Estados Unidos, súper martes: – LLEGARON LOS DÍAS GRISES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Entre este momento y las elecciones de noviembre, el público y los profesionales de la política esperan que yo me comporte como un candidato tradicional: que evite los temas importantes y en su lugar me dedique a abstracciones como «cambio» y asuntos no políticos, de estilo de vida como a favor o en contra del aborto, el matrimonio «gay» y la tenencia de ametralladoras. Se supone que yo apoye la deportación de inmigrantes y esté a favor de disminuir los impuestos. Se supone que yo actúe como el más firme líder del mundo, lo que significa que enviaré atropas norteamericanas a cualquier parte para combatir el «terrorismo» o lo que sea.

Los candidatos dicen estas cosas porque sus asesores les dicen que lo hagan. Siguen esos consejos porque por encima de todo ellos quieren gobernar, independientemente de la plataforma. Mitt Romney, por ejemplo, estuvo a favor y en contra del aborto y los derechos de los «gays». Al igual que otros candidatos, cambió de posición más veces que un niño de dos años que juega con un interruptor de la luz.

He decidido romper con la tradición. El Presidente Bush, con su sonrisita de suficiencia en el discurso del Estado de la Unión, se negó a ofrecer una evaluación realista de nuestro país –cómo le va a nuestro pueblo y cómo estamos con relación al resto del mundo–. Electores: si ustedes conocen mi valoración y mis planes, pueden votar por mí debido a los temas reales y no solo por mi ardiente deseo de tener el empleo más poderoso del mundo.

Primero, le estoy agradecido a Bush porque dramatizó la decadencia del imperio norteamericano. Por supuesto, él nunca usó la palabra que empieza con «i», pero sin embargo, el hijo de Bush I, quien proclamó el Nuevo Orden Mundial, escribió el obituario del elusivo sueño de su padre.

Ese imprudente chiquillo malcriado –evito palabras más fuertes– ha convertido billones de dólares de superávit en billones de dólares de déficit, ha acelerado la caída del dólar y la decadencia del prestigio de EEUU en el mundo. También ha ayudado a convertir el sueño norteamericano en una pesadilla.

Nuestro pueblo se ha convertido en el más estresado del mundo (sin contar los países en guerra o sufriendo hambre). Jóvenes de clase media temen que nunca poseerán una casa ni tendrán un empleo decente o seguro de salud adecuado.

En los primeros siete años del siglo XXI, la brecha de ingresos entre los ricos y los pobres (40% de los de menor ingreso) creció a medida que continuaban desapareciendo los puestos de trabajo. El porcentaje de trabajadores con seguro de salud basado en el empleo –o cualquier tipo de cobertura de salud– decreció. La pobreza creció conjuntamente con la deuda del crédito del consumidor y del número de desahucios de hogares. Cada día confrontamos un aumento del costo de la gasolina y del combustible para calefacción del hogar. En los vecindarios verdaderamente pobres vemos hambre –una situación vergonzosa en el país más rico del mundo.

Excúsenme, por favor, miembros de los medios de comunicación, por introducir el realismo en el aura de culebrón que todos ustedes han creado acerca de las actuales elecciones primarias. He visto interminables reportes acerca del chismorreo (esta candidata lloró porque se sintió ofendida, y aquel se sintió traicionado cuando surgió el tema de la raza), pero solo como forma de difamar a otro candidato. En la mayoría de los casos, los candidatos han dicho poco acerca de la realidad y nada que ofrezca siquiera un indicio acerca de los verdaderos temas de la nación o su imperio.

Vean hasta dónde ha caído la cobertura de salud en EEUU –bien lejos del primer lugar– mientras pedazos de la infraestructura se desmoronan junto con ella. Hablo acerca de los diques destruidos en Nueva Orleáns, el puente en Minnesota y las desvencijadas instalaciones escolares en gran parte del país.

La economía estadounidense está en recesión –o a punto de estarlo–. Mientras Bush convertía un superávit de billones de dólares en un déficit de billones, Europa y las potencias asiáticas emergentes no dilapidaron sus superávits económicos. China capitalizó la preocupación de EEUU con la «seguridad» en el Oriente Medio y envió a sus inversionistas por todo el mundo a comprar o apertrecharse de materias primas y recursos energéticos. Mientras el sistema político estadounidense falla sin lubricar sus chirriantes cimientos ideológicos, China, Europa y algunas otras naciones han trascendido los temas del siglo XX y comienzan a prepararse para las realidades de este siglo XXI.

Nuestro gobierno depende de países en otra época despreciados, como China, para mantenerse a flote y para financiar guerras inútiles en Iraq y Afganistán, ninguna de las cuales puede ganar. Sin embargo, los otros candidatos se niegan a declarar la oposición total a las guerras y admiten que cualquier apoyo que hayan dado alguna vez fue un error. El republicano que marcha a la cabeza pronostico más guerras si él gana, mientras promete mantener las tropas en Iraq y Afganistán durante un siglo, si fuera necesario. ¿Habrá fumado algo de la extraordinaria cosecha de opio de Afganistán?

¿Habrán inhalado demasiados habanos cubanos? Los candidatos juran oponerse a la Cuba de Castro y no hacer grandes cambios hasta que se vuelva democrática –ya han pasado cincuenta años del inútil embargo–, mientras no dicen nada acerca de Arabia Saudí, que apoya al Talibán y se niega a permitir que las mujeres conduzcan autos.

¿Se han dado cuenta los candidatos que Castro tiene cuatro hijos –ideológicos, no biológicos– al frente de los gobiernos de Nicaragua, Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Ninguno observó cómo su primo Lula, el presidente de Brasil, dejó caer un crédito de mil millones de dólares en Cuba? Mientras tanto, los candidatos actúan como si sufrieran de una enfermedad que ha asediado a nuestros líderes durante cincuenta años: visiones de omnipotencia. Despierten, les digo. Nuestro dólar ha caído hasta el punto en que los europeos compran a bajos precios apartamentos en Nueva York y los chinos compran casas en San Francisco y absorben a compañías norteamericanas desde Wall Street hasta el interior del país. Nuestro país está en venta a los bajos precios concedidos por el débil dólar.

Mientras Bush se lanzaba a costosas aventuras militares con la aprobación del Congreso y se aferra tozudamente a ellas a pesar de la muerte y la destrucción, Europa, China, India, Brasil y algunos países ricos en petróleo han comenzado a extender su influencia no militar por todo el mundo.

Eso no se descubre mirando a Larry King entrevistar a Britney Spears acerca de la crianza de los hijos y la bebida. Ni King tampoco pregunta a los principales generales por qué necesitan un presupuesto militar de US$ 700.000 millones en una época en que ninguna nación es una amenaza. Los candidatos, al igual que la mayoría de la gente, han sucumbido a la cultura de los medios, aceptan la trivialidad como un valor diario y al entretenimiento banal como el condimento espiritual del verdadero valor nacional espiritual: ir de compras.

Mis adversarios y yo hemos chocado –de palabra, por supuesto–, pero ninguno de nosotros se atreve a pisar el sagrado terreno imperial. Las mujeres aplauden que su candidata sea tan firme como cualquier hombre cuando se trata de usar la fuerza militar contra el malvado Irán. Los liberales saludan al candidato negro que aspira sobre la plataforma de la esperanza, mientras promete que enviará más tropas a Afganistán y que posiblemente invada a Pakistán.

Los principales republicanos peroran con bravuconadas en el frente militar usando la «seguridad» como palabra clave para su disposición a despachar tropas a cualquier lugar en cualquier momento. Rinden pleitesía a los fanáticos religiosos en los temas del aborto y de los «gays» y, excepto John McCain, no muestran objeciones al uso de la tortura como técnica de rutina para los interrogatorios cuando surge la palabra con «t». Es más, la supuesta guerra de Bush al terrorismo es la columna vertebral de su plataforma de campaña: firmes contra los terroristas (como si fuera cierto).

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Estados Unidos creó las reglas para el mundo en 1945 con nuestro país como líder y otros países desarrollados –como Inglaterra, Francia, Italia, Japón y Alemania– como socios menores. Los más pobres se convirtieron en sirvientes obedientes, actores dudosamente neutrales o enemigos comunistas mortales. Ese mundo desapareció.

La ONU, que se supone que funciona para mantener a los otros a raya, ha perdido su capacidad para funcionar. Hasta nuestro control sobre la economía mundial ha disminuido. Hay países que abandonaron el dólar, durante medio siglo el patrón mundial, a favor del euro. Venezuela sustituye al FMI en Argentina y el FMI descubre que cada vez menos países están dispuestos a soportar sus estresantes términos de préstamo y ha despedido a 15% de su personal. El Banco Mundial también ha perdido prestigio junto con la ideología del libre mercado al estilo de los EEUU.

La propia palabra «libre», tal como la usa Bush, se ha convertido en un chiste para gran parte del mundo. Durante la mayor de su historia, Estados Unidos ha sido un faro para los inmigrantes; ahora su pueblo y sus políticos los ridiculizan. La nación que fue el bastión del habeas corpus y de los principios contra la tortura ahora más que vacila ante tales asuntos.

Imaginen, casi la mitad del la audiencia aplaudió a Bush cpn su sonrisita de complacencia del Estado de la Unión. Ese morón pomposo ha hecho ya suficiente daño. Dejemos de hablar de ser el número uno. No tiene sentido en un mundo que está sufriendo un cambio climático posiblemente fatal, un mundo plagado de epidemias, con la tercera parte de su población por debajo del límite de ingresos mínimos.

Elíjanme y detendré las guerras en Iraq y Afganistán, reduciré el presupuesto militar en 80%, redireccionaré los fondos hacia las necesidades reales del país y comenzaré a enfrentar los retos del calentamiento global.

Si han escuchado cuidadosamente, comprenderán que he cometido el pecado cardinal en la política norteamericana: decir la verdad.

Sí, Mike Gravel –un senador por Alaska, contrario a la guerra de Viet Nam– merece su voto: el más «honestísimo» presidente desde Lincoln.

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* Integra el Instituto para estudios de política, autor de Un mundo de Bush y Botox y realizador de Aquí no jugamos golf, que ganó el premio de mejor vídeo de activismo en el festival de vídeo de San Francisco.
Para comprar el DVD escriba a roundworldproductions@gmail.com

En la revista estadounidense Progreso semanal.

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