Gisela Ortega / Maldad

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La maldad es lo contrario del bien, lo que se aparta de lo licito, y su propósito es enfadar, entrabar o atormentar al prójimo. Ha acompañado a la existencia del hombre, desde tiempos remotos y en todas las  épocas de su historia. Será más fácil, descubrir una vacuna contra el cáncer, dicen, que cprocirar que desaparezca  la maldad.

Tiene la maldad diferentes grados, que van desde la ociosidad, hasta la perversidad. La gente que tiene pretensiones de destacarse está dispuesta a mal poner a otros, porque se coloca en  una situación de desigualdad y a toda costa quiere evitar a un posible contendor. Es difícil saber qué motiva a algunas personas a caer en esto.

Para algunas religiones, la maldad es un misterio. Se cree que la vida y sus reglas son gobernadas por una benevolencia innata y el comportamiento que contradice directamente la bondad natural no es comprensible en términos morales y racionales. La maldad caracteriza y describe aspectos del ser humano desviados de la naturaleza del amor, la justicia y lo social.

Sin importar la fuente de sus definiciones, todas las culturas poseen una serie de “creencias naturales” sobre que cosas son malvadas. Las maldades naturales generalmente incluyen la muerte accidental, las enfermedades y otras desgracias. Mientras que las maldades morales circunscriben la violencia, la traición y otros comportamientos destructivos hacia otros.

La mayoría de los seres humanos viven según reglas de comportamientos aprendidas o vividas durante la niñez. Pero el ser humano no es malvado por naturaleza, sino que se transforma en malo a lo largo de su vida, dependiendo de la educación y del ejemplo que se le dé.

No obstante, muchas personas pasan la vida haciendo zancadillas verbales para deshacerse del objeto de su animadversión. También hay otros pequeños seres –de espíritu, no de tamaño- que para sobrevivir dedican buena parte de su tiempo a hacer maldades.

Esto se da en todos los estratos: desde las más altas esferas del gobierno, partidos políticos, ambientes sociales, oficinas y hasta los niveles más elementales.

No hay por qué aceptar o compartir la maldad En semejantes ocasiones hay que tener mucho cuidado y suprimir los miramientos con personas de esta clase, que la llevan o traen consigo. Se puede dar a entender que se conocen las intenciones y que no existe justificativo para tan deleznable conducta.

La gente que porfía en seguir practicando la maldad, terminara por entender que con esa actitud negativa, despertando el enojo en los demás, no llegara muy lejos. La tolerancia no tiene lugar en estos casos; lo que ayuda a continuar es, aunque sea dura, la verdad simple y desnuda.

A través de los siglos, los artistas han representado a la maldad, como serpientes horribles, con cabeza humana. Diversos animales y arañas amenazantes fabricando su tela o tejiendo sus redes, aluden a las tramas secretas que urde su incansable malignidad.

¿Con estas comparaciones, quién deseará practicar la maldad?

Gisela Ortega es periodista.

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