Gisela Ortega / Sobre el gusto

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“No tiene gusto”. Cuantas veces oímos y pronunciamos esta frase, dando a entender con ello, que la persona en cuestión “carece del mas elemental sentido de la belleza y sentido común”. El refinamiento, según algunos, es discutible, mientras que para otros esta fuera de toda polémica. En cualquier caso la mayoría de las personas tuenen la convicción de que poseen elegancia, lo que otros pueden considerar bonito o quizás aun más difícil de definir.


¿Qué se entiende por buen gusto, en realidad?
Dicho sencillamente, constituye la facultad de reconocer y apreciar lo bello. Detrás del deleite se oculta un instinto o sentido por la unidad, la medida, y la armonía, por lo agradable, lo adecuado y lo conveniente, teniendo en cuenta que también el refinamiento a veces encierra una secreta inseguridad, porque por un lado observa las reglas de complacencia de validez general, pero por otro lado quiere distinguirse de este por la nota personal.

Estudios hechos sobre el particular señalan que los seres de gusto incierto suelen elegir dibujos llamativos y colores estridentes, de forma demasiado despreocupada. La cursilería, sin embargo, prescinde del equilibrio, supone mal gusto y desata, además, un elemento adicional: el ridículo. Todo lo cual conforma una falsa elegancia, un pretender ser distinguido sin lograrlo, por eso no hay mayor cursilería que el rebuscamiento, los alardes de refinamiento, lo postizo, lo artificial y lo afectado, que es falta de sobriedad, de sencillez y de espontaneidad.

Conservar la medida constituye la regla de oro, tanto para la moda, como para todo en la vida en general. Existe, naturalmente, el sentido innato por las formas y estilos. Pero, sin duda, la gracia puede aprenderse y desarrollarse. En la mayoría de los casos es resultado de la facultad que da el aprendizaje, el instinto de imitación de los buenos ejemplos.

Desde niños, hemos recibido determinados patrones culturales que han signado aquello que preferimos o rechazamos. La familia, la escuela, los medios de comunicación han hecho de nosotros fuertes consumidores de algunos géneros, estilos, artículos y acérrimos detractores de otros. No obstante, en la continua interacción del hombre con la realidad que construye, el gusto puede ser moldeado, modificado, subvertido. Y es aquí, precisamente, donde debemos tener presente —ser conscientes de— nuestros valores personales, familiares sociales y educativos para recibir las influencias externas, que pueden enriquecernos, sin traicionar la esencia que nos define como lo que somos.

El gusto no está en las marcas de ropa o zapatos con que el mercado intenta, y muchas veces logra, seducirnos: tampoco en el exceso ilimitado de cadenas, sortijas, joyas, vestidos, carteras. El buen gusto construye a lo largo de la vida y queda definido no solo por el juicio personal sino también por las múltiples y cambiantes influencias externas que recibimos a diario.

Pero quienes se limitan a copiar a los demás pueden equivocarse fácilmente, puesto que lo que le presta para uno no siempre sirve para otros. Dado que no se puede complacer el gusto de todos, deberíamos comenzar por satisfacer al menos el propio.

Hay un proverbio que dice: sobre gustos y colores no hay nada escrito, cada cual puede escoger lo que más le guste sin tener en cuenta el parecer de los demás.

Gisela Ortega es periodista.

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