Fidel-Lagos-terrorismo. Cuentas claras y chocolate espeso

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Luis Posada Carriles –a la espera de refugio político en Estados Unidos– es un terrorista. En 1976 su negra estrella se tiñó dos veces con sagre: por una esperan justicia 73 muertos: las víctimas de un vuelo de Cubana de Aviación; la otra –un secreto a voces apenas se cometieron los asesinatos– se refiere al atentado, en Wáshington, donde quedaron entre el metal retorcido del autómóvill en que viajaban, a Osvaldo Letelier, ex canciller del gobierno de Salvador Allende, y la señora Ronnie Moffit, estadounidense, su secretaria.

Ambos capítulos estremecen, pero no son los únicos que componen la larga historia criminal-política de un hombre que desde principios de la década de 1961/70 ha estado al servicio de los aparatos ocultos del espionaje y la intervención a menudo brutal de EEUU en tierras ajenas a la propia.

En 1985 Posada, preso en Venezuela por la masacre del “jet” de Cubana de Aviación, logró huir con ayuda de la CIA y de la corrupción imperante en ese país.

La sola capacidad económica y logística del llamado anticastrismo resulta insuficiente para haberle permitido llenar los macabros versos de su saga, cuyo final parece escrito en 2000 cuando su plan para hacer volar al presidente Fidel Castro durante la “cumbre” de Panamá. Zafó al poco tiempo de la carcel panameña por gracia de la presidenta Moscoso, que lo indultó poco antes de dejar el gobierno.

Desde entonces quienes le ayudaron a esfumarse y su paradero son misterios bien conocidos

FIDEL ATACA

Luis Posada Carriles es mucho más que una personalidad violenta. Su currículo en los campos del terror lo ponen, si no por encima, por lo menos al mismo nivel del legendario Carlos, “el chacal”, que cumple sentencia de prisión en Francia. Tal vez el hecho de que sus andanzas hayan golpeado las tierras –devaluadas– de los países de América Central no le dieron la notoriedad de otros asesinos. La protección de EEUU también juega un rol importante en este aspecto.

Lo curioso es la tranquilidad, fea parsimonia en verdad, de los países latinoamericanos ante su condición de criminal terrorista; acaso las alas protectoras del Estado al que sirvió tengan influencia en el asunto. O el hecho de que su acción haya jugado contra Cuba.

La ceniza y rasgar de ropas luego del 11/S por parte de Iberoamérica no tiene, aún no tiene, un espejo al hablar de Posada Carriles. Se es culpable –con o sin pruebas– sólo si el golpe duele al amo. El caso del terrorista cubano-estadounidense (aunque ha utilizado pasaportes de otros paises) en cierto modo evidencia la sujección del continente al poder que sobre sus gobiernos se ejerce. Puede evidenciar también una suerte de “sindrome de Estocolmo” de sus estamentos políticos o acaso, simplemente, su entrega a la majestad de ese poder.

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Fidel Castro, así, se dejó llevar tal vez por una muy justa, pero subjetiva, ira. Como no es la memoria la principal cualidad de los gobernantes latinoamericanos quizá convenga que éstos busquen y lean –¿relean?– sus declaraciones a propósito del atentado de setiembre en EEUU y su recuerdo del avión saboteado. Dijo entonce el presidente del Consejo de ministros de Cuba que su país conocía de cerca el terrorismo. Cabe destacar que el atentado al avión en 1976 mató un equipo de muy jóvenes deportistas cubanos.

El cuando menos extraño desmontar del canciller mexicano horas antes de la elección de la OEA –y la posterior, ¿consecuente?, actitud del gobierno de México– que entregó la Secretaría General del organismo al candidato chileno (no mal visto por Cuba durante el proceso eleccionario) se liga no más fuere protocolarmente con Posada Carriles.

En efecto, el ya anciano criminal da rostro y figura al mayor terrorista de América –tal vez con la excepción de Henry Kíssinger y algunos presidentes estadounidenses–; resultó extraño, entonces, que el señor Insulza, fuera de algunas frases-maniobra sin mayor enjundia, no se refiriera a esta “papa caliente” de la política y el sistema de justicia interamericano.

Sobre todo cuando existe una orden de arresto emanada de los tribunales venezolanos –previa al gobierno de Chávez–. Si se considera, ademas, que Posada está vinculado íntimamente a la muerte de Letelier en Wáshington, el silencio del gobierno de Chile, al cual Insulza pertenece todavía, llamaba la atención.

Sin consideraciones formales Castro llamó a las autoridades chilenas, y al electo secretario general de la OEA, a pronunciarse sobre la presencia, no oficial pero evidente, del terrorista Luis Posada Carriles en Estados Unidos. Fidel Castro consideró una indignidad para con los que murieron luchando contra Pinochet que en Chile se anduviera “con chanchullos” cómplices con Estados Unidos y sus aprestos anticubanos.

Y lanzado por la calle de la ética, recordó algunas declaraciones de funcionarios chilenos que han puesto en duda la democracia en su país. Hablan –dijo– como si aquí no se hubiera salvado ni una vida, como si este no fuera el país de menor índice de analfabetismo, desempleo, de desnutridos, y en condiciones de bloqueo.

Incontenible saltó los buenos modales y remontó la historia: recordó lo que Cuba hizo por Chile en los tiempos de la dictadura pinochetista. Para remnatar: «Luego se tardaron años para restablecer las relaciones».

LLOVER SOBRE MOJADO

Mucho debió doler en La Moneda esta frase de Fidel Castro: «En este mundo no se puede ir simulando, hay que andar con la verdad». Ya había soltado: «Se creen que aquello es democracia y que la nuestra no», para recordar que una parte de los miembros del Congreso chileno fueron impuestos por la dictadura.

Recordó al pasar los 17 años de dictadura en Chile, cuyo pueblo fue víctima del terrorismo de Estado promovido y apoyado por Estados Unidos –como ha sido archiprobado, incluso por documentos estadounidenses–.

Un día después respondió el presidente chileno. Ricardo Lagos –que por otra parte nunca fue revolucionario– dijo que Posada Carriles debe ser juzgado como terrorista. «… Si hay acusaciones de terrorismo no me cabe la menor duda que debe ser sancionado como tal». Dijo el primer mandatario sureño: «todo terrorista debe ser condenado».

Los roces entre los gobiernos de Chile y Cuba no son nuevos. Obedecen tanto a cuestiones de estilo como a razones ideológicas. Chile busca su desarrollo como democracia en la “globalización” mercantil neoliberal-conservadora, Cuba se aferra al socialismo que pone en primer lugar el bienestar de la persona humana según la concepción marxista de la segunda mitad del siglo XX.

Ambos países cuentan con presos condenados por sus respectivos tribunales de justicia, pero mientras a los presos chilenos se les niega calidad de presos políticos, los cubanos son considerados como tales. Unos, los chilenos, fueron condenados por leyes y procedimientos impuestos por la dictadura –aún vigentes–; los cubanos por actos de sabotaje comprobados.

Chile, la más competitiva y “saludable” economía latioamericana no ha podido acercarse a la solución de los dramas de la población de menores recursos: la previsión social, la educación y la salud están en manos privadas y fuera del alcance de la mayor parte de la población.

No es de Cuba, empero, la lluvia que cae sobre el final del gobierno de Lagos.

Una mujer –por ejemplo– que arrastra ante las cámaras de TV una hernia que padece desde hace una década sin haber logrado atención médica; obreros que amenazan con suicidarse porque no se les paga sus salarios –y otros que cotidianamente sufren accidentes del trabajo por falta de controles de seguridad–; cientos de miles, quizá millones, de alevines –salmones en la primera etapa de su vida– que se “fugan” de los criaderos, poniendo en riesgo la fauna autóctona; miles de estudiantes en las calles, agobiados por el costo de su educación; pescadores enfrentados con la policía por reclamar soluciones a su miseria, en fin, son hechos que empañan el final del tercer gobierno de la Concertación –aun cuando muchos de estos probemas son agitados por la extrema derecha con miras a las próximas eleciones presidenciales no es menos cierto que existen–.

Tampoco es clara en Chile la rigurosidad de la información que entregan los medios, comenzando por canal de TV del Estado. Los observadores imparciales se preguntan por qué desde los primeros días de mayo ha “desaparecido” una de las candidatas del oficialismo mientras insidiosamente se muestran coincidencias o encuentros públicos entre la otra dama y el postulante de la derecha extrema.

En el plano internacional hiere la campaña –mañosa es el término– iniciada por el debilitado gobierno del Perú a propósito de una venta de armas chilenas a Ecuador cuando esos países se disparaban en la Sierra del Cóndor. ¿Vendió Chile, o permitió que llegaran armas a Ecuador, una vez entablados los combates? Sí, afirma Toledo. Todo se aclaró hace 10 años, dice Lagos. El señor Insulza, que dirigirá la OEA en pocas semanas, era el ministro de RREE chileno en esa época. Pero ¿y las armas?

Bolivia, con todo y sacudírsele el piso al defraudador de esperanzas presidente Mesa, lenta e inexorablemente suma simpatías –cuando no apoyo, incluso dentro de Chile– a su causa por una salida al mar. En La Moneda se habla de tratados y acuerdos “intangibles”, lo que es, cuando menos, una idiotez en las relaciones internacionales.

Con la Argentina hay poco que negociar, aún cuando todo está por hacerse, y la llave o canilla del gas permanece a medio cerrar. ¿Acaso las autoridades chilenas y su “pujante” empresa no sabían que Argentina no es, definitivamente, un país gasífero o que, si lo fuera, había entregado esa riqueza a los muchachos de REPSOL?

El manto de dignidad –a la De Gaulle– con que pretende vestirse el estamento en el poder en Santiago deja demasiadas porciones de piel al descubierto. Ningún gobierno puede lucir digno mientras uno solo de los habitantes del país que rige pase hambre, frío, carezca de trabajo o “las leyes del mercado” le impidan atención médica o una educación acorde con las necesidades de la sociedad.

O cuando a una jueza los tribunales le niegan la tenencia de sus hijos porque es lesbiana.

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