Aclamado en la Knesset de Israel como el nuevo ‘Dios de los judíos’, el inquilino de la Casa Blanca dio trato de vasallos a un puñado de dignatarios europeos y monarcas absolutos árabes y musulmanes.

Tras dos años de limpieza étnica y genocidio continuado en los territorios árabes ocupados, la frágil y asimétrica tregua armada entre dos superpotencias militares poseedoras de armas nucleares (Estados Unidos e Israel) y las milicias palestinas −rubricada en Sharm el-Sheikh, Egipto, tras el obsceno y descarado show mediático hollywoodense del egocéntrico asesino serial confeso Donald Trump−, exhibe el mundo del revés.

En lenguaje orwelliano, la paz es guerra perpetua, y de consumarse a las malas el guion de los “20 puntos” de Trump y su alter ego, Benjamín Netanyahu (prófugo de la Corte Penal Internacional y acusado de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia), sobre los escombros salpicados de miles de palestinos martirizados por la metralla de demolición sionista, Gaza florecerá como un “hermoso” y “maravilloso” resort para millonarios con mano de obra semi- esclava y acceso directo a los recursos gasíferos que yacen en el mar Mediterráneo.

Signadas por la autoglorificación, las puestas en escena de Trump el lunes 13 de octubre ante la Knesset (Parlamento) de Israel y luego en el balneario egipcio de Sharm el-Sheikh, en las costas del mar Rojo, estuvieron permeadas por mentiras, exageraciones y distorsiones flagrantes. Detrás de su teatralidad, el discurso jactancioso de Trump se desplegó en una parte como espectáculo, otra sermón, una más autocongratulación, y mezcló afirmaciones grandiosas de “paz” en Medio Oriente con falsedades abrumadoras.

En contraste, la “nueva era” y el “nuevo amanecer histórico” subregional de la falaz narrativa trumpista, se vieron opacados por el legislador israelí Ofer Cassif, quien fue brutalmente agredido y sacado del recinto por interrumpir su discurso. Cassif captó la ironía del día con mordaz precisión; escribió en Facebook: “Durante el discurso de mentiras del criminal de guerra Netanyahu, preferí leer sobre la verdad”. Estaba leyendo La limpieza étnica de Palestina del reconocido historiador israelí Ilan Pappé, un acto simbólico de desafío silencioso mientras Trump, el primer ministro israelí Netanyahu y otros artífices del genocidio en Gaza se felicitaban mutuamente por haber asesinado a mansalva a millares de palestinos en dos años.

Con un agregado: desde el 7 de octubre de 2023, se han lanzado más de 200.000 toneladas de explosivos sobre Gaza, lo que equivale a la fuerza de trece bombas de Hiroshima. Esas armas eliminaron a casi 68.000 palestinos y dejaron gran parte del territorio en ruinas. Decenas de miles más siguen atrapados bajo los escombros y no contabilizados.

Horas después, desde la ciudad egipcia, los televidentes asistimos al espectáculo (in)esperado: el striptease del humanismo árabe/musulmán/occidental transmitido urbi et orbi, con Trump representando a ratos el papel del emperador Ciro el Grande, y metamorfoseándose, en otros, en un sátrapa bufonesco desparramando desprecio e indulgencias a la treintena de dignatarios de la Comunidad Europea, Gran Bretaña y las monarquías absolutistas petroleras a quienes dio trato de vasallos.

Con independencia de que la primera ministra italiana Giorgia Meloni y todos sus homólogos allí presentes, siguen sumidos en su burbuja de negación sobre lo que está sucediendo en Gaza y su papel en ello, máxime, que después de que un mes antes, durante la Asamblea General de la ONU, prácticamente todo el bloque occidental (excepto Estados Unidos) aceptó a Palestina como Estado soberano; lo que convierte el hecho en una burla oportunista y una “farsa despreciable”, como las calificó The Nation.

Con una pregunta que quedó en el aire, entonces: ¿Cómo se le permitió a Netanyahu entrar en el recinto de la ONU (territorio internacional) sin ser capturado, cuando pesa una orden de detención emanada de un organismo de la propia organización mundial? De paso, Netanyahu aprovechó la ocasión para llamar una “turba antisemita” a quienes se retiraron de la sala y boicotearon su discurso, burlándose abiertamente del derecho internacional y, como de costumbre, de todo lo que representa la ONU.

Como señaló Patrick Lawrence en su artículo “Poder y justicia”, el subtexto desde el momento en que “Bibi” llegó a Manhattan fue claro: no hay posibilidad de que la mayoría global lleve a la maquinaria terrorista israelí ante la justicia. El poder, no la ley, seguirá siendo lo que hace girar al mundo.

Así, mientras se perpetúa la narrativa colonial de la modernidad que fomenta nuevas formas de ocupación y administración tercerizada −que viola principios básicos del derecho internacional y convierte en una burla siniestra 2.0 el mandato británico resultante del acuerdo Sykes-Picot de 1916 y la Declaración Balfour de 1917−, con apoyo de la administración Trump y del Pentágono, el alto mando político-militar de Tel Aviv intensificará sus bulos propagandísticos que reducen la resistencia de Hamás y la Yihad Islámica a la simple etiqueta de amenaza terrorista.

También buscará consolidar el mensaje del imperialismo del siglo XXI, de que los pueblos que no se ajustan a los intereses de los amos del universo, deben ser aplastados, controlados, gestionados y, en el mejor de los casos, sus derechos reducidos a un estatus residual; es decir, relegados a un papel de actores locales secundarios, permitiendo, de paso, con docilidad forzada a ultranza, que el necropolítico y expansionista colonialismo de asentamiento, apartheid y ocupación del régimen de Israel, como Estado cliente de Washington en todo Medio Oriente, mantengan un estado de excepción permanente en el enclave.

De acuerdo con algunas instancias humanitarias supervivientes de la ONU, detrás del castigo colectivo y la guerra de exterminio sionista en la Franja de Gaza, existe una “gramática de poder corporativo” que sostiene la ocupación y expansión israelí, un fenómeno que se inscribe en un “capitalismo racial colonial”, que algunos investigadores denominan “neoliberalismo catastrófico”, modelo donde la destrucción se convierte en negocio y la impunidad, en norma.

Al respecto, cabe citar los informes de la ONU y de la relatora especial Francesca Albanese, que confirman la magnitud del genocidio. En su conferencia del 15 de septiembre de 2025, Albanese habló de un “genocidio invisible”, señalando que las víctimas podrían superar las 680 mil personas, más de la mitad niños y niñas. Casos emblemáticos como el de Hind Rajab, de seis años, asesinada con más de 350 disparos, o Amna, de diez, ejecutada por un dron mientras buscaba agua, simbolizan la barbarie israelí y la impunidad internacional.

Para “nuestras almas bellas” racistas (Jean-Paul Sartre dixit) de las metrópolis occidentales –incluidos muchos millones de ‘izquierdistas’ latinoamericanos políticamente correctos, presas de la dialéctica de la hipocresía liberal–, cabe insistir que el genocidio no tuvo nada que ver con el ataque reivindicativo de los movimientos de liberación nacional palestinos contra Israel el 7 de octubre de 2023. Tampoco con el “terrorismo” de Hamás ni con la “autodefensa” del Estado hebreo; estaba predeterminado por los imperativos ideológicos del sionismo y el supremacismo judío en Medio Oriente.

Un Estado establecido violentamente en 1948 inmediatamente después de la II guerra mundial, que sirvió como protectorado europeo –y luego estadunidense – sobre las ruinas de la patria del pueblo palestino. ¿Por qué? Porque la región se había convertido en el grifo del petróleo mundial. Desde entonces, como un continuum, Israel ha actuado como representante del colonialismo occidental.

A dos años del Diluvio de Al Aqsa

Se impone un balance preliminar de lo acontecido el lunes 13, cuando vencía el plazo de las 72 horas previstas en el ultimátum exterminador de Donald Trump y Benjamín Netanyahu, para que los grupos de la resistencia palestina iniciaran la entrega de los cautivos israelíes, vivos o muertos, y tuviera lugar la liberación de prisioneros de la insurgencia que sufrían en el grotesco gulag sionista así como la reanudación de la entrada de ayuda humanitaria a las zonas devastadas por los bombardeos de Tel Aviv.

Elaborado por el principal asesor de Netanyahu, Ron Dermer; el yerno de Trump, Jared Kushner  –quien oficia como representante del clan familiar inmobiliario en Medio Oriente–, y el enviado especial Steve Witkoff (un multimillonario y también inversor y empresario inmobiliario), el plan de los “20 puntos” presentado unilateralmente por la Casa Blanca el 30 de septiembre sin ninguna participación de la otra parte, era una orden de rendición incondicional a la resistencia palestinaDilúvio de al-Aqsa, um ano de Revolução na Palestina - Diário Causa ....

Después de que durante dos años las operaciones militares asimétricas del régimen de ocupación y apartheid israelí no había logrado varios de sus objetivos iniciales, a pesar de su abismal superioridad bélica, en inteligencia y tecnología de guerra: liberar a la totalidad de los cautivos del 7 de octubre de 2023 (muchos fueron devueltos después de negociaciones, interrumpidas luego por el rompimiento unilateral de la tregua por Netanyahu, y otros asesinados por los bombardeos israelíes).

Salvo en muy pequeña medida, no se desmanteló la infraestructura crítica de la resistencia, en particular, su vasta red de túneles; no se logró afectar la capacidad operativa de los comandos urbanos ni la capacidad de la resistencia para reponer las bajas en sus filas, y a pesar del desplazamiento forzado de 900 mil gazatíes, no se logró tampoco expulsarlos al exterior, según la hoja de ruta para alcanzar el mesiánico proyecto del Gran Israel.

Con Trump como “comunicador llave” de una guerra psicológica-propagandística amplificada por los medios hegemónicos occidentales como reproductores de la voz del amo, la propuesta no fue para poner fin a la guerra por hambre genocida en Gaza. El mensaje fue la rendición total o la muerte. Fieles a sus prácticas mafiosas, Trump y Netanyahu querían que los palestinos firmaran el acta de su genocidio. El mensaje fue: se toma o se deja, por las buenas o por las malas. La resistencia palestina debía renunciar a su lucha por la liberación nacional y someterse a la subyugación de Israel y Estados Unidos.

Jefes de Hamas y de Yihad Islámica aparecen por primera vez en público ...Lo que introdujo en un terreno minado a los delegados de Hamás y la Yihad Islámica, en representación de otras facciones de la resistencia, de cara al inicio de la ronda de “negociaciones” en Egipto a comienzos de la semana pasada, como continuación de la discusión de los borradores de alto al fuego redactados por Witkoff y Dermer, formalmente acordados el 18 de agosto último y aceptados en un 98% por la resistencia, pero rotos por el intento de la aviación israelí de asesinarlos el 9 de septiembre, en Doha, Qatar.

El reto que tenían ante sí los delegados de la resistencia era cómo elaborar una respuesta a Trump que afirmara el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y, al mismo tiempo, persuadiera al omnipotente mandatario imperial a obligar a Israel a cesar su guerra genocida. La respuesta llegó antes de que expirara el ultimátum. Y fue una apuesta estratégica; no fue una aceptación incondicional de las demandas de Trump, pero el texto tampoco contenía ningún párrafo que rechazara explícitamente ninguno de sus términos.

Explotando el narcisismo subdesarrollado del jefe de la Oficina Oval, su objetivo era buscar soluciones tratándolo y reconociéndolo como tal, y vinculándolo más estrechamente a una alianza diplomática con países árabes y musulmanes, y enviando el mensaje de que Hamás aceptaba la “esencia” del plan. Pero también necesitaba preservar los derechos palestinos y, lo más importante, aplazar cualquier respuesta sobre la mayoría de los términos establecidos en la propuesta. El objetivo clave era lograr un alto el fuego inmediato en Gaza y lograr la aprobación de Trump para frenar la sed de sangre de Netanyahu y su gabinete de psicópatas talmúdicos, y frustrar el proyecto del Gran Israel.

La parte palestina sabía que lo que Trump más deseaba oír era un compromiso inequívoco de liberar a todos los cautivos israelíes restantes y que Hamás renunciara al poder en Gaza. En principio, ya no había más poder de negociación que obtener de los rehenes y, por lo tanto, no tenía sentido retenerlos, aunque la entrega significara renunciar a su única ventaja. Además, una vez liberados, los sionistas no podrían invocarlos, ni a ellos ni a los malosos de la resistencia, para seguir justificando la masacre de palestinos. Israel ya no tendría cobertura ante las bombas que caigan ni los tanques que se pongan en marcha tras el regreso de los cautivos. A partir de entonces, la intención genocida quedaría expuesta.

Por otra parte, Hamás ya había ofrecido firmar un acuerdo de “todos por todos”: los rehenes, a cambio de los presos palestinos. También había afirmado repetidamente que cedería el gobierno de Gaza a un comité ‘tecnocrático’ apolítico (¡vaya oxímoron!) compuesto por palestinos. Pero planteó que esas liberaciones debían estar sujetas a una hoja de ruta claramente definida y garantizada para el fin del genocidio, la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza y la reanudación del suministro de alimentos, medicamentos y otros artículos esenciales.

Palestina. La mayoría palestina respalda a Hamas en el Diluvio de Al ...Y dejó sin mencionar el asunto del desarme unilateral y perpetuo de la insurgencia, considerada una línea roja cuyo cruce constituiría una renuncia a los derechos palestinos –reconocidos por las normas del derecho internacional– a la resistencia armada contra la ocupación israelí.

El viernes 10, cuando el alto al fuego en el territorio ocupado de Gaza entraba en vigor, en una declaración conjunta Hamás, la Yihad Islámica y el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) reiteraron que cualquier decisión sobre el futuro gobierno en la Franja “es un asunto interno palestino”. Hamás y las otras facciones de la resistencia están debilitadas, pero no derrotadas. En el caso de Hamás, ha conseguido alcanzar sus objetivos estratégicos al preservar su unidad y liderazgo político-militar, y su sistema de mando y control en Gaza. No se produjo ninguna escisión en sus filas ni surgió un grupo sustituto. Y alcanzó dos logros importantes: haber devuelto la causa palestina al centro de la atención mundial y la liberación de casi dos millares de prisioneros palestinos.

Israel es hoy un Estado canalla paria y deberá pagar por sus crímenes de guerra. Y Trump, cómplice del genocidio, ensayará otras puestas en escena. El show debe continuar.

 

* Periodista, escritor y analista uruguayo-mexicano, columnista de Mate Amargo y  La Jornada de México