Fruta: qué significa 200 millones de cajas

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Con la salida del puerto de Valparaíso del embarque que llevó a puertos de ultramar, entre otras, la caja número 200 millones (200.000.000) que contenía fruta cosechada en Chile, «el país» supo definitivamente que se había consolidado como proveedor confiable de productos de esa naturaleza de primera calidad. Relucieron dentro de esa caja -la número 200 millones de las exportadas en los últimos años- los consabidos rayitos de sol del campo suramericano.

Cada manzana, cada pera, para racimo de uvas; cada bolsa -apta para microondas- de verduras congeladas, sin embargo, deja un pequeño vacío oscuro en el país. Grosso modo, una caja de fruta chilena se vende en el exterior a un precio que oscila entre US$ 12 y US$ 15; quienes la preparan para ser embarcadas perciben no más de 12 centavos de la misma moneda.

El ‘imperio’ de la agroexportación, en esta materia, se construye -literalmente- sobre la miseria y la sangre de un número indeterminado de mujeres, que en ningún caso bajan de las 200 mil personas: todas ellas bajo el nivel de pobreza, moviéndose entre los límites imprecisos -pero dramáticos- de la indigencia.

Según el economista Marco Kremerman, de la Fundación Terram, «Cuando el Gobierno dice que un poco menos de uno de cada cinco chilenos son pobres, comete un error técnico y violenta la dignidad de las personas. En estricto rigor, no tenemos un 18,8% de la población en situación de pobreza, sino que bajo una línea de pobreza estadística, relacionada con las pautas de consumo de 1986 y que se arroga el título de satisfacer las necesidades mínimas de las personas ¿Usted cree que alguien que recibe $45.000 mensuales ha dejado de ser pobre?

«En estricto rigor, si vamos a contar a los pobres, contémoslos bien, para que por lo menos se tenga una idea cercana a la realidad y a la cantidad de chilenos que la está pasando pésimo. Se entiende que sería un mal negocio para el Gobierno reconocer como pobres a un 60% de la población que, según la encuesta CASEN, cuenta con menos de $100.000 para sobrevivir». (El artículo se puede leer en: www.portaldelpluralismo.cl/interno.asp?id=4709)

fotoLa tierra se riega con vida

Las trabajadoras temporeras de la agroexportación no sólo cumplen sus tareas en un marco de precariedad extrema: viven precariamente. Los orgullosos índices de crecimiento que suelen mostrar el gobierno y algunas asociaciones empresarias, no guardan ninguna relación con las condiciones reales en que vive la fuerza de trabajo que contribuye a hacerlos posible.

En un mes de febrero, por ejemplo, murieron dos mujeres y un niño; y 68 personas quedaron heridas cuando el autobús que las transportaba -autorizado para 45 pasajeros- cayó con 71 a bordo a un estero en el sur de Chile. Iban a trabajar en la recolección de frutas, contratadas -es un decir- por una «enganchadora». Una «enganchadora» es una suerte de empresa que en connivencia con la compañía agrícola -los dueños del plantío- procuran trabajo en la temporada de cosecha.

Alrededor del 50 por ciento de las trabajadoras temporales van a sus faenas sin contratos legales y no gozan de ningún tipo de previsión social; no jubilarán jamás, carecen de servicios médicos, comen en el suelo, no hay servicios higiénicos en los lugares de trabajo, no se les proporciona movilización, sus hijos quedan abandonados mientras dura la temporada -o a cargo de tías, abuelas y otras personas que ya no pueden trabajar-.

No es difícil constatar en los lugares de detención provinciales destinados al albergue de menores delincuentes, que no pocos de ellos son hijos de temporeras. Los centros de recepción y cuidado infantiles dispuestos por el gobierno para protección de estos niños mientras dura la recolección de fruta, son pocos y a menudo muy distantes del lugar de residencia o trabajo de sus padres.

fotoANAMURI y la larga marcha por la conciencia

y el respeto a la mujer del campo

El comienzo del «boom» agroexportador de Chile se sitúa durante la dictadura -y ello explica las condiciones salvajes de explotación de las trabajadoras, cuyo único límite era la mayor o menor sensibilidad de sus empleadores-. Hacia 1998 se funda la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI), cuyo objetivo es el de «contribuir al desarrollo integral de las mujeres rurales e indígenas, considerando los aspectos laborales, económicos, sociales y culturales» que informan sus vidas y actividades económicas.

La asociación tiene representación nacional, agrupa a alrededor de 10.000 socias y se declara independiente tanto del Estado como de las organizaciones políticas chilenas. Frente a la realidad de la explotación de las mujeres asalariadas de la agroexportación, estimula la formación de una organización gremial de estas trabajadoras, que las represente, difunda, estimule y defienda sus derechos humanos y laborales.

En agosto de 2002 ANAMURI logró realizar una jornada multitudinaria en Santiago, a la que asistió el presidente de la República, quien se comprometió en mover la maquinaria estatal para lograr los necesarios marcos legales, institucionales y de protección al sector. Las mujeres siguen a la espera de soluciones verdaderas.

En materia de salud, por ejemplo, deben acreditar un mínimo de cuatro meses de cotización anual para acceder a la atención que brinda el estado a los trabajadores a través de FONASA (Fondo Nacional de la Salud). Muy pocas, si alguna, de las asalariadas de la agroexportación logra siquiera dos meses de imposiciones -y siguen atendiéndose en el saturado y quebrado servicio público para indigentes.

En esa reunión Alicia Muñoz, presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas dejó en claro que eran conscientes que por sus manos pasa la riqueza que cada día hace más ricos a las empresas y más pobres a las trabajadoras. Dijo:

«La globalización nos ha dolido, porque para que el modelo económico sea exitoso tiene explotar perversamente la vida y los derechos humanos. Por ejemplo, se sabe que estamos trabajando con elementos tóxicos o venenosos. Sin embargo los empresarios nunca nos han informado de su peligrosidad. No se ha tomado en cuenta al ser humano».

Buena fruta, mejor veneno

Un estudio realizado por el Departamento de Biología Celular de la Universidad de Concepción -análisis citogenéticos a temporeras de algunas áreas del sur- probó que en
las mujeres sometidas al contacto con los plaguicidas aumentaban las posibilidades de que sus hijos tengan algún tipo de cáncer. Además de envejecimiento prematuro y dolencias corporales.

Los plaguicidas utilizados pueden penetrar al cuerpo humano a través de la piel, los pulmones, el tubo digestivo y por la ingesta de los alimentos y también los ojos. Con estos productos se fumigan los campos aun en tiempo de cosecha, y se ha dado el caso que las nubes tóxicas, arrastradas por lo vientos, lleguen a poblaciones rurales o escuelas distantes varios kilómetros del área de desinfección.

Como señalara un periodista, a nadie le importa si fumigamos cuarenta niños en Melipilla para que las manzanas lleguen sanas a los mercados de Londres o Filadelfia. Se trata de unos cuantos mareos, unos cuantos vómitos, unas cuentas lesiones respiratorias. Poca cosa, algo que ocurre a hijos de nadie.

Soledad Duk, bióloga y docente de la Universidad de Concepción señaló que los estudios en el tema se iniciaron en 1990, pero que entre 2001 y 2002 se concentró en términos específicos en una zona específica. Aunque se trata de un grupo pequeño, la idea es ampliar este monitoreo a toda la región.

«Siempre se dijo que las temporeras eran un grupo de muy baja exposición a los pesticidas porque no es función de estas trabajadoras manipularlos, no obstante los resultados individuales mostraron que sí tienen exposición y contacto, y que provocan modificaciones». (www.rapal.org/v2/index.php?seccion=8&f=comunicados.php).

«Los daños, en términos generales, tienen que ver con cáncer, no necesariamente por químicos, sino también por exposiciones prolongadas al sol, sin las condiciones mínimas». Las trabajadoras temporeras tienen entre tres y cuatro veces más posibilidad de riesgo que otras trabajadoras, lo que significa una alta probabilidad de presentar alteraciones reproductivas, como esterilidad y traspaso a los hijos.

Bien haría el comprador de fruta chilena en Europa y EEUU en preguntarse si acaso no devora también -con ese trozo simbólico del sol del sur- un poco de la vida de quienes trabajaron para que llegue el sabor a su paladar.

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