Francia: Cuarenta años de iniquidad
Ya está, Júpiter habló. Los hermeneutas, intérpretes de la palabra divina, tienen dios propio desde la Antigüedad griega: Hermes, más conocido en su versión romana como Mercurio, dios de los mensajeros, los ladrones y los mentirosos. Los titulares de la prensa son claros: Macron satisfizo las esperanzas de los chalecos amarillos, ergo, el movimiento tiene que acabar. En las radios, un puñado de arúspices derraman un torrente de palabrería insustancial para hacerle decir a Macron lo que no dijo.
Lo cierto es que Macron no cambia nada, pero arroja algunas monedas. No muchas. Étienne de la Boétie, allá por el año 1553, había descrito el cuadro:
“Los tiranos eran generosos con un cuarto de trigo, con una medida de vino, con los sestercios, y era terrible escuchar luego los gritos de: ‘¡Viva el rey!’ Esos imbéciles no se daban cuenta de que con aquella falsa generosidad no hacían más que recobrar una mínima parte de lo suyo y que el tirano no se la hubiera podido dar si antes no se la hubiese arrebatado.”
Tres medidas de efecto mediato fueron enunciadas. La primera muy ambigua: “el salario mínimo mensual (SMIC) aumentará en 100 euros, dijo Macron, sin que esta medida le cueste un centavo a las empresas”. ¡Un 6%! se pasma una cacatúa radiofónica. La realidad es otra: el SMIC no aumenta. Se queda igual. Lo que aumenta es la “prima de actividad”.
Para no afectar a las empresas y ofrecerle una limosna a quienes trabajan, el gobierno precedente creó la “prima de actividad” en agosto del 2015. Es un “incentivo”, un complemento de salario no contributivo. Es decir que no cotiza, y por lo tanto no cuenta para el cálculo de la pensión. ¿Cuánto es el monto de la prima de actividad? La friolera de 132 euros mensuales para un trabajador soltero y sin hijos. La prima es degresiva. Los € 132 los recibe quien gana 1.150 euros netos al mes. Si ganas un poco más, por ejemplo € 1.470 la prima de actividad es de 15 euros, ¡o sea 50 centavos al día!
Los 100 euros los pagará pues la Seguridad Social, con fondos que le pertenecen a los trabajadores. El salario mínimo seguirá siendo tan miserable como antes. Macron –con la cara compungida de quien acaba de tomarse una copa de aceite de ricino– practicó las fake-news.
Por otra parte, Macron propone eliminar –parcialmente– el aumento de impuestos que hace poco le aplicó a los jubilados (CSG). Un pensionado recibe una fracción del salario que recibía en su vida activa. Así, la pensión representa en torno a un 40-50% del último salario percibido. Gracias a Hollande, y a Macron, las pensiones están congeladas desde hace más de un lustro, con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo. No hay pues aumento de las pensiones, sino restitución parcial de lo sustraído.
Para justificar el aumento de la CSG, Macron ofreció un argumento que vale su peso en oro: “Hay que privilegiar el trabajo, a los activos, por encima de los pasivos”. Ahora retrocede, pero con elástico. La supresión del aumento de la CSG concierne las pensiones inferiores a 2 mil euros mensuales.
Dos mil euros equivalen a 1,68 salarios mínimos. Prueba a vivir en Chile con 464 mil pesos mensuales. O en los EU con US$ 2.110 (no sube desde el año 2009). La ventaja de aplastar a los jubilados residía en que no pueden hacer huelga. Pero con un chaleco amarillo pueden paralizar el país.
La tercera medida es como las dos primeras: un truco. Macron propone exonerar de cotizaciones y de impuestos las horas de trabajo suplementarias. Como hizo en su día Sarkozy, al abrigo de su inolvidable consigna: “Trabajar más para ganar más”. No es pues un aumento de salario. Para los patrones es un regalo de navidad. En vez de contratar más trabajadores, prefieren aumentar las horas de trabajo de sus asalariados. Sale más barato.
A poco andar Sarkozy se dio cuenta que el desempleo aumentaba que era un gusto. La Seguridad Social constató la reducción de las entradas que financian la Salud y la Previsión. El horario de trabajo real, alcanzado en siglos de luchas sociales, pasó de 8 horas diarias a diez o doce. No hay aumento de salario, sino una reducción del costo del trabajo. ¿Quién paga la diferencia? Los impuestos. Así llegamos de nuevo a la situación que originó todo.
Hace 40 años que dura este chachachá, un pasito adelante, dos pasitos atrás, y vuelta a empezar. Bendito neoliberalismo.
Costo global de las medidas anunciadas por Macron: unos seis mil millones de euros, cifra que anuncié ayer. Almas generosas suman lo que no se recaudará de impuestos en razón de la anulación de las alzas previstas (CSG y carburantes). De ese modo llegan a diez mil millones de euros, adicionando lo que nunca recaudó el Estado con lo que pagarán los propios trabajadores.
Ahora bien, el “Crédito de Impuestos Competitividad Empleo” (CICE) es una reducción de cotizaciones e impuestos que pagan las empresas, ofrecida con la encomiable intención de facilitar la creación de puestos de trabajo. “Un millón de nuevos empleos” anunció en su día, orondo, el presidente de la patronal. Años después el resultado es nulo. No hubo creación de empleo, pero el costo del CICE sigue pesando en las cuentas públicas: 40 mil millones de euros al año. Un ofrenda al riquerío de 40 mil millones de euros anuales, a cambio de nada.
¿Quiénes son los “asistidos”? ¿Quiénes viven de la plata del Estado? Las grandes empresas y las multinacionales. Las grandes fortunas no contribuyen ni con un euro al financiamiento de las medidas propuestas por Macron. Aunque le pedirá a las empresas “que puedan hacerlo” (sic), que le paguen una prima de fin de año a sus asalariados. Tal medida no es obligatoria. Y el monto de la eventual prima depende exclusivamente de la conocida generosidad empresarial.
Macron olvidó hablar de los desempleados de los cuales 50% no recibe ninguna indemnización, de la juventud, y de los funcionarios, incluyendo a los policías que envía a reprimir a los manifestantes.
En suma, Júpiter no dijo nada susceptible de apaciguar la indignación de los chalecos amarillos. Al término del discurso presidencial la inmensa mayoría coincidió en señalar que Macron les toma por imbéciles. Mala cosa. Queda por saber cual será su reacción. Una vez más, Étienne de la Boétie, un muchachito que escribió su obra maestra cuando era aun un adolescente, ofrece una respuesta:
“Ahora bien, ese tirano solo, no hace falta ni combatirlo ni matarlo. Cae por su propio peso si el país rehúsa la servidumbre. No se trata de quitarle nada, sino de no darle nada. No es necesario que el país haga el sacrificio de hacer algo por sí mismo, con tal de que no haga nada contra sí mismo. Son pues los pueblos mismos los que se dejan, o más bien que se hacen maltratar, puesto que serían libres con solo dejar de consentir.”