Estación Memoria del Teatro del Silencio: Representación en los territorios de la tragedia chilena

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La representación de un espacio doloroso en la memoria, a veces de solo un fragmento de ella, nos provoca el desvío, en otras ocasiones el trauma, la negación de la atroz realidad. Cuando hablamos y recordamos el drama chileno ocurrido hace 50 años parece que las palabras, por tan repetidas y revertidas, han quedado vaciadas en este túnel temporal que ha padecido la historia chilena. Tal vez por este vaciamiento de un verdadero relato histórico, que llevó la tragedia a su liviandad política, solo las palabras vocalizadas por un poeta permiten sentir el peso de la realidad reconstruida en esta representación.

Escuchamos el relato insondable de las atrocidades del golpe con la declamación, que es una letanía, del poeta Raúl Zurita desde el centro de la Plaza de Renca en Santiago durante la suspensión del tiempo en el centro de la vertiginosa y muy intensa Estación Memoria, la obra tal vez más política del parisino Teatro del Silencio. Un espectáculo, que, en este caso, en este tiempo y en este lugar, rompe esta condición porque también cruza el límite entre la representación y lo representado. Lo que está sucediendo en la Plaza de Renca, una comuna en los márgenes de la ciudad es una sucesión de eventos no cerrados. El drama que ocurrió hace 50 años no solo se está exhibiendo en la plaza sino tiene también continuidad fuera de ella. Esta es un poco la desventura chilena que tras 50 años y varias generaciones sigue presente.

Mauricio Celedón, el director del Teatro del Silencio nacido en Santiago que vive hace casi 50 años en Francia, basó Estación Memoria en Canto a su amor desaparecido, el doloroso poemario que Zurita publicó en 1985. Sobre este núcleo se estructura la obra cuya secuencia y tal como la vida misma salta los bordes de la dictadura y se extiende hasta el presente. Una transición temporal, o también una serie de espacios colectivos que movilizan y modelan nuestra dispareja y discontinua historia.

Estación Memoria se inicia con el discurso inaugural de Salvador Allende y termina en una Plaza Baquedano bajo el fuego, con una constitución chamuscada y el fantasma de Jaime Guzmán entre las muchedumbres polvorientas. Un espacio histórico abierto y disputado cuya representación no tiene ni bordes ni cierres. Es esta la tremenda intensidad de esta obra.

La obra comienza en un universo de arpillera, explica Mauricio. “Las casi 80 personas en el primer cuadro bailan la canción de la Unidad Popular con la arpillera tan chilena elaborada por Casa de la Mujer de Huamachuco, de Renca. Ese baile, esa representación plástica, se mezcla más adelante con el árbol de Pascua, que es la mediagua, la casa propia. Una casa que después y de forma terrible se convierte en un barco, el barco Maipo, el barco Esmeralda como centro de tortura”.

Y sigue: “En el trabajo de la tortura fue muy interesante el encuentro con un grupo de acróbatas. Un grupo de actores y actrices y acróbatas que tenían una obra de teatro. Yo la vi, vi sus números interesantes, aéreos, colgados de la cabeza, girando en el cubo. Eso coincidió con mis visiones y derivó en escenas de tortura, desapariciones y los vuelos de exterminio de los helicópteros. Eso tan atroz y repugnante como meter a los asesinados en bolsas y tirarlos al mar pudimos de cierta manera poetizarlo y representarlo. Crudeza pero poesía sin duda”.

El teatro de Mauricio Celedón viene del mimo, del circo, de la danza, la música y las comunidades. Desde hace varios meses el equipo franco chileno del director se instaló en Renca para montar un trabajo colectivo con los vecinos de la comuna. Jóvenes, muchos jóvenes, pero también niños, trabajadoras y trabajadores, personas mayores, lograron poner en escena un espectáculo de nivel mundial.

La obra trasciende la escena. El público, que es también la comunidad, representa su propia historia. Estamos allí también, bajo el polvo suspendido y podemos oler el fuego y los combustibles y porque todos compartimos una historia; esa épica la conocemos porque es nuestra. Es un presente que tiene su pasado enganchado, pero también atascado en 1973.

El año pasado hubo 51 personas de la tercera edad y hoy hay 20, comenta Mauricio Celedón. “Esto puede ser por dos cosas. Que en Estación Memoria estuve más lejos del centro de Renca y las zonas más residenciales que en la obra anterior. Esto pudo haber influido en la menor participación. Pero también siento que el tema es más profundo y complejo. Ellos vivieron el 11 de septiembre de 1973. Veo que hay algo que se arrastra en Chile respecto a esta fecha. Es una verdad no clara, dudosa, llena de pudor. Pudor de hablar de eso. Es un país que tiene mucho pudor de hablar sobre su pasado. Hay tantos pudores que llevamos en el alma que son terribles. Eso es parte de nuestra intimidad, una especie de engaño para no contar la verdad”.

Hice preguntas íntimas y difíciles, relata. “Les pregunté quién eras tú, qué hacías el 11 de septiembre. Esto no lo veo como un asunto político, sino como parte de una sociedad que tiene problemas de reconocerse, de decir qué es, quienes son. Vi muchas cosas en esos primeros encuentros. Muchas preguntas, testimonios. Ellos mismos notaron que yo preguntaba cosas muy íntimas. Fue una etapa artística muy interesante en la que hubo incluso confesiones muy duras”.

La Estación Memoria es una conmoción que arrastra y devuelve la historia. Es un movimiento articulado y permanente, como una marea, que empuja, inquieta, que nos reconoce, nos acerca y también nos confunde. Desde esa catástrofe de la memoria hasta la desorientación y el desfallecimiento. Un trazado colectivo reproducido y remarcado con ritmos que insisten, que se suceden y nos catapultan. Como las frenéticas, enloquecidas y enceguecidas estampidas de los grupos sobre la plaza, de los cuerpos suspendidos en el aire, torturados, elevados y desvanecidos. Desaparecidos.

Canto a mi amor desaparecido es el duelo escrito desde el centro de un corredor de dolor. Es un canto coral a la pérdida, son múltiples voces y testimonios de los desaparecidos. Es el eco de esas voces en los galpones herrumbrosos, en la pestilencia de los cuarteles, es la voz a punto de cerrarse atorada por la tierra del desierto. Es esa la voz visualizada, árida y pesada, tan gastada.

Si hay un final, este ha quedado abierto, pero no más que la confusa y contradictoria política chilena. Mauricio estuvo en Santiago durante el estallido social en un edificio en Portugal con la Alameda, en el núcleo de la revuelta. Vio cómo se juntó un millón de personas para protestar contra el modelo neoliberal de las elites políticas. Tres años más tarde la mayoría de la población, y tal vez muchos de aquellos jóvenes, rechazaba de manera definitiva la pequeña abertura a las transformaciones.

 

*Fotos de Rodrigo Orozco Arriegada

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