Gisela Ortega / Etica

Hace días un joven encontró, en un automercado de Caracas, una cartera con una cantidad importante de dinero, tarjetas de crédito y documentos personales, que llevó de inmediato a la oficina de dicho comercio, causando la admiración de todos los que nos encontrábamos allí. ¿Por qué la sorpresa? Por algo que tendría que ser normal. Una persona honesta no se adueña de la propiedad de otro, pues sus principios le prohiben perjudicar a los demás.

La honestidad consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, conforme con los valores de verdad y justicia. Se trata de vivir de acuerdo a como se piensa y se siente. Puede entenderse como el respeto a la autenticidad en relación con el mundo, los hechos y las personas, también implican el vínculo entre el individuo y los demás, y del hombre consigo mismo.

Lo contrario de la honestidad es la deshonestidad, una práctica que comúnmente es repudiada en las sociedades contemporáneas, ya que se le asocia con la hipocresía, la corrupción, el delito y la falta de ética.

La honestidad ha sido estudiada por diferentes pensadores: Sócrates se dedicó a reflexionar sobre su significado y a indagar sobre qué es verdaderamente esta cualidad. Posteriormente Immanuel Kant estableció una serie de principios éticos generales que incluyeron la conducta honesta. Confucio distinguía distintos niveles de honestidad y de acuerdo con su grado de profundiad, les llamó Lin, Yi y Ren.

Lamentablemente cada vez menos se dan ejemplos de honradez. Expresiones actuales: “sociedad de lobos” u opiniones: “cada uno engaña al otro”, pueden resultar exageradas, pero no carecen de fundamento. En cualquier caso, todo el mundo conoce numerosos ejemplos que demuestran que nuestra actitud ya no es como debería ser: silenciar un error de cuenta del vendedor a nuestro favor, abollar el automóvil a otro al aparcar y marcharse sin más. En cualquier supermercado o tienda desaparecen diariamente artículos de considerable valor

El robo en las empresas del Estado ha llegado a convertirse en una enfermedad maligna. Antes lo que más se valoraba era el comportamiento digno, ser una persona de bien. Hoy día, “póngame donde haya,” es el ideal del buscón. ¿Deterioro de la ética? ¿nueva moral, floja y vaga?

¿Cómo se ha podido llegar a esto? ¿Qué ha pasado en la sociedad?

El comportamiento actual esta delineado por la propaganda del consumismo. La industria necesita vender a como de lugar y recurre a la publicidad. Esta convence de necesidades no necesarias, el persuadido es un mente capto atento sólo a lo superfluo. Existe una obligación para el consumo y ninguna predisposición para la renuncia. Se le presenta el dilema de tener y no tener. Cada uno tan sólo quiere poseer, y si no se lo puede permitir, simplemente lo toma, pues sustraer donde hay mucho no se considera delito dentro de la sociedad.

 No queremos que nuestra convivencia se regule por la fuerza. Por lo tanto, debemos transmitir a nuestros hijos aquellos principios y reglas que le capaciten por un honesto comportamiento social.

La honestidad como cualidad ética o moral en sociedad está también muy ligada a la sinceridad, la integridad, el respeto y la dignidad.

 Nunca ha sido ni cómodo ni fácil ser honesto, pero siempre ha sido un comportamiento positivo. El comportamiento decente se hace pagar en muchas monedas: en forma de un mejor clima interhumano; en la disminución de la confianza y el temor; y, por último, también en el respeto a sí mismo. Y esto es muy importante. La consideración a la personalidad y el derecho de los demás constituyen la base de las buenas costumbres y la moral del hombre.

Gisela Ortega es periodista.

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