Gabriela Mistral… el misterio de una cigarra
LN
Setiembre de 2009 devela lo que se sabía por 60 o más años; que la Mistral sentía amor carnal por personas de su sexo. Eso se llama homosexualidad, lesbianismo o amor sáfico –hablando de mujeres–. Amor y deseo y celos y penas y odios y placeres de la divina Gabriela. No es el asunto de la película de Luis Vera.
Está de moda: quienes se han perdido en las arenas y espumas de la sexualidad como embeleso tanto como los extraviados en el sexo como falsa moral discuten si aquel o aquella dormía con él o con ella. Nada más falso: uno duerme solo, con suerte alguien también ensueña a su lado. Dormir es una lección para comprender la muerte, soñar nos acerca al placer –o al terror.
Sabemos: si alguien destaca aparecen los caranchos u otros buitres para ofrecer "lo que nunca se ha dicho, lo que nunca se ha visto". Si hablamos de un o de una poeta la farsa elude risa y la costumbre: sitúa la tragedia de una sociedad de comiquitas, caricaturas, huidas, mentiras en su abismo inevitable. Luis Vera no lo hace.
Y todavía nadie quiere acercarse a los abismos luminosos de los sueños de la Mistral; luminosos, porque si nos acercamos al soma que reparte de la política contemporánea la respuesta es un largo descenso al lugar común de los abuelos fracasados.
El Amor no se parece al amor. Mistral pudo amar por todos los conceptos. La huella de su poesía no son sábanas arrugadas. La huella de su poesía es una brújula para volver a descubrir lo hondo del castellano que otros poetas reinventan, o creen descubrir.
Las y los poetas no son por la cacterística inmediatamente debajo de sus ombligos. Tampoco por lo que beben. O sufren. O gozan. Ni por su desarraigo. Menos por su belleza física. Porque seduzcan o abandonen. Los poetas simplemente son: una manifestación de la naturaleza.
Y la Mistral fue, es, un vendaval; viento que su país necesita. ¿Si amó a mujeres? ¿Acaso tiene sexo amar? ¿Es importante intentar determinarlo? Los imbéciles no saben que la vida se hamaca en otra rama.
Luis vera ayuda un poco a comprender.
Ficha Técnica
Dirección, guión y producción: Luis Vera
Cámaras: Raquel Baeza y otros
Edición: Mario Solis
Sonido: Jairo Molina
Música: Ernesto Calderón
Gráfica: Francisco Gilbert
Duración: 86.15 minutos
Lucila y Doris: ¿iban a ser reinas?
TODAS ÍBAMOS A SER REINAS
Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad.
En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.
Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.
Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.
De los cuatro reinos,
decíamos, indudables como el Korán,
que por grandes y por cabal
esalcanzarían hasta el mar.
Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.(GM)
Con las rondas y poemas de Gabriela Mistral nos criamos en nuestra infancia escolar en Chile, en una escuelita primaria, donde entonábamos el Puro Chile es tu cielo azulado, como si no existiera más que una larga y angosta faja de tierra en este mundo y en el otro. La Maestra rural, Lucila Godoy Alcayaga, Gabriela Mistral, ya era la madre de todos los niños de Chile y por ella, del mundo. Para la autora de Desolación, Ternura, Tala, Lagar, Chile tiene la forma de un gran remo, preferìa esa imagen a la de la espada.
Yo esperaba que la Mistral llegara en algún momento de la clase a cubrir los piececitos de niños azulosos de frío, en algún rincón olvidado de la patria y también en mi escuelita donde aun tenía compañeritos descalzos por la mala fortuna.
Desolada de Gabriela, Chile, de la crítica àcida literaria y de la otra, llena de chismografía, abandonó su natal Valle de Elqui en Vicuña, donde nació, tierra de sol, cerros, cielo azul, y comenzó a ser una joven educadora errante por Chile, hasta llegar a Punta Arenas, la ciudad más austral del país. (Un río suena siempre cerca. / Ha cuarenta años que lo siento. / Es canturía de mi sangre, / o bien un ritmo que me dieron. / O el río de Elqui de mi infancia / que me repecho y me vadeo. / Nunca lo pierdo; pecho a pecho / como dos niños nos tenemos .) Viajó y viajó por la geografía, hasta que el mapa de Chile se le agotó y partió allende sus fronteras, para volver en unas contadas ocasiones, envuelta en la gloria del Premio Nobel de Literatura, investidura que no le acomodaba, ni hacía gala y no usaba más que para lograr apoyo a la infancia del mundo y a los ciudadanos más desposeídos porque no alcanzaban a ser ciudadanos. La Mistral en México con estatuas en vida, España, Italia, Francia, Brasil, Nueva York, Cónsul de Chile, pública y secreta, siempre estuvo en la boca de alguien y su poesía, perdonen el cliché, era una ilustre desconocida. Sin embargo, sus pares siempre la respetarían, algo así como una intocable, para Neruda, Parra, Gonzalo Rojas, Díaz Casanueva, Lihn, Teillier, Arteche y la mayoría de los poetas con la excepción de Huidobro y De Rokha, demoledores de cualquier espejo que no fuera el de ellos.
La Mistral formó parte de la leyenda negra que se tejió sobre su vida y poesía, desde el suicidio del ferroviario Romelio Ureta. Allí comenzó a escribirse el Folletín mistraliano y su leyenda superaba en atención a su obra poética y a su trabajo intelectual en defensa de los derechos de la mujer y del niño, de los más necesitados. Una historia que acompañaba uno de sus poemas más emblemático tal vez, estudiado, leido, admirado… Los sonetos de la muerte…Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido…
Exigente siempre con su poesía, corregía hasta los libros impresos, guardaba su poderosa caligrafía y hermética poesía en un gran baúl, ahí acumulaba nuevos destellos para la posteridad, o simplemente lo que no deseaba editar v posiblemente estaba contenida la Gabriela más personal, íntima, simplemente secreta, sin ninguna retórica. Ella escribía un sólo gran poema interminable.
Su poesía fue revelada en Nueva York, en la Universidad de Columbia por el profesor hispanista Federico de Onís. En Nueva York fue descubierta en un recital memorable que dio de Onís, en su ausencia, y en 1922, fue editada en la Gran Manzana por primera vez. Tala, su segundo libro tampoco sería editado en Chile, sino en Buenos Aires. Fue una ecuatoriana la que la propuso para Premio Nobel de Literatura: Adela Veasco. Después el presidente chileno, Pedro Aguirres Cerda, tomó la bandera de Gabriela y puso en marcha la diplomacia del país en favor de la poeta, quien era muy re-conocida fuera de Chile. Poco atendían su poesía sus detractores de oficio, seguían sus pasos, las huellas que quería dejar la adelantada de Chile. Que tuvo un hijo, que sus secretarias, que dijo, no dijo, no quiere a Chile, poco chilena, y la Mistral recorriendo el mundo con sus muertos, poesía, cargando el país lejano, su valle, las culpas propias y las que le endosaban, cabalgando entre ladridos de perros en la frontera de sus palabras. Una mujer nada de tonta, la calificó Roque Esteban Scarpa, mi viejo profesor de Literatura General en la Universidad de Chile. Las piedras y los hombres, los panes y las flores, las nieves y la poesía han recibido la alabanza de su voz profundísima. Ella misma es una parte de nuestra gegrafía, dijo Neruda. Y Enrique Lihn también dijo lo suyo: Dirán que está en la gloria. Carlos Germán Belli dijo que llevaba un reino dentro. Esa maestra, la llamó Borges. El crítico chileno Jaime Concha dijo que la Mistral no amaba y nunca amó Chile. Ha robado sin quemarse, el fuego de los dioses, dijo la poeta cubana Dulce María Loynaz. Fernando Alegría dijo que Gabriela se había hecho a golpes de hacha. Unas de cal y otras de arena. Gabriela fue incómoda para el stablishment donde quisiera que este se encontrara. Pero es muy abusurdo decir y creer aún que amara o no a Chile, ella tenía su propia visión de patria, nadie puede obligar a nadie tragarse todo el país de una sentada como si fuera un purgante agradable. Ella muriò revisando hasta última hora su f interminable Poema de Chile. Tal vez era una manera de seguir adentro de Chile, no podía separarse de su tierra, ella que fue cordillera, dura piedra en el viento de Chile. Iba y venía en el interior de su propio ser. Se viajaba por dentro, la Mistral, con todos sus fantasmas. Así debemos verla, no como quisiéramos, sino como es.
Escribí para no morirme, escribiò en una oportunidad, y pocos entendía el signifiacdo de sus palabras. La Mistral ya había muerto cuando se reveló su apasionada correspondencia con el poeta chileno Manuel Magallanes Moure. Y cambió la historia del supuesto lesbianismo, que tanto quitaba el sueño a los que no veían la grandeza de su poesía y prosa, de su humanismo y compromiso con la gente y sociedad a toda prueba, algo tan necesario en cualquier época y tiempo, pero cada día más escaso. Corría el 78 y la Mistral había fallecido en Nueva York en 1957, cuando estalló el eco de este amor imposible como bola de fuego en la crítica de Chile y en el mundo literario, abriendo una nueva ventana en el enigmático panorama de su vida. Y su correspondencia personal hablaría mucho más de ella que todos los frascos de tinta que derramaban sus tenaces detractores. En otras misivas, se sabe que a los 15 años amó platónicamente a un hombre mucho mayor que ella, llamado Alfredo. En su primer escrito, que data de 1905, firmaba como «Amor imposible». Ella diría después, ese amargo ejercicio de amar. Tantas otras cosas se sabrían, un par de nuevos libros, misivas secretas, papeles y papeles, la Mistral se reescribía en el silencio apasible doblemente callado en el norte de Long Island, en Nueva York, a 60 minutos de Manhattan. Nueva York, a ella que se llamaba patiloca, viajera, errante, nómade, sin fronteras más que sus propios cerros del Valle de Elqui, la consideraba una ciudad horrible, apocalíptica definitivamente un monstruo helado.
Después de su vida y de su muerte, el mundo mistraliano ya no sería más el mismo. Formaría parte un telón de fondo obligado de la poesía chilena, como la Cordillera de Los Andes, y se convertiría en un personaje internacional admirado, respetado por países, gobiernos, escritores, instituciones y por un Chile a regañadientes siempre criticada. En Long Island, en la calle Spruce en Roslyn Harbor N. 15, concluyó sus últimos años, al resguardo de su privacidad en manos de su diligente y celosa secretaria, Doris Dana, quien enfrentó tantas veces a los chilenos curiosos, periodistas, investigadores, del patrimonio heredado de su amiga Gabriela Mistral y cuyos años finales compartió intensamente. Los baúles de la Mistral quitaban el sueño a los chilenos. Se hablaba de un patrimonio cultural secuestrado. Los papeles de un icono de la literatura chilena y castellana, cuyo rostro Chile había convertido en papel moneda. Gracias a mi madre, yo la iría a despedir en la Universidad de Chile, junto con millares de chilenos. Maquillada por esas funerarias gringas hollywoodenses, embalsamada, la conocí muerta. Me detuve frente a su urna de cristal en el solemne y cálido verano del 57 en Santiago de Chile, y no olvidaría jamás su rostro de cordillera nevada.
Sus biógrafos, críticos, curiosos, no han cesado desde hace más de medio siglo, desde su muerte, de escudriñar la vida íntima de la Premio Nobel, de la sencilla maestra rural, que nunca olvidó Chile. Se acaban de editar unas 250 cartas cruzadas con Doris Dana, bajo el título: Niña Errante. No he leído el libro, sólo algunos fragmentos de sus cartas y de su amiga Doris Dana. Los primeros comentarios en Chile fueron sutiles, más bien no los hubo, se le dejó al lector que opinara cuando leyera la correspondencia. Pero otros medios en distintos países fueron subiendo el tono con relación a las epístolas, que en la Mistral adquieren potente creatividad literaria.
Mistral: “Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún”.
Dana: “Quiero conocer estas cosas subterráneas y tú sabes bien que tengo confianza, muchísima confianza. He dado a tí (sic) la prueba de mi confianza”.Mistral: “Lo subterráneo es lo que no digo. Pero te lo doy cuando te miro y te toco sin mirarte”.
Dana: “¿Y piensas tú que en mi mirada a ti y mi manera de tocar a ti no hay cosas que yo pueda decir o mostrar? He vivido siglos buscando a ti (sic)”.
21 de Abril de 1949: Mi amor: (…) Y tengo celos de estos nubes que pueden verte más pronto que yo. Y el viento –el viento me abraza- y yo ruego al viento “abraza a ella para mí, haga que ella que es mi abrazo, tierno, y pasionado”. Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que estos, viento y lluvia, puedan abrazarte y besarte para mí. Doris Dana
24 de Noviembre 1949: Doris mía: (…) Procuro cuidarme para ti. Yo no tengo razón de vivir. Cuando llegaste, yo no tenía nada, parecía desnuda, y saqueada, paupérrima, anodina como las materias más plebeyas. La pobreza pura y el tedio y una viva repugnancia de vivir. Todo lo has mudado tú y espero que lo hayas visto. (…) Un abrazo tierno, Gabriela
31 Noviembre 1949: Doris. (…) Tal vez el caso tuyo actual sea el de que el amor que me diste ha pasado a otro y es a estas horas la dicha de otro. (…) Pero, así y todo, te pido no escribirme. Déjame curarme, déjame reaprender mi pobre vida de antes. (…) Te lo repito por última vez: yo no soy la bestia de mera calentura física que tú has visto en mí. (…) Pero eso no fue hecho por otra cosa, fue un amor violento de alma y cuerpo. Gabriela.
Más allá de estas cartas, fragmentos, que tienen la belleza de la pasión, autenticidad y de la literatura, la poesía, la vida, está la Obra Total de la Mistral, cubierta y redescubierta, como la nieve que a veces deja ver el espinazo de la Cordillera en verano.
Son tantas las Gabrielas, que es difícil quedarse, seleccionar una e inclusive está la chaplinesca, que soñaba con un mundo poético, no de máquinas. La Gabriela de Tiempos Modernos. Pero ella misma encendía una lámpara y apagaba otra. La mujer que sabía lo que era el amor: «Un grande amor es una cumbre ardida de sol; las esencias más intensas y terribles de la vida se beben en él. El que quiso así, no pasò en vano por el camino de los hombres». Un Mistral en el extremo de la agonía y éxtasis. La Gabriela de todas las contradicciones y más, pero de arraigados principios sociales y personales. La Mistral, Gabriela, es la estrella chilena de la diáspora. Ella misma dijo: Iré caminando por la tierra de Chile como un fantasma llevado de la mano por un niño. Esta Sor Gabriela chilena, que con la Juana mexicana comparó Octavio Paz, con algo de desdén, no tragaba el país paquete en su totalidad, era crítica por naturaleza, más allá de la estupidez de cierta crítica, medios e intelectuales, círculos de envidiosos, mediocres y miopes, tan propensos a ver su propio ombligo profundo de ignorancia o plano de sentido común. Durante toda su vida, la Mistral fue un mundo, un planeta inexplorado. Observada por el ojo ciego de Polifemo.
En 1997, afortunadamente el Fondo de Cultura Económica dio a la luz el libro del profesor Grínor Rojo: Dirá que está en la gloria, uno de los análisis más completos, independientes, lúcidos, esclarecedores de la vida y obra de Gabriela Mistral. El estudio de Grínor Rojo refleja una investigación acuciosa de los papeles, archivos diseminados de la obra de la Mistral en Estados Unidos, Brasil además de otros manuscritos inéditos rastreados en Santiago de Chile. «El erotismo, con esta palabra inicia su prólogo Rojo, el maternalismo- en segundo lugar, comento,- el ambiguo mensaje de las canciones de cuna, la religiosidad ortodoxa y la religiosidad alternativa, el alrgo camino de su recobro de Chile y el Poema de Chile, las varias caras de la que ella misma denominaba su «locura».
La conclusión de Rojo no puede ser más precisa cuando sostiene que después de leer su obra poética y la mayoría de su prosa, ha salido con una inmensa admiración por la poeta, «cuya voz a estoy ahora convencido que debe contarse entre las más excelsas de la lengua, sin una admiración comparable por la prosista, que en una proporción bastante más grande de lo que se le suele conceder produce literatura de circunstancia o de encargo, y con un descontento no pequeño (y estoy siendo discreto de nuevo) hacia el trabajo realizado por los críticos tradicionales de su obra.»
Cuando las personas hacen mutis por el foro y ya no están físicamente, sólo su obra hablará por ellos. Mi experiencia con la Mistral, no es que ella hoy sea «más famosa», ya tuvo el Premio Nobel, Nacional de Literatura de Chile y reconocimientos en importantes universidades, sino más bien que su obra está siendo descubierta, puesta en ad valoren, estudiada, reconocida, como debe hacer con una poeta, intelectual del tamaño bíblico de la incomparable Gabriela Mistral. Tan aficionados los narradores chilenos de hacer novelas sobre los poetas y otros dedicarse a la chismografía simplemente, digo, la vida de la Mistral debiera llevarse al cine. Pienso que Gabriela es materia de celuloide para Raúl Ruiz o Almodóvar. Es un dato, el personaje resiste más de una toma.
A Gabriela Mistral/
Lucila de Elqui/
Alcayaga y llaga/
de todos los valles/
adelantada de Montegrande/
amada por Chile/
recibiendo/
el Premio Nacional/
de Literatura/
mucho antes del Nobel/
de manos de Raúl Silva castro/
insigne cabrón/
de la crítica nacional/
como tantos otros/
huérfanos de olfato/
monotemáticos pisapapeles/
de la literatura criolla/
bolas del alcanfor y naftalina/
verdaderos comején/
de la palabra.
Del Libro, Los Poetas de Chile de Rolando Gabrielli, 2007
Epílogo
Jorge Marchant Lazcano en su artículo Love Story se dio a la tarea de visitar la casa en Long Island, donde vivían Doris y Gabriela, pero ya había desaparecido y en ese mismo sitio se levanta hoy una propiedad construida en madera. Doris, comenta el autor de la crónica, conoció por primera vez a Gabriela en 1946, en el Barnard College. Ella tenía 26 años y Gabriela 57 y quedó deslumbrada de su intelecto. Todavía recuerdo, cito al autor, vivamente, con angustia, el sufrimiento que reflejaba en sus ojos, comenta Doris. Había muerto hacía poco tiempo su sobrino Yin Yin en Brasil. No es un dato menor. Gabriela lo había criado de niño y se suicidó en circunstancias que la poeta nunca aceptó como legítimas. No olvidó su muerte y se sumió en un pozo oscuro interminable. Como tampoco es un detalle insignificante que Gabriela le contara al poeta Moure que a los siete años fue violada por un mozo.
Sigamos leyendo la historia de amor de Marchant, de manera textual nos dice:
«La chica de pelo cobrizo que, según Gabriela, parecía una belleza prerrafaelista de Burne-Jones, y según el lugar común chileno una copia de Katharine Hepburn, vivió su infancia entre un elegante departamento de la Quinta Avenida y una casa de playa en Long Island junto a dos hermanas y el padre que amenazaba con suicidarse pistola en mano. Mientras estudiaba literatura en Barnard College conoció a Charles Neider editor del libro “La estatura de Thomas Mann” que incluiría un texto de Gabriela Mistral. Luego de traducir dicho texto, Doris Dana le envió un ejemplar a la poetisa que residía por entonces en California, junto a una entusiasta carta de admiración en la que recordaba aquella fugaz primera visión en Barnard. Era el otoño de 1948 y la posibilidad de reunirse en Los Angeles con el escritor alemán exiliado se fue convirtiendo para las dos mujeres en una promesa de conocerse.
De cualquier forma, Thomas Mann pasó a un segundo plano ante un potencial viaje de la entusiasta pareja a México. “Durante el verano, practicaba mi español industriosamente, es limitado, Maestra. Pero tengo gran voluntad. ¡Qué dicha tendré de ver su rostro!”. Hacia octubre de ese año, se reúnen en la casa de Gabriela en Santa Bárbara. Luego en México donde Gabriela había sido nombrada cónsul en Veracruz, de acuerdo a numerosas fotografías de la época en que aparecen juntas. Gabriela luce feliz, rejuvenecida, llena de vida, surgiendo de la oscuridad en que la había sumido la muerte de Yin-Yin. En algún momento hacia fines de 1948, Doris Dana había regresado sin embargo a Nueva York y Gabriela Mistral escribía: “Amor: Nada sé yo ¡pobre de mí! de tus problemas, nada. Y nunca sabré nada. Creo que es tu orgullo lo que te hace callar. Pero resulta, Doris mía, que yo debo sufrir la humillación de esta ignorancia. Y de otras. Y no es justo esto, y es feo además, y necio y estéril y a la larga esto va a envenenar nuestra vida”.
«Aquel sentimiento de desgaste, de fracaso, se contrapone con destellos de alegría cuando Mistral sentía a Doris cerca suyo: “Es como si siempre yo te hubiese tenido, como si fuésemos hermanos de edad semejante, o como si fuésemos amantes de media vida, o couple (casados) de mucho tiempo”. Esta será la constante de la correspondencia que se extiende hasta cuando ya viven juntas. La imagen de Doris Dana va creciendo distorsionada según sea el ángulo de la mirada de Mistral, porque existen muy pocas cartas de la norteamericana. (¿Habrá destruido las propias?) El miedo a perderla, cuando ya le queda muy poco que esperar de la vida, se convertirá en el eje de la existencia de Gabriela Mistral. Doris Dana podría haberse encontrado enferma en Nueva York pero Gabriela no lo sabe con exactitud: ¿Tuberculosis? ¿Daño del corazón? ¿Mala alimentación? Doris Atkinson señala al respecto: “Algunas de sus características, como su dificultad para mantenerse sobria, sus luchas contra la depresión y sus cambios de humor propios de los maníaco-depresivos -tan frecuentes en mi familia…- estaban todas presentes en la tía que conocí y amé. Ella podía ser dulce y encantadora y, luego, sin previo aviso, ponerse amarga y enojarse”.
“¿Por qué, dime eres tú tan reservada? Cerrada para mí, casi extranjera, en cuanto se refiere a tus problemas y a tus conflictos. Yo que te lo he dicho todo, sufro de tu reserva, y sufro de eso cada vez que llegan tus cartas. Esto no puede seguir así, Doris mía”. Y de inmediato, en carta siguiente, Gabriela se arrepiente de lo dicho: “He sido un animal hablándote duramente a causa de los celos. Recuerda siempre que el español es una lengua muy brutal y recuerda también que nuestras razas son muy diversas”.
Los celos, las diferencias raciales y los asuntos económicos, son tres puntos cruciales en esta compleja relación. A través de todo el epistolario pena a Mistral la existencia de una tal M.M. en la vida de Doris Dana. Pedro Pablo Zegers (editor del libro) sugiere la posibilidad de que aquella persona pudiera haber sido Monika Mann, una de las hijas de Thomas Mann, lo que incluso Doris Atkinson de alguna forma corrobora. Dana podría haberla conocido a través del libro de Charles Naider en el cual Monika participó. Poco querida por su padre -quien hiciera comentarios despectivos de Monika al tratarla de histérica o refiriéndose a sus “estúpidos amoríos”-, estuvo casada con un intelectual húngaro que falleció en 1940 cuando el barco que los conducía a los Estados Unidos fue torpedeado en el Atlántico.
El asunto racial puede reflejarse en innumerables y desconsoladas palabras de Mistral: “Hasta hoy yo no veo más razón para tu ruptura conmigo que el no ser yo una americana y el no ser una caucásica de raza y el tener una ideología de mestiza, de “color people”. Tal racismo me deja estupefacta. Y llego a creer que en tu ruptura no obras tú, que obran tal vez otras personas”. Siempre se opone a la ira, en el corazón de Gabriela, la esperanza de una vida mejor: “Que en otra encarnación las dos nazcamos en razas nórdicas, vida mía.”.
Por su parte, el tema económico se refleja en constantes revisiones de cuentas corrientes, temor de pérdida de dinero, pagos de pasajes, promesas de herencia. Todo lo anterior queda claro cuando Gabriela le lanza un ultimátum a Dana en Nueva York en mayo de 1949: “Tú sigues allá por una de estas razones. a) Un amor que no confiesas (M.M. ha vuelto a entrar en tu vida y vas a regresar con ella.) b) Falta de dinero para gastos que yo ignoro. La deuda en que te lanzaste por M.M. puedes amortizarla desde aquí. Yo te ayudaré para eso. c) Neoyorquismo. Eso no tiene cura. Opta entre esa ciudad y esta indígena del sur.”.
Felizmente para ambas, Dana no tuvo que optar entre Nueva York y la poetisa del Valle de Elqui.
En 1952, una vez más cargando con toda su soledad en Rapallo, Italia, Gabriela reconsidera la posibilidad de vivir en Nueva York. Pero es clara en su petición a la amada: “Sin fatigarse, sin prisa, emplea estos meses en buscarte una casita cerca del mar y no demasiado lejos de Nueva York. (Yo veo que tu centro será siempre esa ciudad terrible.) Procura que no sea blanco fácil esa ciudad o pueblo para las bombas y cuenta para ello con esos nueve mil dólares. Tal vez las dos vamos a vivir en ella…”
El sueño americano se cumple finalmente para Gabriela en Roslyn Harbor, una casa moderna con garage como las miles que crecen por entonces en los Estados Unidos, cerca de las grandes ciudades. “A mí me descansa de mis cuidados -le escribe Gabriela a su amiga Victoria Ocampo- regar las plantas de Doris, unas pocas que dan a la calle. Por tener aquí casi todo lo que yo realmente necesito voy teniendo paz de más en más.”
De los objetos guardados por Dana de aquella vida en paz -que extrañamente hoy a muchos homofóbicos fastidia-, expuestos hace un par de años en la Biblioteca Nacional de Chile, salta de inmediato el recuerdo de un fonógrafo de la época en que estaba puesto un disco de 1953 de Doris Day (casi tocaya de Doris “Dein” como se pronuncia su apellido). La canción, popularísima entonces, se titula “Secret love”. El amor ya no es más secreto aunque le duela a muchos. Ahora es eterno. De aquella casita típica de fines de los años 40, saldría Gabriela con el cáncer a cuestas al hospital de Hempstead -que tampoco existe- el invierno de 1957. En los bosques de Roslyn debieron quedar resonando sus palabras: “Ay, que no vuelva a verte. Quédate conmigo. No te vayas más, Doris Dana. ¡No te vayas más!”. Pero fue ella quien se alejó a la aridez del sepulcro en Montegrande.»