Grandes emisores y petroleras ganan con el fracaso de COP25
Los decepcionantes pasos que se dieron en la cumbre climática para cumplir con el Acuerdo de París dejó aplazada una excesiva tarea para el poco plazo que queda antes de su entrada en vigor, mientras el tiempo apremia para contener el recalentamiento del planeta. La Conferencia de las Partes Nr. 25 (COP25) de las Naciones Unidas sobre cambio climático concluyó este domingo 15 en Madrid sin acuerdos preponderantes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que los seres humanos lanzan a la atmosfera y que están detrás del incremento de las temperaturas.
“No escuchamos de los grandes contaminadores compromisos que nos alejen” de una emergencia climática, pues “solo vinieron a obstaculizar los avances”, dijo a IPS Vanessa Pérez-Cirera, directora de la delegación del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) en la COP25, en alusión a las posturas de Australia, Arabia Saudita, Brasil, China, Estados Unidos, Japón e India.
La COP25, cuyo lema fue “Tiempo de actuar”, se centró en cinco temas, los dos primeros el financiamiento a las políticas climáticas nacionales y las reglas para los mercados de reducción de emisiones, plasmados sin especificar esquemas en el artículo 6 del Acuerdo de París, suscrito en 2015 y que se aplicará desde diciembre de 2020.
También en la preparación de la actualización de las disminuciones de emanaciones y los recursos del Mecanismo Internacional de Varsovia sobre Pérdidas y Daños, conocido como WIM y diseñado para ayudar a las regiones azotadas por desastres climáticos con sus secuelas.
El texto final de la COP25, aprobado por el plenario y en la que las decisiones son consensuadas, solo reitera “con gran preocupación la urgente necesidad de abordar la importante brecha entre el efecto agregado de los esfuerzos de mitigación de las Partes en términos de emisiones globales anuales” de GEI para 2020.
El documento, bajo el título de “Chile-Madrid, tiempo de actuar”, también resalta “la urgencia de una mayor ambición para asegurar los mayores esfuerzos de mitigación y adaptación” de todos los países, sin instarlos a presentar metas climáticas más ambiciosas.
Sobre la operación de los mercados de carbono, la parte clave del funcionamiento del Acuerdo de París cuyo cumplimiento debe comenzar en 2020, las partes no lograron avances respecto a la transparencia de los registros y evitar la duplicación de reducciones, vale decir que tanto un país vendedor como uno comprador no reporten la contracción como propia.
Además, tampoco resolvieron la transferencia de los créditos de carbono de los tres mercados de carbono creados por el Protocolo de Kyoto (PK) de 2005, a los mecanismos contenidos en el Acuerdo de París, como lo desean naciones como Australia, Brasil y China.
El PK, que expirará al entrar en vigor el Acuerdo de París, estipula que los países industrializados que tenían metas obligatorias de reducción de los GEI podían, para lograrlo, adquirir compensaciones de tecnologías limpias de naciones del Sur en desarrollo.
Los esquemas del PK implican la posibilidad de transferir más de 15.000 millones de bonos, que equivalen a más de 20.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, y que debilitarían cualquier política de control de las emisiones contaminantes, según varios análisis.
El financiamiento para pérdidas y daños ocasionados por la crisis climática tampoco presenta adelantos, pues las partes solo acordaron llamados a que países, organizaciones privadas y fondos de inversión contribuyan con aportes al Fondo Verde para el Clima (FVC) para que prosiga con el apoyo a proyectos climáticos.
Pero para ese fin, el FVC debería contar con 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020, y hasta ahora solo ha logrado una muy pequeña fracción de ese monto de parte de los donadores.
Temas como el funcionamiento del mercado de carbono y la gobernanza del Mecanismo de Varsovia quedaron postergados para la COP26, que se celebrará en la ciudad escocesa de Glasgow, en Gran Bretaña en noviembre de 2020. Antes habrá reuniones negociadoras en Londres y Roma.
La COP25 ignoró a la ciencia que pide aumentar las metas climáticas para estabilizar el calentamiento global en 1,5 grados centígrados respecto al periodo preindustrial, y las masivas movilizaciones mundiales, entre ellas de la juventud, que se extendieron por el mundo este año.
En Madrid, donde el tema de la contaminación de los océanos tuvo también atención preponderante, se dieron cita 29.000 personas, entre unos 50 jefes de Estado y de gobierno, 1.500 periodistas y representantes de 196 delegaciones oficiales y de organizaciones de la sociedad civil.
Las negociaciones, que comenzaron el día 2, se prolongaron un día y medio más, una prorroga que la convirtió en la COP más larga de estas conferencias climáticas.
En la COP25, América Latina fue incapaz de liderar las negociaciones hacia resultados que respondieran a la emergencia climática.
Chile, que presidió la COP pero debió ceder la sede a España por su crisis social y política interna, careció de capacidad política para acercar a las partes, México envió una delegación de segundo nivel y Brasil se alineó con los sospechosos de obstruir cualquier avance.
La Unión Europea (UE) tampoco pudo imponer su peso colectivo frente a China, Estados Unidos o India, los tres mayores emisores del planeta.
“Tenemos que comprometernos a mejorar las ambiciones climáticas, es una decisión crítica para nuestro futuro. La acción climática es un asunto existencial para los pequeños estados insulares”, declaró a IPS Omar Figueroa, ministro de Agricultura, Pesquería, Silvicultura, Ambiente, Desarrollo Sostenible e Inmigración de Belice, a IPS.
Belice preside la Alianza de los Pequeños Estados Insulares, integrada por 44 países altamente vulnerables a la crisis climática.
En su Reporte de Brecha de Emisiones 2019, ONU Medio Ambiente alertó sobre
la necesidad de recortar las emisiones anualmente en 7,6 por ciento entre 2020 y 2030 para cumplir con mantener el aumento de la temperatura en 1,5 grados centígrados, establecido en el Acuerdo de París.
El mundo está fuera del camino con los objetivos de contraer 45 por ciento de los GEI para 2030 y ser carbono neutral en 2050.
Una muestra de ello es que solo Gabón y Nepal, cuya responsabilidad por la emergencia climática es nula, se apegan a la meta de reducción de 1,5 grados, dentro de las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, en inglés), los planes climáticos voluntarios para cumplir con el Acuerdo de París en cuanto a reducción de emisiones.
Las medidas de Bután, Costa Rica, Etiopía y Filipinas implican un aumento de 2 grados, mientras que las políticas del resto de países califican de “insuficiente” a “críticamente insuficiente”, según la plataforma Monitoreo de la Acción Climática.
Más de 70 países ya anunciaron su intención a mejorar sus NDC, y 73 naciones, 14 regiones, 398 ciudades, 786 empresas y 16 inversores privadas cuentan con programas de transición hacia la neutralidad de carbono para 2050.
Además, la UE anunció el 11 de diciembre su nuevo pacto verde destinado a lograr la neutralidad del carbono en 2050, vale decir que capture tantos GEI como los que emita.
“Esta proceso ha demostrado que un puñado de países quieren dictar la agenda de muchos, con los grandes defraudando a los pequeños. El hecho de que Estados Unidos y China ya no cooperen con la lucha contra la crisis climática perjudica no solo a las negociaciones, sino también a la economía real”, cuestionó Mónica Araya, directora de la no gubernamental Costa Rica Limpia.
“Brasil y México también están defraudando a los países más pequeños al venir y salir de Madrid con las manos vacías”, sentenció.
*Emilo Godoy es periodista de investigación, reportero de IPS desde 2007. Este artículo contó con el respaldo del Programa Latinoamericano de Cobertura Periodística COP25.
——–
Decepción: La cumbre de Madrid no consigue reforzar los compromisos climáticos
Editorial – El País
Se presentó como la cumbre de la ambición, pero la conferencia de la ONU sobre el cambio climático, que ayer cerró sus puertas en Madrid tras dos días de prórroga, no ha conseguido culminar con éxito su gran objetivo: reforzar los planes de reducción de emisiones. La COP25, que debía haberse celebrado en Chile, es ya historia, y sus resultados no dejan de ser decepcionantes.
Los delegados de los casi 200 países participantes han evitado sellar compromisos firmes para reducir los gases de efecto invernadero y tampoco han sido capaces de abordar eficazmente uno de los flecos del Acuerdo de París, el artículo 6, que hace referencia al mercado de intercambio de derechos de emisiones. La resolución de este espinoso asunto queda pospuesta hasta la cita del próximo año en Glasgow.
Las dificultades para alcanzar un consenso de mínimos han impedido siquiera un tímido avance a la hora de fijar las reglas de funcionamiento de los futuros mercados de carbono entre países y empresas, un proceso que debe contar con sistemas de verificación y normas claras para evitar la doble contabilidad, es decir, que las reducciones de gases contaminantes se las anoten simultáneamente el país que compra y el que vende. Las negociaciones han puesto de relieve la brecha entre la Unión Europea, partidaria de un mercado transparente, y potencias como China, Estados Unidos y Brasil, contrarias a asumir controles más duros.
La COP25 ha perseguido de manera infatigable que los Gobiernos asumieran la necesidad de llevar a cabo una revisión al alza de sus contribuciones para evitar el calentamiento global. Si se quiere que la temperatura del planeta no suba este siglo más de 1,5 grados con respecto a los niveles preindustriales, los científicos han advertido de que son necesarias acciones adicionales a las previstas en París.
Mirar hacia otro lado solo contribuiría a agravar la crisis climática a la que irremediablemente se enfrenta la humanidad. Los Estados tienen la obligación de velar por la salud del planeta. A estas alturas del siglo, pocos pueden dudar de que el coste de no hacer nada será muy superior al que supone actuar. Son las medidas concretas, y no la palabrería, las que permitirán calibrar la voluntad política en la lucha contra el cambio climático.
Si algo ha evidenciado la cumbre de Madrid es la distancia existente entre los países preparados para multiplicar sus esfuerzos y aquellos que no están dispuestos a asumir compromisos extra. En el primer bloque se sitúa de forma muy destacada la Unión Europea y su plan para alcanzar cero emisiones en 2050, apoyado en una inversión de 100.000 millones de euros. Conseguir la descarbonización de la economía, no solo en el territorio de la Unión, sino en el resto del mundo, exige una reconversión industrial y tecnológica, muy complicada, y requiere que la transición se realice no solo de manera equilibrada, sino además justa.
Al margen del escaso balance político de la cumbre, lo más interesante de estas jornadas ha sido constatar cómo la presión ejercida por la comunidad científica y por los movimientos ecologistas y colectivos civiles, con las generaciones más jóvenes como ariete, adquiere cada día más intensidad y visibilidad. De esa presión y de esa convicción terminarán surgiendo los acuerdos necesarios.
————-
COP25: fracaso catastrófico
Editorial – La Jornada
De decepcionante calificó el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, la declaración final conseguida a rajatabla y con dos días de retraso en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de la ONU de Cambio Climático (COP25), que se llevó a cabo en Madrid, tras casi dos semanas de negociaciones entre representantes de 196 países.
Ante las alarmantes previsiones de la comunidad científica internacional, según las cuales se ha acelerado de manera súbita el calentamiento global producido por los gases de efecto invernadero (GEI) emanados por la industria, el transporte, los servicios, el comercio, la agricultura y los usos domésticos, los funcionarios reunidos en la capital española no lograron siquiera acordar medidas concretas para asegurar el cumplimiento del Acuerdo de París (2015), en cuyos términos todas las partes deben limitar sus emisiones de GEI a fin de impedir que la temperatura planetaria ascienda más de 1.5 grados centígrados.
Según cálculos de la ONU, los programas actuales de contención o reducción de GEI llevarían ese incremento a 3.2 grados, lo que se considera una catástrofe ambiental en toda la línea.
Por otra parte, el documento surgido de la reunión omitió toda referencia a los mercados de dióxido de carbono, el mecanismo por el cual estados y empresas intercambian sus cuotas de emisión de ese gas y que puede facilitar el cumplimiento de las metas mínimas establecidas en 1997 en Kyoto, Japón.
Asimismo, los firmantes se abstuvieron de incluir en el texto los apartados sobre derechos de los pueblos indígenas y la inclusión de una agenda de género, puntos que fueron defendidos por la delegación mexicana. En realidad, la única sustancia de la declaración de Madrid fue alentar a los gobiernos a que presenten planes más ambiciosos de reducción de emisiones en la reunión 26 de la COP, programada para noviembre en Glasgow, Escocia; apenas algo más que humo.
Ciertamente, 84 países, entre ellos el nuestro, se comprometieron a presentar programas más enérgicos de reducción de GEI para el próximo encuentro, pero entre ellos no se encuentran China, Estados Unidos, India ni Rusia, responsables en conjunto de más de la mitad de los GEI que se producen en el mundo; tampoco están Japón, Brasil y Arabia Saudita, que son grandes contaminadores planetarios.
A lo que puede verse, sólo una inclusión intensiva del problema ambiental en los temarios políticos de los países (especialmente, los mencionados) puede conseguir un cambio sustancial en la indolente e irresponsable actitud de gobiernos que se niegan a admitir las evidencias científicas sobre el cambio climático –Donald Trump, por ejemplo, ha manifestado que el calentamiento global es un invento de China para ganarle la carrera comercial a Estados Unidos– y a medidas drásticas de reducción de emisiones de GEI.
Ciertamente, una atenuación significativa de los impactos ambientales generados por las actividades económicas obliga a realizar grandes inversiones y a prescindir de negocios tan lucrativos como contaminantes. Pero salta a la vista que eso es preferible a desencadenar fenómenos que lleven al mundo a un desastre tras el cual no quede nada que salvar ni negocios por realizar.