Estados Unidos: mientras arde la Tierra

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Max Castro.*

Se espera que este año esté entre los tres más cálidos desde que hace más de 150 años se comenzaron a acopiar de manera sistemática los datos del clima. Más todavía: hay una gran probabilidad de que 2010 sea el año más caliente del que se tiene noticia.

Sin embargo, a pesar de la abrumadora evidencia científica de que el cambio climático global es real, principalmente como resultado de actividades humanas (antropogénicas), y causante de serias consecuencias adversas a las naciones, individuos y al ecosistema mundial, la voluntad política para enfrentar el problema ha ido decreciendo.

La evidencia de esto es abundante. En 2009, armados con la formidable y antidemocrática arma conocida como filibusterismo, los republicanos en el Senado estadounidense dieron al traste con los esfuerzos del presidente Obama por aprobar legislación de tope e intercambio, destinada a frenar las emisiones de gases de invernadero.

Al abusar de la regla de filibusterismo, los 41 republicanos (de un total de 100 senadores), además de un puñado de demócratas provenientes de estados conservadores o productores de energía, lograron derrotar el deseo de la mayoría y evitar que Obama cumpliera su promesa de campaña de enfrentarse vigorosamente al problema del cambio climático.

Como resultado, el presidente de EE.UU. acudió con las manos vacías a las muy esperadas conversaciones de Copenhague de diciembre de 2009, convocadas por la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático, la número quince de tales reuniones desde la adopción del marco. Las conversaciones de Copenhague, a la que asistieron diriigentes de más de 100 países y 45 000 delegados, periodistas, activistas y hombres de negocio de todo el mundo, debían producir un acuerdo global que obligara a los países a reducir el nivel de emisiones de carbono (en relación con 1990) hasta en 50 por ciento para el año 2050.

Entre los asistentes al evento en la capital danesa había muchos miembros del Congreso de EEUU, incluyendo a la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi. También se encontraban allí varios negadores del cambio climático, incluido el senador republicano por Oklahoma James Inhofe, uno de los negadores más virulentos del cambio climático, quien asistió a la reunión como una “escuadra de la verdad” de un solo hombre, según propia confesión.

Desde todos los puntos de vista, el cónclave de Copenhague terminó en un fracaso. Los países no fueron capaces de alcanzar el consenso acerca de un acuerdo vinculante para reemplazar el protocolo de Kioto en la Convención Marco de la ONU acerca del cambio climático, el cual debe expirar en 2012. En su lugar, un documento conocido como Acuerdo de Copenhague, redactado por Estados Unidos y un grupo de cuatro naciones (China, India, Sudáfrica y Brasil) fue el producto final de la conferencia, la última reunión de nivel gubernamental antes de la expiración del protocolo de Kioto.

El proceso y los resultados de Copenhague fueron muy decepcionantes para los medioambientalistas y para todos los preocupados por el destino del planeta. Entre sus muchos defectos: El documento fue redactado por solo cinco naciones; muchas reuniones claves fueron realizadas en secreto; el Acuerdo no es legalmente vinculante; y no se establecieron verdaderos compromisos de emisión.

Desde la reunión de Copenhague, ha habido más malas noticias, sobre todo el sorprendente anuncio de que Japón definitivamente no se sumaría a un acuerdo sucesor del protocolo de Kioto, Los anuncios nada auspiciadores prepararon la escena para la edición 16 de las conversaciones de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático, las cuales se celebran en Cancún, México (30 de noviembre al 10 de diciembre).

Hasta ahora, la conferencia de Cancún ha estado a la altura de las disminuidas expectativas que resultaron de la debacle de Copenhague. El número de asistentes este año es mucho menor, así como el nivel de los participantes.

Pocos jefes de estado (si acaso alguno) estavieron presentes en el centro turístico mexicano para las negociaciones climáticas, una razón por la cual el presidente brasileño Luiz Inacio “Lula” da Silva pronosticó que nada se logrará en Cancún. De manera similar, en esta oportunidad los principales miembros del Congreso de Estados Unidos se quedaron en Washington y ni siquiera se molestaron en enviar s sus ayudantes a participar en la conferencia.

El tono deprimente de la conferencia refleja la dura realidad de las nuevas fuerzas políticas y económicas como resultado de la crisis económica y el viraje hacia la derecha en Estados Unidos. Como resultado de las victorias republicanas en las elecciones de noviembre, al senador Inhofe se le sumarán en el Congreso toda una hueste de negadores del cambio climático, una especie que en cualquier caso nunca ha sido rara en la versión del Partido Republicano del siglo XXI.

Adicionalmente, la alta tasa de desempleo, el lento crecimiento y los grandes déficits en Europa y Estados Unidos militan en contra de las nuevas reglas medioambientales que tienen en su mira a industrias como la del carbón y el petróleo, las cuales aún brindan una cifra sustancial de puestos de trabajo (y grandes donaciones políticas).

Uno de los pocos avances positivos que salió de la conferencia de Copenhague fue una promesa de los países ricos de donar US$100.000 millones al año en 2020 para ayudar a los países pobres a disminuir las emisiones y mitigar el daño provocado por el cambio climático global. La creación de ese “Fondo Verde” sería un logro significativo que pudiera alcanzarse en la conferencia del clima en Cancún. Esta al menos es la esperanza de los países en desarrollo, quienes esperan que tal fondo sea administrado por la ONU, en vez de por el Banco Mundial dominado por Estados Unidos y otras naciones ricas.

Lo que está en juego no podría ser mayor. Rajendra Pachauri, jefe del panel científico del clima de la ONU, ha dicho “que una demora adicional de la acción internacional para demorar el calentamiento global pondría en peligro un enorme número de vidas en los países más pobres del mundo, pero Cancún aún puede lograr un progreso decisivo para ayudar a evitar el desastre”.

Quizás, pero haría falta un Congreso de EE.UU. muy diferente del que tomará posesión en 2011 –un Congreso no solo lleno de negadores del calentamiento global, sino también lleno de reductores del presupuesto t de gente que odia a la ONU— para asignar miles de millones al año con el fin de evitar que desaparezcan pequeños estados insulares y que las poblaciones sub-Saharianas sufran la sequía y el hambre.

Periodista.
En http://progreso-semanal.com

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