Geopolítica del fútbol
María Cristina Rosas*
Al fútbol se le considera el deporte más popular del mundo. Se calcula que unas 200 millones de personas lo practican en todas las latitudes. La Copa del Mundo es, a excepción de los Juegos Olímpicos, el suceso deportivo más importante del orbe, con la peculiaridad de que mientras en las Olimpiadas existen justas en diversas disciplinas, el Mundial se aboca únicamente a la pasión futbolera. Francia 98 es seguido atentamente por dos mil 500 millones de espectadores (casi la mitad de la población del planeta) en los estadios y en la televisión.
En Brasil, por ejemplo, los dueños de fábricas y empresas han estado de acuerdo con permitir que sus trabajadores sigan paso a paso el desenvolvimiento de su selección nacional y que, una vez terminados los partidos correspondientes, los empleados ya no regresen a laborar sino que se vayan a festejar (si los verde-amarillos ganan) o a deprimirse (si pierden). En México se calcula que la industria del país dejará de percibir 14 mil millones de pesos, debido a la virtual paralización de las actividades laborales por los aficionados que preferirán quedarse en casa a ver los partidos por televisión o que acudirán a bares y restaurantes a presenciarlo.1
Sí, el fútbol es entretenimiento, diversión y pasión, pero también es una actividad muy lucrativa tanto para las federaciones nacionales como para la máxima autoridad que las aglutina: la Federación Internacional de fútbol Asociación (FIFA). Asimismo, el futbol tiene implicaciones políticas, sociales y culturales muy amplias que serán revisadas a continuación.
Fútbol, sociedad y poder
Los analistas coinciden en definir al fútbol como un fenómeno político y social que entre otras funciones:
Respecto a la identidad nacional, el hecho de que hayan más selecciones nacionales en el seno de la FIFA que países en los organismos internacionales corrobora que el futbol es la continuación de la política por otros medios. Baste recordar que en la Copa del Mundo de Francia 98 están representados Inglaterra y Escocia, y que entre los socios de la FIFA figuran también Palestina (recientemente admitido) y Gales. No está lejano el día en que los kurdos integren un equipo de fútbol y busquen su incorporación al organismo de referencia.
Claro que el nacionalismo futbolero puede tener derivaciones bélicas, como se desprende de la experiencia vivida por Honduras y El Salvador en 1969, cuando un partido de fútbol fue la gota que derramó el vaso en las tensiones existentes entre las dos naciones, desencadenando un conflicto armado.
El fútbol también es percibido como un instrumento de identidad que posibilita integrar símbolos nacionales a partir, por ejemplo, del estilo de juego, el ritmo y los movimientos, que en última instancia reafirman el carácter nacional incluso en situaciones difíciles. Ahí está el caso de Costa Rica, país de tres millones de habitantes que, sin embargo, llegó a octavos de final en la Copa del Mundo de Italia 90, o bien Bolivia, considerado como un nación futbolísticamente débil y que a pesar de ello calificó para la Copa del Mundo de EEUU 94. En el caso de potencias futboleras como Brasil o Argentina, tradicionalmente se han exaltado las virtudes comparativas, la disciplina y la capacidad de adaptación de esas naciones.
Esto llevaría a pensar que efectivamente la FIFA está más preocupada por las competencias futboleras que por el lucro. A pesar de ello, recientemente se dio a conocer que tan sólo por la venta a las televisoras del mundo, de los derechos de transmisión de los partidos, la FIFA recibiría, en principio, la bagatela de de 400 millones de dólares. ¿Cuánto requiere la institución para “financiar sus gastos administrativos”? Esa información seguramente sólo la posee un selecto grupo de autoridades de la organización.
Una forma de evaluar la manera como opera la FIFA es a través de la revisión de las selecciones nacionales que se ubican (según el ranking de la propia FIFA y la transnacional Coca-Cola –ojo-) entre las 20 mejores del mundo. En el cuadro anexo puede observarse la lista que encabezan Brasil, Alemania, república Checa, México e Inglaterra.
La selección argentina (bicampeona del mundo) es relegada al sexto lugar; Italia, tricampeona, se localiza en el lugar 14. México, que jamás ha ganado ninguna Copa del Mundo (y lamentablemente es improbable que lo logre en Francia 98) y ha mostrado un mediocre desempeño en las eliminatorias previas para la Copa del Mundo 98, está en cuarto lugar. Muchos han calificado a México como “el gigante de la CONCACAF”, aunque no hay que olvidar que en el reino de los ciegos el tuerto es rey. La pregunta obliga entonces es: ¿qué ocurre? ¿Qué criterios son ponderados para ubicar a México en esa posición? Y ¿por qué selecciones nacionales con más méritos no se ubican en las posiciones que les corresponderían?
La respuesta, naturalmente, no reposa en la “capacidad futbolística” de México (si es que algo de eso existe en la selección nacional), sino en su influencia para generar ingresos a los intereses transnacionales patrocinadores del equipo mexicano. Piénsese, por ejemplo, en Coca-Cola, que tiene en México a su segundo mercado consumidor, sólo superado por EU. O analícese el caso de Brasil. Sin negar que se trata de un equipo ganador de cuatro títulos mundiales, el hecho de que Joao Havelange sea brasileño se considera que ha influido para que la selección nacional carioca ocupe el primer lugar de la clasificación mundial, con todo y que no ha tenido el desempeño que todos esperaban, al menos en los juegos de preparación.
Así las cosas, el fútbol aparece hoy como nunca ligado a los intereses de las grandes empresas transnacionales, justo en momentos en que se habla de la crisis del Estado-nación y posiblemente se busca a través de selecciones “nacionales” (en la práctica financiadas por transnacionales), establecer nuevos mecanismos de identidad nacional en concordancia con la globalización y la interdependencia crecientes. Una alerta en este sentido es la desaparición de los futbolistas amateurs en las justas olímpicas. En adelante, todo parecería indicar que las transnacionales decidirán, los Estados callarán y la FIFA será el bróker entre unos y otros.
*Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México