Fallece a los 88 años el intelectual rebelde Immanuel Wallerstein
Immanuel Wallerstein, sociólogo, historiador, intelectual rebelde comprometido con las grandes causas de la justicia mundial y colaborador de La Jornada por más de 20 años, falleció a los 88 años de edad. Wallerstein desarrolló la teoría de sistema-mundo
, que busca explicar la dinámica del sistema económico capitalista a escala mundial, pero a lo largo de su vida insistió, con su lente marxista, en que su trabajo era no sólo entender el mundo, sino transformarlo.
Mi biografía intelectual es una larga búsqueda de una explicación adecuada de la realidad contemporánea, para que yo y otros actuáramos sobre ella. Esta búsqueda era tanto intelectual como política, y siempre he sentido que no podía ser una sin la otra al mismo tiempo, para mí o para cualquiera
, comentó en un ensayo sobre su labor. Concluyó que la búsqueda para la verdad y la búsqueda por el bien es una sola
.
Wallerstein, quien nació en Nueva York el 28 de septiembre de 1930, fue educado en la Universidad de Columbia, donde después de obtener su doctorado fue profesor. Durante su extensa carrera académica fue catedrático visitante en varias universidades en Estados Unidos y otras partes del mundo, recibiendo doctorados y otros reconocimientos honorarios por múltiples instituciones, incluida la UNAM, en 1998. Fue presidente de la Asociación Internacional de Sociología (1994-1998).
Entre 1976 y 2005, Wallerstein dirigió el Centro Fernand Braudel en la Universidad del Estado de Nueva York, Binghamton (donde fue profesor), dedicado a la historia de cambios sociales de gran escala (https://www.binghamton.edu/ fbc/index.html). Después de jubilarse en 1999 fue nombrado catedrático investigador en la Universidad de Yale.
Inició su carrera como africanista y conoció a Frantz Fanon, quien influyó en su trabajo. De ahí evolucionó su interés en movimientos de liberación nacional y relaciones entre centro y periferia en el sistema mundial, colaborando con Samir Amin, Andrè Gunder Frank, entre muchos otros, en numerosos libros y ensayos.
En julio de este año, Wallerstein anunció que había llegado al numero 500 de sus comentarios quincenales que había publicado sin falta desde 1998 –la inmensa mayoría de ellos traducidos al español y publicados por La Jornada (los únicos autorizados por él)– y que ese sería el ultimo. Con el título Este es el fin; este es el comienzo, argumentó que “por la crisis estructural del sistema del mundo actual, es posible… pero no absolutamente cierto, que un uso transformador de un complejo 1968 sea logrado por alguien o algún grupo”.
Wallerstein había argumentado hace años que “La revolución de 1968 fue una revolución; fue una sola revolución… Fue uno de los grandes eventos formativos en la historia de nuestro sistema-mundo moderno, lo que llamamos sucesos parteaguas”.
Wallerstein era profesor en Columbia en 1968, y se sumó a las protestas de los estudiantes contra la complicidad de esa institución en la guerra en Vietnam.
Concluyó en su último comentario que pensaba que “hay una lucha crucial, que es la lucha de clases, entendiendo clase en su sentido más amplio. Lo que pueden hacer quienes vivan en el futuro es luchar consigo mismos para que este cambio sí sea uno real… hay una probabilidad de 50-50 de que ocurra un cambio transformador. (shorturl.at/zBELX).
David Brooks, La Jornada
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Atilio Borón-Página 12. La muerte de Immanuel Wallerstein nos priva de una mente excepcional y de un refinado crítico de la sociedad capitalista. Una pérdida doblemente lamentable en un momento tan crítico como el actual, cuando el sistema internacional cruje ante las presiones combinadas de las tensiones provocadas por la declinación del imperialismo norteamericano y la crisis sistémica del capitalismo.
Wallerstein fue un académico de dilatada trayectoria que se extendió a lo largo de poco más de medio siglo. Comenzó con sus investigaciones sobre los países del África poscolonial para luego dar inicio a la construcción de una gran síntesis teórica acerca del capitalismo como sistema histórico, tarea a la que se abocó desde finales de la década de los ochentas y que culminó con la producción de una gran cantidad de libros, artículos para revistas especializadas y notas dirigidas a la opinión pública internacional. Wallerstein no sólo cumplió a cabalidad con el principio ético que exige que un académico se convierta en un intelectual público para que sus ideas nutran el debate que toda sociedad debe darse sobre sí misma y su futuro sino que, además, siguió una trayectoria poco común en el medio universitario. Partió desde una postura teórica inscripta en el paradigma dominante de las ciencias sociales de su país y con el paso del tiempo se fue acercando al marxismo hasta terminar, en sus últimos años, con una coincidencia fundamental con teóricos como Samir Amin, Giovanni Arrighi, Andrè Gunder Frank, Beverly Silver y Elmar Altvater entre tantos otros, acerca de la naturaleza del sistema capitalista y sus irresolubles contradicciones.
Su trayectoria es inversa a la de tantos colegas que, críticos del capitalismo en su juventud o en las etapas iniciales de su vida universitaria acabaron como publicistas de la derecha: Daniel Bell y Seymour Lipset, profetas de la reacción neoconservadora de Ronald Reagan en los años ochentas; o Max Horkheimer y Theodor Adorno que culminaron su descenso intelectual y político iniciado en la Escuela de Frankfurt absteniéndose de condenar la guerra de Vietnam. O a la de escritores o pensadores que surgidos en el campo de la izquierda -como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Regis Debray- convertidos en portavoces del imperio y la reacción.
Wallerstein fue distinto a todos ellos no sólo en el plano sustantivo de la teoría social y política sino también en el de la discusión epistemológica como lo revela su magnífica obra de 1998: Impensar las ciencias sociales. En este texto convoca a realizar una crítica radical al paradigma metodológico dominante en las ciencias sociales, cuyo núcleo duro positivista condena a éstas a una incurable incapacidad para comprender la enmarañada dialéctica y la historicidad de la vida social. En línea con esta perspectiva de análisis sus previsiones sobre el curso de la dominación imperialista no podrían haber sido más acertadas.
En uno de sus artículos del año 2011 advertía que “la visión de que Estados Unidos está en decadencia, en seria decadencia, es una banalidad. Todo el mundo lo dice, excepto algunos políticos estadunidenses que temen ser culpados por las malas noticias de la decadencia si la discuten.” Y agregaba que si bien “hay muchos, muchos aspectos positivos para muchos países a causa de la decadencia estadounidense, no hay certeza de que en el loco bamboleo del barco mundial, otros países puedan de hecho beneficiarse como esperan de esta nueva situación.” El curso seguido por la Administración Trump y el derrumbe irreversible del orden mundial de posguerra que tenía su eje en EU confirma cada una de estas palabras.