Genocidio Armenio: Los enterraron… no sabían que eran semilla

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Abril tiene eso de ser una explosión de emociones… será que mi vida está signada por  este mes pues en él nací y en mis venas también bulle el grito de mis antepasados armenios.

El día 24 de abril de 1915, como consecuencia de un nefasto sistema imperante, se puso en marcha un plan siniestro,  lo que tiempo después se conoció como el Genocidio Armenio. Plan macabro llevado a cabo en manos del entonces Imperio Otomano, al que pertenecía Turquía.

Genocidio que exterminó  un millón quinientas mil (1.500.000)  almas armenias. No hubo distinción de sexo, edad, condición social, ni económica. Lo que determinó la masacre fue la sola condición de ser armenio y con el único objetivo de quitarles su identidad y despojarlos de sus tierras ancestrales.

La alevosía del crimen fue tal, que no solo incluyó la muerte, sino que fue un crimen sistemáticamente diagramado, planificado y perpetrado contra toda la comunidad armenia que habitaba milenariamente la región, y que desde 1915 se encuentra apropiada dentro de las fronteras de Turquía.

Mi abuelo Megherdich y mi abuela Makruhi, nacieron en Nigdë , región de Anatolia. En sus tierras quedaron sus seres amados masacrados sin razón humana que consuele sus heridas. Las circunstancias imperantes, y quizás el azar, les permitieron ser “Sobrevivientes” de tal atrocidad. Ellos junto a otros armenios pudieron escapar del espanto encontrando un lugar en esta tierra Argentina que generosa les abrió sus puertas. Tierra que ellos lograron  amar como propia sin olvidar jamás su Patria, sus seres amados que quedaron muertos por inanición en aquellos desiertos por la deportación forzada turca. Muertos de hambre, muertos de sed, muertos de frío, enfermos, abusados, despojados arbitrariamente y sin piedad de toda dignidad humana.

Ciento tres (103) años han pasado del comienzo de la pesadilla… de dolor, del abuso, de la muerte, del hambre, del despojo contra niños, mujeres, hombres, ancianos. Sin embargo, parece que la historia insiste en repetir lecciones cuando aún no fueron aprendidas. Una vez consumado el genocidio, se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, pero la humanidad calló y otorgó. Si bien algunas voces tibias de algún país condenaron simbólicamente el crimen cometido contra los armenios, nada pasó. Ningún castigo efectivo contra los perpetradores existió.

Cuando la impunidad reina, la historia se repite. Años posteriores, estalla la Segunda Guerra Mundial y en el mundo se consuma el segundo holocausto del siglo XX. El Holocausto Judío. En esta segunda triste oportunidad, los anticuerpos de la humanidad se encontraron más atentos y es, quizás, el crimen de lesa humanidad que más presente se tiene en las cabezas de las personas, en la literatura, en la cinematografía, en las efemérides.

Sería ciencia ficción imaginar que hubiese sucedido si la humanidad hubiera reaccionado con la misma vehemencia contra los crímenes  cometidos contra los armenios. ¿Se hubiesen podido evitar las masacres posteriores? No lo sabemos. Lo cierto es que cuando el perpetrador comete un crimen que impune queda,  seguro en el futuro perfeccionará su técnica, su método y volverá a arremeter contra nuevas víctimas, con nuevas excusas, con diferentes nombres.

Aunque luego de lo narrado resulte increíble, es necesario destacar que aún hoy el Estado de Turquía niega la existencia del Genocidio Armenio de su autoría. Aún hoy sostienen que los hechos se desarrollaron en el marco de una “guerra civil”. No debería sorprendernos, ya que es la misma lógica negacionista que en nuestro país aflora en un sector de la sociedad  para negar y/o justificar los crímenes de lesa humanidad cometidos por el terrorismo de estado en la Argentina durante la última dictadura.

En nuestro país, se hizo efectivo el reconocimiento legal del Genocidio Armenio en el año 2007 por medio de la Ley Nº 26.199, que además  instaura el 24 de abril como “EL DÍA DE LA ACCIÓN POR LA TOLERANCIA Y RESPETO  ENTRE LOS PUEBLOS”.

Aunque haya transcurrido más de un siglo, el reconocimiento legal de la comunidad internacional del Primer Genocidio del Siglo XX es de vital importancia. No solo es darle voz a los silenciados, sino que es quitarle el poder de la impunidad al opresor  y bloquear la posibilidad que una vez más la pesadilla se repita en algún lugar del mundo en el futuro. Desde este punto de partida, varios países de la comunidad internacional han actuado manifestándose contundentemente por medio de documentos legales con efectos jurídicos de reconocimiento del Genocidio Armenio. Entre ellos: Uruguay fue el primer país del mundo que reconoció el genocidio armenio, en 1965. Le seguirían entre otros los parlamentos de Rusia (1994), Holanda (1994), Grecia (1996), Francia (2001), Italia (2001), Suiza (2003), Canadá (2004), Suecia (2010) o Bolivia (2014).

El Papa Francisco en el año  2015, año del centenario del Genocidio, por primera vez en la historia mencionó públicamente el Genocidio Armenio. Si bien hubieron documentos del Vaticano que anteriormente lo mencionaban, esta fue la primera vez que el representante máximo de la Iglesia Católica lo ha hecho en un ámbito público y utilizando la palabra “genocidio”.  Este dato resulta una paradoja más en este asunto, máxime si recordamos que el pueblo armenio, en los albores de la historia occidental fue el primero que se convirtió al cristianismo. Nunca es tarde cuando la dicha es buena y ha sido Francisco quien hizo la diferencia.

Sin embargo, la paradoja se vuelve más inquietante aún cuando leemos las noticias. El 14 de febrero del corriente año, se presentó en el Parlamento de Israel un proyecto de ley de reconocimiento del Genocidio Armenio. El proyecto fue rechazado de cuajo, expresando las autoridades que Israel no tomaría una resolución oficial al respecto, luego que un grupo de intelectuales israelíes promoviera la promulgación de la ley en virtud de la conexidad histórica y de padecimientos del  pueblo armenio y judío. Paradojas de la historia… ¿Qué otra respuesta podríamos especular viendo este asunto desde los ojos de un palestino?

La República de Armenia ha tenido una historia signada de altibajos. Podríamos afirmar que su posición geográfica y recursos naturales ha sido en todos los tiempos blanco del asedio invasor. Luego de la derrota de los turcos y con el triunfo de la Revolución Rusa,  los armenios encontraron la oportunidad de declararar su independencia de los turcos el 28 de mayo de 1918 (Primera República) en la fracción de territorio que pudieron salvaguardar. Quedando de este modo conformando la URSS. Durante la crisis desatada en los 90, que concluyo con desintegración la Unión Soviética, Armenia encuentra con vigor su Segunda independencia, el 21 de setiembre de 1991.

Como descendiente de armenios siento en mi todos los gritos de mis ancestros pidiendo justicia y seguramente estas humildes lineas no lleguen siquiera a escribir la J de esa palabra. Sin embargo es un deber ético y moral darle voz a los silenciados, a los humillados. Es tan doloroso que haya transcurrido tanto tiempo, tanto dolor y  aún hoy en ningún libro escolar se cite siquiera como hecho histórico lo sufrido por el pueblo armenio. Más perverso aún, cuando vemos en televisión abierta actualmente, novelas turcas relatando como un cuento de hadas las “maravillas” del sultanato.

Con el tiempo transformé ese dolor ancestral en humilde pedagogía. Cada vez que digo mi apellido y las personas preguntan: Que apellido raro  ¿de que origen es? Es justo ahí donde se me hincha el pecho de contarles: ES ARMENIO TODOS LOS APELLIDOS QUE TERMINAN EN “IAN” SON ARMENIOS! (La terminación “ian” es un sufijo que significa “hijo de” y se adosa al oficio del padre de familia. Por ejemplo: kassabian = hijo de cazador o carnicero). Y luego, es obligada la síntesis histórica ante la absoluta ignorancia (inculpable) de mis interlocutores sobre la existencia del PRIMER GENOCIDIO DEL SIGLO XX.

Sin embargo  “creyeron que los enterraban y no sabían que eran semillas”… Luego de la masacre de 1915 perpetrada por el Imperio Otomano se generó la DIASPORA ARMENIA con los sobrevivientes. Es decir, aquellos despojados que pudieron sobrevivir a la mano asesina, ya sin familia, sin documentos, sin nada absolutamente, con solo el aliento de supervivencia y con la colaboración (tardía) de la comunidad internacional pudieron alojarse en diferentes lugares del mundo. Mis abuelos, por ejemplo, pudieron salvar sus vidas en Siria y luego en el Líbano (paradójico hecho si analizamos la historia de estos pueblos en la actualidad, sufriendo hoy los mismos males, el despojo y la muerte). De allí a la Argentina donde nacieron sus hijos, sus nietos y bisnietos. Y como ellos, miles dispersos en todo el planeta reconociéndose en los lugares menos pensados.

Esa rara sensación de sentir, reconocer desde siempre a ese extraño cuyo apellido, como el tuyo, también termina en “IAN”. No sé muy bien qué es.  Podría asegurar que es un aura que nos identifica, una verdad que nos une, un grito que se hace uno para que el mundo escuche a los silenciados. Es reconocerse en los ojos, en la música, en las comidas, en las costumbres que aquellos sobrevivientes de la muerte se esforzaron en transmitir a sus hijos para que las semillas queden dispersas en todo el mundo y es lo que ha sucedido. Aquellos que escaparon del infierno transmitieron aquella Verdad histórica a sus hijos, a sus nietos. Podríamos afirmar que la siembra ha dado sus frutos, aquí estamos los “ian”, los “hijos de” para que sea MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.

*Abogada (UBA) y Docente

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