Estados Unidos debería seguir el ejemplo de África del Norte y acabar con los dictadores gran-empresariales

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Ralph Nader.*

Los 18 días de protestas no violentas de los egipcios plantean la cuestión de si la próxima se dará en Estados Unidos. Si Thomas Jefferson y Thomas Paine estuvieran aquí, seguramente dirían: "¿a qué estamos esperando?" Estarían consternados por la concentración de poder político y económico en tan pocas manos. Recordemos cuán frecuentemente estos dos hombres alertaron contra la concentración de poder.

Nuestra Declaración de Independencia (1776) enumeraba las quejas contra el rey Jorge III. Gran parte de ellas podrían haberse dirigido contra el rey George W. Bush, que no solamente eliminó la autoridad decisoria del Congreso, en materia de guerras, según la Constitución,  sino que por medio de mentiras sumergió al país en varias guerras ilegales que llevó a cabo violando las leyes internacionales.

Incluso letrados conservadores como los republicanos Bruce Fein y el ex juez Andrew Napolitano creen que tanto él como Dick Cheney deberían ser enjuiciados por crímenes de guerra y otros delitos relacionados. El conservador Colegio de Abogados envió a George W. Bush en 2005-2006 tres informes que documentaban claramente sus violaciones de la Constitución que había jurado defender.

En nuestro país, el sistema político es una dictadura bipartidista cuyas manipulatorias falsificaciones convierten a la mayoría de distritos electorales en feudos de un partido único. Los dos partidos impiden a terceros partidos y a candidatos independientes competir en igualdad de condiciones en las elecciones y en los debates. Otra barrera a unas elecciones democráticas y competitivas es el gran capital, principalmente comercial en origen, que empapa de cobardía y sinecuras a la mayoría de los políticos.

Nuestros poderes legislativos y ejecutivos, a nivel federal y estatal, pueden muy bien llamarse regímenes corporativos. Cuando el gobierno es controlado por el poder económico privado se trata de corporativismo. El presidente Franklin Delano Roosevelt, en un mensaje formal al Congreso en 1938, denominó "fascismo" a esta tenaza.

El corporativismo cierra las puertas a la población y ofrece la generosidad gubernamental, pagada por los contribuyentes, a las insaciables corporaciones.

Notemos que década tras década, los rescates, subsidios, donaciones, prebendas y exenciones fiscales para los grandes negocios van in crescendo.  La palabra "trillones" se utiliza cada vez más, por ejemplo en la magnitud del rescate por Washington de los estafadores y especuladores de Wall Street, que saquearon las pensiones y los ahorros de la gente.

Pero no parece que estas gigantescas compañías demuestren gratitud ninguna hacia la gente que los salva una y otra vez. Por el contrario, las compañías se apresuran a abandonar el país en el cual se establecieron  y prosperaron. Estas corporaciones, que fueron construidas con el esfuerzo de los trabajadores están enviando millones de empleos e industrias enteras al exterior, a regímenes extranjeros represivos como China.

Más del 70 por ciento de los estadounidenses dijeron en una encuesta llevada a cabo por Business Week en Septiembre del 2000 que las corporaciones tenían "demasiado control sobre sus vidas".  En la última década, con la ola de corrupción y de crimen corporativo, la cosa ha ido a peor.

Wal-Mart importa más de 20.000 millones de dólares al año en productos fabricados en régimen de explotación en los talleres de China. Aproximadamente un millón de trabajadores de Wal-Mart ganan menos de (dólares) 10,50 por hora antes de impuestos  —muchos de ellos están en los 8$ por hora—. Mientras que los altos directivos de Wal-Mart ganan alrededor de (dólares) 11.000 por hora, más beneficios y gratificaciones.

Este escenario se ha metastizado a través de la economía. Uno de cada tres trabajadores estadounidenses tiene el mismo nivel de salarios de Wal-Mart. Cincuenta millones de personas no tienen seguro médico y cada año mueren unas 45.000 porque no pueden permitirse un diagnóstico o un tratamiento.

La pobreza infantil está subiendo a medida que bajan los ingresos familiares. El desempleo y el subempleo están cerca del 20%. El salario federal mínimo, ajustado según la inflación desde 1968, debería ser de 10 dólares por hora, pero es de 7.25.

Sin embargo la riqueza financiera del uno por ciento de los americanos más ricos equivale a la del 95% de la población no rica. Los beneficios empresariales y las gratificaciones a los jefes corporativos están a niveles récord. Al mismo tiempo, las compañías, excepto las financieras, se sitúan en los dos billones de dólares en "cash".

El 7 de febrero, el presidente Obama nos mostró dónde reside el poder al andar por LaFayette Park desde la Casa Blanca hasta la sede de la Cámara de Comercio de los EEUU. Ante una amplia audiencia de altos ejecutivos, abogó para que invirtieran más en empleos en el país. Imagínense a altos ejecutivos de megacompañías mimadas, privilegiadas, frecuentemente subvencionadas y con problemas legales, allí sentados mientras el presidente les rindió pleitesía.

En los años noventas, con Bill Clinton, los "lobbies" granempresariales apretaron las tuercas a nuestro país haciendo pasar en el Congreso los acuerdos NAFTA y OMC (Organización Mundial del Comercio), que subordinaron nuestra soberanía y sujetaron a los trabajadores al gobierno global de las corporaciones empresariales.

Todo eso viene a agregarse al creciente sentimiento de impotencia experimentado por la ciudadanía. Cada año ocurren cientos de miles de muertes que habrían podido ser prevenidas y otras muchas más desgracias en los puestos de trabajo, en el medioambiente y en el mercado. Los grandes presupuestos y las tecnologías no se dedican a reducir estos costosos daños; en vez de eso, van a los grandes negocios de las exageradas amenazas a la seguridad.

Mientras que las guerras de Obama/Bush en Afganistán e Irak, financiadas con el déficit, han ido destruyendo a estas naciones, nuestras obras públicas aquí, como el transporte público, las escuelas y los hospitales se derrumban por falta de mantenimiento. Las ejecuciones hipotecarias continúan creciendo.

La esclavitud de los consumidores a causa de su endeudamiento les está privando del control sobre su propio dinero, ya que la letra pequeña de los contratos,  las calificaciones y las garantías crediticias aprietan el nudo a los presupuestos familiares.

Solo se manifiesta la mitad de la democracia. Es desesperante que no haya muchos norteamericanos participando  en las elecciones, en encuentros, manifestaciones callejeras, en salas de tribunales o en reuniones municipales. Si "Nosotros, el Pueblo" queremos reafirmar nuestra propia soberanía constitucional sobre nuestro país, tenemos que poder empezar reunirnos masivamente en las plazas públicas y ante los gigantescos edificios de nuestros gobernantes.

En un país que tiene tantos problemas no merecidos y tantas soluciones que no aplica, todo es posible cuando las personas empiezan a considerarse a sí mismas como el poder necesario para generar una sociedad justa.

* Veterano luchador de la izquierda política estadounidense.
En www.sinpermiso.info —traducción del inglés de Anna Maria Garriga

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