Diez personas muertas –la última un pilicía que resultó con graves heridas al que le fue retirado el equipo de respiración artificial.
El tornado, calificado como de categoría F-5 –la más alta en la escala que los mide–, tenía 2.7 kilómetros de ancho y vientos de 330 kilómetros por hora. Destruyó el 95% de la pequeña ciudad rural el viernes cuatro de mayo de 2997.
El tornado es un un torbellino violento de aire que gira sobre sí mismo desde lo alto –al nivel de las nubes– hasta la superficie.
Sus vientos pueden alcanzar hasta los 400 kilómetros por hora y al movilizarse poco dejan en pie por donde pasan: casas, vehículos, animales, personas, arboles son presa de la potencia del fenómeno.
No es posible evitar imágenes como éstas cuando se desata la naturaleza, sea por un tornado en Kansas, un terremoto en Aysén o la entrada de la mar en Indonesia.
Toca a los «hombres de buena voluntad» evitar que fotografías tan iguales en su pesar, pero tan diferentes por las causas de ese pesar puedan ser jamás impresas.
Otro mundo, por cierto, es posible. Pero no advendrá gratis.
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