Fronteras. – UN ASUNTO DE DIGNIDAD, DE JUSTICIA Y DE CULO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Mexicanos, pero no sólo mexicanos, ocurre que mueren entre el río, el desierto, la sed y la bala. Sabemos dónde, pero no pensamos que la vieja señora que corta el hilo tiene otras oficinas.

Una mujer y su hija a punto de expulsión lejos del río Bravo, allá en Bélgica. «Pateras» que se dan vuelta de campana con demasiada frecuencia entre África y la península Ibérica o las Canarias.

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Corren los dineros del capital; de la magra ración que toca a legales e ilegales se alimentan decenas de miles; un mundo se agota y otro se agita, el agotado ahito, el que se mueve famélico. Y como dicen los viejos españoles, los dos grupos –llenos y vacíos– se desquitan con el otro «que vayan a tomar por el culo». Fea expresión de deseos que no siempre se reprimen sobre el colchón; pero acaso necesidad política de un pragmatismo necesario.

«Idealísticamente» las fronteras de Europa se han cerrado. Colombianos, ecuatorianos, argentinos, chilenos –estos últimos aseguran que andan turisteando– y etcétera son expulsados nada más tocar el aeropuerto; algunos se contentan de que no los «revisan» con la acuciosidad imperante en EEUU, pero igual les cacarean adiós.

Les corrompen su dignidad a esos viajeros, se las quitan, mófanse della.

Lo cierto es que Europa necesita de los migrantes «ilegales».¿De dónde si no la mano de obra que reemplace a sus jubilados? Alguien cosecha verduras en el otoño escandinavo. Alguien barre la nieve europea. Alguien controla los robots industriales. Alguien envuelve los paquetes de Navidad. Alguien limpia la mierda (buenos espíritus: la mierda existe y hay que barrerla), alguien provee de mujeres o de hombres, alguien hace evidente que no, no somos todos iguales por la gracia de algún dios.

Lo cierto es que también EEUU necesita de los migrantes, legales o ilegales. Alguien siembra. Alguien pone «desinfectantes» en los sembradíos. Alguien cosecha y empaca y se prostituye y prepara tortillas. Alguien maneja un taxi. Alguien dice «yes». Alguien fornica a la gringa aburrida, y de paso le recuerda al marido que ella tenga que «eso» no es un cascanueces (y no por las nueces que otros «álguienes» han elegido en los nogales).

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Pero no.

América Latina es una rara sociedad anónima que mata a sus acciones. Sus acciones son su gente. Chile entrega a Microsoft su destino en el campo de la tecnología digital; Brasil el suyo en el terreno agrícola (etanol, ha descubierto el gobierno de Lula, vale más que comida en un país de hambre secular: ¿uno de cada cuatro brasileños a la espera de ayuda estatal?); América Central se suicida con la matanza de su selva; Colombia se suicida no más; López Obrador dejó atrás su encendida retórica en México y Fecal, bueno, Fecal eso….

La dignidad de América fue de Bolívar cabalgando su ejército en pelo, de San Martín en la cumbre de Los Andes –herederos ellos de otra dignidad: la de esos haitianos que hoy mueren de hambre–. Dignidad fue de las mujeres de América, de Inés de Suárez a la dulce Manuelita, es de las que trabajan por un tercio de salario, de las que hacen crecer a sus hijos cuando el macho se evapora.

Dignidad la de los rebeldes y montoneros, que jamás fueron sido empleados de una financiera o de una botica. ¿Cuántos poetas-boticarios contáis?

Dignidad fue la de un continente que supo fornicar sin vergüenza mientras tuvo valor. Hasta que nos emascularon. Castrados comenzamos el siglo XX, pidiendo perdón por no tener ojos azules (los tenemos verdes maravillosos, marrones, amarillos, negros…, pero la tele insiste con los azules).

Nadie, ni Chávez ni Morales –cabezas de la «lista negra»– osaría cerrar fronteras. Pero si no las cerramos a ese metro con ochenta y cinco del texano, o al metro y ochentidos de estatura inglesa, o a los más pequeños, rubios o morenos –eso sí: claros–, que vienen de afuera con contratos «de inversión» y acuerdos «de ayuda» y mucho desprecio, con razón desde su ignorancia y por quienes con ellos tratan, no quedará otra opción más que ver cómo por ellas, por la frontera y la ignorancia, fluye la sangre, la plata, los recursos y la vida.

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Equivocado se adentró por el laberinto del general el viejo Gabo: no queremos que nos dejen vivir nuestro medievo, queremos que nos dejen vivir no más. No podemos arriesgarnos a que tarden allá en Europa en volver a matarse (y volver a tocarnos la puerta), no les podemos pedir más a los que los matan en la cuna del mundo. Es hora de arrojar los espejitos de colores a la basura.

Y con los espejitos y cuentas de vidrio, quién sabe, puede aprovecharse la movida para depositar allí mismo (en la basura) a los socios locales.

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