Estados Unidos y su ejército en el diván

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Alejandro Tesa.

El ejército estadounidense trata el estrés de los soldados para evitar más suicidios ante la ola depresiva en sus fuerzas armadas, que parece dejar atrás la falta de moral combatiente que padeció en Vietnam –aunque su génesis no sea diferente a la de aquella– y prepara especialistas para que sus uniformados sean  "más resistentes" al estrés emocional relacionado con las situaciones de la guerra que inició su mando supremo.

"¿Piensa a menudo que no tiene amigos?" "¿Se siente frecuentemente dejado de lado?": son entre las 170 preguntas que que deberán responder los soldados estadounidenses en una suerte de examen sicológico que se les realizará a partir del próximo mes de octubre destinado a calibrar su estado emocional y psíquico.

El objetivo es medir su resistencia síquica ante el estrés ocasionado por situaciones límite de combate y vigilancia. Se trata de encontrar un medio para "enseñar a los soldados a enfrentar las pruebas y los acontecimientos negativos, a superarlos y a volverse más fuertes", señala un documento del ejército.

"Nos dimos cuenta de que estábamos gastando muchos recursos y energía en aquellos que experimentaban experiencias negativas, pero no hacíamos nada para prevenirlas", explicó  la general de brigada Rhonda Cornum

El programa comenzará a aplicarse en momentos en que hay alarma entre los altos mandos por el aumento constante de los suicidios entre los soldados desplegados en Afganistán e Iraq, invadidos por Estados Unidos en 2001 y 2003 respectivamente.

Un grupo de 50 sub-oficiales ya inició su formación, mientras que otro de 150 militares comenzará en breve a prepararse en técnics de sicología conductista, precisó la general Cornum, una cirujana con experiencia en situaciones traumáticas de guerra.

El sicólogo Martin Seligman, en cuyas ideas se basa el emprendimiento puesto en macha, piensa que las dudas de que el programa funcione aplicado a grupos militare – que se supone los conforman personas reacias a hablar de sus emociones– quedaron atrás. El entusiasmo manifestado por la primera ola de soldados sometidos al proyecto así lo corrobora, dijo.

Si se accede a la nómina casi cotidiana de bajas por heridas o fallecimiento de militares estadounidenses en los dos países mencionados –Iraq y Afganistán– se encuentra con que las tropas desplegadas en ellos en situaciones de riesgo las integran hjos de inmigrates latinos, recién llegados a EEUU, negros de barriadas pobres y otros jóvenes reclutados sin mayor conocimiento de cuales serán sus tareas en los teatros de operaciones a los que se los destina.

Cuando advierten en carne prpia que son labores represivas contra una población que los antagoniza, que deben enfrentar una resistencia armada sólida y motivada y logran percatarse y comprender que no son más que una fuerza invasora al servicio de la rapacidad que les es extraña, se quiebran en tanto personas, se desmoralizan, y en muchos casos –incluso estimulados por sus superioes imediatos– se convierten en torturadores, violadores, contrabandistas de pertrechos, ladrones y rufianes. Se les termina el sueño de enviados de la democracia y luchadores por el bien.

¿Los resultados?: escepticismo, depresión, drogadicción, neurosis. Y la cárcel, la baja tan discreta como deshonrosa, el hospital o la tumba. Cuando un ejército necesita ir al diván del sicoanalista es hora de enviarlo al desván de los trastos inútiles. Y cambiar los fundamentos de la sociedad que lo engendró.

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