Filosofía, Derecho y Política para el siglo XXI

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Edgar Alán Arroyo Cisneros*

La democracia constitucional es el paradigma de los tiempos que transcurren; en efecto, la mejor forma de Estado diseñada hasta ahora, el Estado constitucional, convive con la forma de gobierno –la democracia– que ha sabido esquivar los obstáculos de sociedades tan complejas como en las que nos ha tocado vivir. Y es que la sociedad mundial, todavía en la infancia de una nueva centuria, afronta retos de enormes complejidades.

Casi siete mil millones de personas conviven en un planeta que tiene al cambio climático –calentamiento global, efecto invernadero– como su principal amenaza; de suyo, el número de la población global acarrea serios conflictos demográficos, urbanísticos y de asientos humanos.

El agua escasea cada vez más, por lo que analistas e intelectuales de diversas latitudes prevén que la próxima guerra mundial será por el vital líquido.

La globalización, a su vez, es un fenómeno que ha acercado y, acaso, desvanecido fronteras, ello para causas loables, como la integración mundial, pero también para cuestiones no tan gratas, como el empobrecimiento de unos y el enriquecimiento de otros, la monopolización y la falta de competencia que ella implica.

El terrorismo y en general las condiciones de paz en inquietante calma son problemas conexos y de divergentes entendimientos.

En tales condiciones, el panorama no es del todo sombrío, pero el humo blanco se relativiza. Filosofía, Derecho y política, entonces, son las claves de la estabilidad, el progreso y el desarrollo; son los tres grandes ejes conductores de los Estados de nuestros días.

No es gratuito que los pensadores más importantes de las últimas eras (Luigi Ferrajoli, Norberto Bobbio, Giovanni Sartori, Jürgen Habermas o el mismo Hans Kelsen) hayan sido filósofos, pero al mismo tiempo, filósofos del Derecho y filósofos de la política.

Y es que el del Estado es un dilema en el cual ha recaído la reflexión de la mayor parte de los filósofos de todos los tiempos. Y con perspectivas tan críticas como las que ofrece el siglo XXI a la sociedad, la tríada se torna no sólo importante, sino imperiosamente necesaria.

El Estado constitucional y democrático de Derecho postula algo que incluso en las naciones más avanzadas del orbe pasa desapercibido: los derechos de los gobernados están antes y por encima de los poderes de los gobernantes; tal es el nuevo axioma que se desprende luego de décadas y siglos de lucha.

Es por ello que la filosofía ha centrado su atención en cómo materializar este punto toral. La filosofía, según su noción etimológica pero también originaria, es el amor a la sabiduría; no es otra cosa que la búsqueda constante, insaciable y perenne de la verdad. Y no hay verdad más importante, más esencial y más suprema que la del orden social, que la de la vida en común, que la del Estado al fin.

Por tal razón, la filosofía, ciencia de ciencias, indagación de indagaciones, es el único camino para la construcción de un sistema público congruente, armonioso y eficaz. Todo el orden jurídico, como todo el orden político, requiere de un fundamento elemental, una condición previa que sirva de soporte, un pilar sólido en cual sustentarse. Las normas jurídicas y las condiciones para gobernar, que son dos hilos transversales de lo jurídico y lo político, sólo pueden entenderse teniendo presente a la filosofía.

En sus múltiples manifestaciones, la filosofía entraña la superposición de la luz natural de la razón. Derecho y política son sólo concebibles si se anteponen sus instancias filosóficas, es decir, los cauces que cada rama de la filosofía arroja: racionales (lógica, epistemología, gnoseología), morales (ética), valorativos (axiología), relacionados con los deberes (deontología), relativos a los fines (teleología), inherentes al ser (ontología), interpretativos (hermenéutica) y hasta de belleza (estética).

Todo jurista, que al fin y al cabo construye la realidad social porque es el principal conocedor y aplicador de las normas, así como todo teórico o práctico de la política, por entretejer el gobierno en cualquier modalidad, precisa tener un firme bagaje filosófico para manejar sistemáticamente la red inmensa que es la sociedad.

En cualquier caso, la filosofía debe ser tanto práctica como especulativa, pues sólo así la democracia constitucional orientará su timón hacia horizontes fértiles, de plenitud y de abundancia. La filosofía nunca podrá ser considerada como una mera moda, o como algo anacrónico, inaccesible, lejano.

La ciencia social tiene su epicentro en la reflexión de día a día que se logra sólo acudiendo a la filosofía. Y las mayores de las ciencias sociales, como son el Derecho y la política, únicamente se encontrarán a sí mismas y hallarán su razón de ser cuando llegue la verdad. Una verdad sólo asequible filosóficamente.

 

* En http://teodulolopezmelendez.wordpress.com, que cita como fuente el diario El siglo, de Durango, México.

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