Gonzalo Rojas: – “LO QUE NO TIENE CONTINUIDAD NO TIENE REALIDAD»

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Autor de La miseria del hombre (1948); Contra la muerte (1964); Oscuro (1977); Del relámpago (1981); El alumbrado (1986); Antología del aire (1991); ¿Qué se ama cuando se ama? (2000); Réquiem de la mariposa (2001); Al silencio (2002) y Duotto. Canto a dos voces con Roberto Matta (2005). Premio Cervantes (2003), Premio Nacional de Literatura y Reina Sofía de poesía (1992), incluso es candidato al Premio Nobel de Literatura desde 2006.

Otro octubre y los versos de Gonzalo Rojas por el Che Guevara y Miguel Enríquez (del Movimiento de Izquierda Revolucionaria) comienzan a duplicarse en la memoria; don Gonzalo habla de su allendismo, cómo fue la única vez en que fungió de diplomático en China y Cuba; el golpe de Estado de 1973 lo sorprendió en La Habana, cuatro días antes había recibido la Carta de protocolo en La Moneda de manos de Salvador Allende y recuerda con mucho cariño la solidaridad de Cuba en su exilio.

Es un poeta lleno de curiosidad, me aborda con preguntas antes de la entrevista: sus dudas sobre la Fundación Neruda; sobre sus amigos que viven en México, Saúl Ibargoyen, Hugo Gutiérrez Vega y Juan Gelman; sobre sus exalumnos Sara Vial y Jaime Concha, y me pide darle saludos a nuestro querido Mario Benedetti.

Es amable como ninguno en la tierra, me lleva a recorrer su casa con pausa, me cuenta cada historia por fotografía, telegramas, papales regados en la cama y escritorio; resaltan los cuadros de Roberto Matta a quien considera el mejor poeta de Chile. Las maquetas de sus nuevos libros están listas y es cuando le pido permiso para encender la grabadora…

–¿Cómo se sintió en la Casa de los cinco soles al recibir el Honoris Causa por la Universidad del Valle de México?

–Estuve contento Mario, me gustó eso; algunas cosas no las entendí, no pertenezco yo a cierta cuerda de académicos con esos niveles tan distinguidos. Fue bonita la ceremonia, no tuve oportunidad de ver a los estudiantes y a mí me importa sobremanera porque creo que la universidad es con docentes, estudiantes e investigadores, no tuve opción de hablar con los jóvenes a pesar de que fue una sesión abierta al público en un teatro hermoso del Museo de Antropología, me pusieron esos sellos que tampoco los había usado antes, con todos los objetos que son parte de las tradiciones.

–A diferencia de Neruda y Borges que fueron amigos de Alfonso Reyes, usted me contaba que lo conoció al borde de la muerte…

–A don Alfonso lo conocí yo en persona después de haberlo leído incesantemente a lo largo de 30 años y de haber enseñado su pensamiento teórico literario en distintas universidades, no sólo de Chile sino del exterior; yo he enseñado a Reyes, he hecho leer a mis estudiantes las obras grandes de Reyes La crítica a la edad ateniense, La antigua retórica ¿qué se yo? Todos los libros primordiales de la vasta obra de don Alfonso. En el año 1959 yo vengo llegando de New York y había ido a China, por esos azares…

–¿Cuándo conoció a Mao?

–No, en mi segundo viaje a China, yo había ido a China por primera vez en 1953 y la segunda en 1958, en mayo de 1959 yo pasó a saludar a mi amigo Octavio Paz, con el cual no tenía trato directo sino por correspondencia, porque había hecho algunas notas críticas sobre sus libros grandes, los primeros libros grandes de Octavio, uno que se llama, bellísimo libro, cómo se llama, con una mirada al pasado mexicano…

–El laberinto de la soledad…

–El laberinto es un libro portentoso escrito por él tan temprano… Bueno, yo paso a saludar a este hombre, y allí me informan que don Alfonso está vivo y residiendo en la Ciudad de México, yo no pregunté si estaba muerto, entonces fui a parar con Carlos Fuentes ¡ahora lo recuerdo nítidamente!

Carlos me llevó hasta la casa que le decían la capilla Alfonsina, estuve con él, tuve la oportunidad de dialogar con él, fue finísimo y me dio realmente una lección mayor, luminoso como él solo. Prolijo sería que yo te explicará lo que significa Reyes para mí, en el orden del rigor de la dignidad de pensar y de escribir, del decoro, del rechazo a toda trampa de la publicidad: eso me gustó mucho de Reyes; la forma clásica y fresca me llevo a consentir con el pensamiento del mismismo Borges que dijo: “leer a Alfonso Reyes es aprender a escribir” eso lo sabes tú.

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–¿Por qué el enamoramiento con México?

–Desde muchachito, hijo mío. Soy un hombre que va a cumplir 90 años, entonces el año 1927 yo tengo 10 años, estoy en un colegio, uno de esos internados de la época, duro, pero bueno, uno aprendía a leer a pensar y trabajar, me leo los primeros papeles sobre México y aparece por ejemplo ese plazo de Plutarco Elías Calles y aparece esto de Cristo, cómo es que se llaman…

–Los cristeros…

–Eso me apasiona y me pongo a leer, ah, pero simultáneamente yo oigo y leo mucho, niño como era, de lo que estaba ocurriendo en Rusia: la URSS había nacido en 1917, justamente cuando yo empecé a vivir en el planeta tierra. El hecho es que se me daba estos dos mundos: uno remoto que era Rusia y otro próximo para mí que era mi México.

Se me dieron juntos cuando era un muchacho, por eso te contesto a escala de escritor, cómo en una infancia, yo hijo de minero, repercute tan hondamente la vivacidad de un pensamiento político fresco, airoso como era el mexicano de aquellos días, y como habían sido desde que se inició la Revolución mexicana y la naciente URSS, sin confundirlos, era un chico pero no confundía las cosas. Pero en todo caso a México lo comencé a leer a tratar con los años y me leí las novelas mayores de México, sus crónicas me maravillaban, yo sabía que México era grande sobre grande de nuestra América, no tanto para confirmar lo que sabría después: México es México.

–¿Y cuándo le llegan los ecos de Los cristeros de las novelas de Rulfo?

–Tarde, él nació en 1918, yo lo conocí en Valparaíso.

–En el Congreso de Escritores organizado por Neruda…

–Un Congreso de segunda clase, los grandes encuentros los dirigí yo, perdón que te lo diga…

–¿En la Universidad de Concepción?

–Lo hice intencionalmente para justamente, desde una provicialidad saltar al mundo, ese era mi proyecto, junté a los escritores de América Latina, de España, Francia, Alemania… Ah, pero no me conformé… no Mario, no fueron de un día, fueron de cinco años consecutivos, desde muchacho yo me aprendí solo esta idea: “Lo que no tiene continuidad, no tiene realidad” -anóteme eso Mario es un pensamiento del Rojas Gonzalo.

–¿Entonces su homenaje a México es tener reunida su obra en el Fondo de Cultura Económica (FCE)?

–Se fueron dando las cosas, un hombre al que yo invité al Segundo Encuentro Internacional de Escritores, en 1960, y que se llamó Jaime García Tarrés dirigía la revista de la UNAM, todavía no era una revista con el formato que tiene, Jaime había venido a Concepción, luego hizo un libro mío y lo imprime en el FCE: Del relámpago se llama mi libro, y con un prologuito de él, más bien con una presentación.

–Quisiera que nos hablara de usted y siguiendo la lógica de México, Juan Villoro distingue a los escritores que van al psicoanalista de los que no.

–¿Dice Juan Villoro eso?

–¿Usted ha tenido la intriga de saber de dónde vienen la sucesión de imágenes de su inconsciente?

–Desde luego, en qué escritor no andan esas visiones, o qué ser humano, sé que algunos aceptan las doctrinas o las fórmulas de las figuras más conocidas del psicoanálisis como Sigmund Freud o como Jacques Lacan o que acepten otras interpretaciones, como las de Ludwig Wittgenstein; yo soy más loco: me quedo con Wittgenstein (risas).

–Quería hacerle una pregunta, porque usted es muy cosista: su cama de una dinastía China, el ataúd que tenía por casa de madera, las barras de ejercicios frente a las rosas, su Torreón del Renegado ¿Las cosas lo eligen a usted o las busca para su poesía?

–Qué bonita pregunta, yo creo que elige, se elige en aquello que uno elige, a mí me gustan ciertas cosas, me fascina todo lo que tenga vivacidad de cosa de realidad. Un barranco para mí es portentoso, si vieras las distintas casas en las que he vivido a lo largo de toda mi vida, siempre las elegí junto a un barranco, tal vez porque de niño vivía en los barrancos del Sur, cerca de los ríos y los mares, en Valparaíso y Lebú. Atiendo los colores, como cualquier ser humano, las cosas me encantan, lo que no quiere decir que no tenga un trato incesante con el pensamiento y las ideas, pero no soy un abstracto.

Los poetas no somos animales abstractos, por principio, a nosotros nos juega la idea, que es una representación abstracta y general de la realidad, en cambio jugamos con y desde las imágenes, representaciones concretas.

–¿En su ADN había sangre que lo tironeaba hacia el anarquismo o a la poesía mística?

–A mi abuelo no lo conocí, murió dos antes de que yo naciera, era el padre de mi padre, era profesor del Estado, de educación primaria. En mi biblioteca de veinticinco mil libros, hay ejemplares que pertenecieron a mi padre y los leía en francés. Es muy distinto este plazo casi asqueroso, de dos mil siete, en el que nadie lee, anda y pregunta a un minero qué lee. Antes había un impulso creativo muy fuerte, un exponente es Gabriela Mistral, que curiosamente, su mamá era prima de Jacinto Rojas, mi abuelo, eso no quiere decir nada Mario, aquí como en México todos somos parientes.

–¿Cómo fue su relación con sus colegas contemporáneos?

–Las promociones literarias de Chile son como en México, de distintos plazos, cada 20 años, o una mudanza, yo pertenezco a la del año 38, quedamos tres con vida: Volodia Teitelboim y un nazi –al que quiero a pesar de su ideología- Miguel Serrano, allá él con sus tonterías.

–¿Fernando Alegría es de su generación?

–Sí

–¿Manuel Rojas?

–No, él era un viejo, pertenecía a la promoción del veinte, igual que Pablo Neruda. Te lo digo porque ese año 38 fue hermoso en este país, se dan como episodios en el telón del mundo, la Guerra Civil española, entramos en diálogo con la España ensangrentada, no con la vieja España que era una mierda un poco altiva, la de la conquistas y colonias. Y la otra cosa que repercutió en nosotros fue la segunda guerra mundial. Tiene mucho que ver con la conducta de nosotros, yo creo en la poesía como conducta, no sólo como tarea, como oficio mayor –así definió la poesía Gabriela Mistral–, porque por último qué pasa: a ti te dan la palabra, quién te la dio, tienes que utilizarla, hay una moral del canto.

–Usted estando en la órbita literaria y siendo amigo de Pablo de Rokha. Vicente Huidobro y Pablo Neruda ¿Cómo reconstruyó su guerrilla literaria?

–Las querellas literarias nunca han tenido importancia, en la España vieja las hubo, en los días en que Rubén Darío vivía en Chile, había gente que no lo quería, decían que era un pobre señor de Centro América que andaba vagando por aquí. Nunca le atribuimos importancia, yo era amigo de los dos Pablos, más de Rokha porque me quedaba más cerca; Neruda siempre andaba en sus consulados, le costó llegar a Chile, se fue a esos lados que tú sabes y volvió hasta que a la salida de la guerra civil asumió una postura política, él que había sido anarquista.

–¿Y la última vez que vio a Neruda fue cuando se anunció a Salvador Allende como candidato de la Unidad Popular?

–No, lo visité en la Embajada de Chile en París, yo iba a China como diplomático, y lo llamé una noche, tomamos desayuno, me gustó que Neruda fuera fiel, vi una montura de caballo en una pieza de la Embajada y le pregunté qué hacía allí la montura y me respondió que él la había comprado.

–Y en la ceremonia del Nobel a Neruda, ¿cómo interpretó la insinuación al pequeño Dios?

–Por supuesto, era la querella con Vicente, yo quiero más a Vicente Huidobro, ese tipo sembró la libertad en mi cabeza, no tiene comparación con Neruda, Pablo era una bella persona y sobre todo por poeta, en algunas partes de su producción portentoso, pero no tenía esa entrada con los jóvenes que llegó a tener Huidobro, que era señorito y no le daba su confianza a cualquiera, no sé por qué nosotros nos sentíamos más interpretados por él. Cuando iba a su domicilio, recibí siempre un impulso muy especial, te voy a contar una anécdota, para que tengas una idea de su figura discutible.

En el año 38, yo estudiaba en la Facultad de filosofía y letras, un día me aburrí profundamente en clase, yo estudiaba filología clásica era mi ramo más adorado, estudiábamos a Ovidio, el profesor se puso a traducirlo directamente, palabra por palabra y así no se traduce a un poeta, no entraba en el pensamiento del gran Ovidio, yo me aburrí pensando en eso y todo, y llegué a la casa de Vicente Huidobro, a la que ya había ido antes, toco la puerta, me abre una empleada, era medio día y recuerdo que ella me dijo:

«El señor se está levantando».

«Bueno lo esperaré»… Al fin me recibió y le expliqué:

«Yo vine porque estaba muy cansando de la facultad y el profesor enseña tan mal».

Huidobro me pregunta qué estaba leyendo, respondo: «Ovidio».

Vicente me dice: «pero ¿cómo vas a estar leyendo a los carcamanes?».

«Repliqué: «No, Vicente tu nos enseñas a ser libres y certeros, ¿tú has leído algún clásico?».

Ni me contestó, yo tenía la impresión de que no había leído a los clásicos, y que tal vez no había leído a Pierre Reverdy, creacionista como Huidobro; él no se indignó con mis dudas, permaneció seguro, sereno e insistía en que yo no debía leer a los clásicos:

«¿No les he dicho joven Gonzalo que ustedes deben estudiar física y ciencia? La imaginación de la ciencia y la poesía es la misma». Se para Huidobro empieza a caminar y recita en latín a Ovidio de memoria, me dio una mirada y no me dijo nada, qué lección más hermosa.

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* Periodista.

Este artículo se publicó originalmente en www.lajornadamorelos.com el cinco de agosto de 2007, y se reproduce aquí por gentileza del autor.

La fotografía de Gonzalo Rojas y Mario Casasús pertenece al periodista.

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