”.
De ahí la necesidad de plantear la inclusión, porque ella implica una cuestión de justicia curricular, que no sólo asegure la construcción de un núcleo de aprendizajes prioritarios comunes a todos los alumnos del país, sino que exprese como contenidos las problemáticas que los atraviesan, en especial a los más vulnerables, en franca oposición a un curirculum hegemónico que atiende al interés de unos pocos, y, que , además ponga en acto la confianza, la responsabilidad y el afecto.
La confianza como gesto de apuesta a la educabilidad de todos, la responsabilidad como respuesta a la interpelación del otro, a partir de la conciencia plena de que enseñar es un asunto moral, el afecto como la posibilidad de que todo encuentro nos “afecte”. Asegurarse de que eso ocurra convertiría a la escuela en el espacio de lo justo, en la que los saberes circulantes no sólo obedecieran a la legitimación social, fueran expuestos y criticables, por lo tanto públicos, sino que fueran emancipadores de todo obstáculo que atente contra la igualdad. Se está sosteniendo aquí la utopía de una escuela en la que se sociabilice el deseo de aprender, y se ejerza el poder de enseñar, organizada en torno de la justicia curricular “justicia que lleva el nombre de reconocer que hay otro del cual me tengo que hacer cargo.”
Ahora bien, sabido es que la escuela es una parcela de la sociedad organizada que nació para satisfacer una necesidad de la misma, por lo tanto por mandato fundante y por destino nunca puede ser considerada o pensada sin considerar o pensar su entorno, me refiero a un tiempo histórico y a un espacio determinado Extraña paradoja, la demanda de una escuela en y para la diversidad, que incluya sin excepciones, enclavada en el seno de la sociedad actual, incapaz de consensos, en la que, lejos del respeto y la aceptación de lo diverso todo es cuestión de cara o ceca, en la que se esgrimen argumentos falaces o se tejen alianzas torpes para combatir ideas demonizadas por el sólo hecho de pertenecer al “otro”, en la que la pugna de poderes y los intereses de los grupos generan exclusión y dan por tierra con todo atisbo de solidaridad verdadera, no la pensada como eufemismo de prácticas asistenciales llevadas a cabo por quienes se arrogan el tener como un derecho inalienable, que de ésas algunas muestras hay.
Entonces: ¿Cómo hacen para apropiarse del conocimiento emancipador promotor de la igualdad los chicos del campo que interrumpen la asistencia a clase porque sus padres cobran por productividad y entonces sus manos se necesitan, más de una vez para ayudar a que ella no disminuya? ¿Cómo, si cuando llueve no tienen en qué ir ni por dónde pasar? ¿Cómo, los que saben de padres resignados que canjean silencio por dos pesos?
A veces abrigo la esperanza de que mirando o pensando a esos niños y niñas, sintamos vergüenza, (de la propia) aunque sea inconfesa, pero no por eso menos urticante, porque de esa manera estaríamos en camino a hacernos cargo de que lo que ocurre en los espacios públicos es responsabilidad del Estado y la sociedad civil, nosotros, después de todo la confluencia de ambos es una de sus notas características, y lo que es más importante, estaríamos en vías de humanización social.
Y me fortalece otra, esperanza, digo, y es que el movimiento sea en contrario, que haya una escuela en la que se abandonen nostálgicos e inútiles anclajes en el pasado y en la que la interculturalidad y la multiplicidad de ideas en convivencia inteligente y respetuosa puedan provocar cambios en sus alrededores.
* Docente, ex directora de escuela.
En Los Buenos Vecinos.