Guatemala: Pasó el show sobre la hambruna, pero el hambre real queda
.Marcelo Colussi*
Qué es importante en el mundo y qué no, no lo fija la gran mayoría de acuerdo a sus reales necesidades. Eso lo establecen monumentales poderes que toman las decisiones en nombre de todos. Aquella fórmula marxista de “la ideología dominante de una época es la ideología de la clase dominante” es inobjetable: pensamos lo que esos grandes poderes quieren que pensemos.
Esto lo podemos ver en innumerables órdenes de cosas, pero con los medios masivos de comunicación es donde se hace más descarnadamente evidente. ¿Quién decide ahí las prioridades? Los millones y millones de consumidores de “mercaderías” culturales, sin dudas no. En principio, no tenemos más alternativas que consumirlas silenciosamente.
Introducimos el tema con estas palabras porque lo que queremos expresar encaja en un todo en estos esquemas: pensamos lo que nos dan ya digerido a través de los medios. Cada vez más nuestra fuente de información y garantía de verdad en el mundo es una pantalla de televisión. Lo “importante” lo deciden los “importantes”. Y qué es importante y qué no, está en función de las agendas de esos poderosos.
Los países “poco importantes” son noticias en los noticieros sólo cuando se trata de catástrofes naturales, golpes de Estado, guerras o hechos sangrientos. De alguna manera, siempre están ligados a la noción de escándalo, de tragi-comedia. ¿Qué otra cosa podría esperarse de un “país bananero atrasado” desde esa lógica de dominación?
Guatemala, en Centroamérica, es una pequeña nación desconocida fuera de la región. ¿Qué se sabe de ella hoy? No mucho más que es dueña de una larga historia de dictadores, que produce bananas, que es pobre y violenta. Quizá alguien medianamente informado sepa que de allí salió la dirigente maya-quiché Riboberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992, cuando se cumplía el quinto centenario de la llegada de los españoles a tierra americana. Pero, en realidad, poco y nada se sabe de Guatemala.
De hecho es la cuna de unas de las culturas más portentosas de la historia universal, los mayas, surgidos como gran civilización hace 4.000 años pero presentes en Mesoamérica desde hace 10.000, dueños de un fabuloso desarrollo en diversas materias (matemáticas -llegaron al concepto de cero-, astronomía, arquitectura, hidráulica, agricultura), derrotados militarmente y reducidos a la virtual esclavitud por la conquista española del siglo XVI transformando a sus descendiente en la mano de obra barata de la colonia, la misma que persiste en ese estado de derrota hasta el día de hoy, trabajando por migajas en la agro-exportación o en la moderna e hiper precarizada industria del ensamblaje (las maquilas, textiles fundamentalmente).
Pero de todo eso el discurso dominante -el que nos manipula por los medios de comunicación de impacto global, esa industria de la perpetua desinformación disfrazada de “culta”- no dice nada. O dice sólo el discurso pintoresquista de la industria turística, aquel que invita a conocer el país para ver “la grandeza del pasado maya”, para ver el “colorido” de sus trajes, o para ver lo que todavía queda de la selva del Petén antes que se termine de deforestar.
En otros términos, Guatemala nunca es noticia, salvo terremotos, huracanes…o “hambrunas”, como lo que acaba de ocurrir.
Fuera de un breve período (1944-1954) en que el país contó con un gobierno con visos reformistas y antiimperialistas -ferozmente quitado del poder con un golpe de Estado montado por la CIA-, su historia política es una continuidad de gobiernos de derecha y de ultra-derecha, con una élite dominante absolutamente conservadora, refractaria al más mínimo cambio que intente, ya no quitarle privilegios, sino sólo modernizar la estructura social.
Baste mencionar como ejemplo -uno solo, simple, pero suficiente para pintar de cuerpo entero la situación- que hasta el año 2006 existía una ley por la que el violador de una mujer quedaba libre de toda penalización si la ofendida, siendo mayor de edad, aceptaba casarse con él. La verticalista cultura patriarcal está instalada en la historia, en los imaginarios de toda la sociedad, en su sistema político, en la cotidianeidad, en sus relaciones más íntimas. Intentar cambiar eso puede costar la vida.
La actual administración del gobierno encabezada por Álvaro Colom -un empresario de línea política “suave”, candidato presidencial por la guerrilla cuando ésta se desmovilizó luego de la firma de la Paz en 1996, así como próspero propietario de maquilas; un socialdemócrata “a la guatemalteca”- no tiene un proyecto de transformación revolucionaria ni cosa que se le parezca. Salvando las distancias, podría equiparárselo con Manuel Zelaya en Honduras: un dirigente de la élite empresarial que tomó algunas actitudes populistas, y no más que eso. Lo cual fue suficiente para que, en ambos casos, las respectivas oligarquías vernáculas -y la siempre presente vigilancia de Washington también- vieran ya una señal de preocupación.
Podría pensarse que toda esta espontaneidad solidaria de numerosos guatemaltecos serviría para intentar acometer cambios de fondo. Pero no es así, en absoluto. No se pasó del asistencialismo más ramplón, del sensiblerismo incluso. Lo que la prensa mostró no fueron las causas profundas por las que hay población famélica -donde confluyen inequidades socioeconómicas históricas y deficiencias administrativas en la gestión del actual equipo de gobierno-; lo que se mostró, no sin cierto toque amarillista, fue la “tragedia” peliculesca de una población crónicamente desesperada, y la ineficiencia de un gobierno, acentuando ambas cosas, pero sin pretender analizar críticamente los motivos.
Este artículo no está destinado a público guatemalteco, por eso es importante que quien lo lea entienda la lógica imperante en todo esto: Guatemala, al igual que cualquier país pobre (que no son “republiquetas bananeras”, como irrespetuosamente algunos les llaman) está hambrienta desde que existe como nación.
Donar una bolsa de frijol o un litro de leche en polvo no está mal, por supuesto; pero que los árboles no nos impidan ver el bosque. Se eligió (¿quién eligió?, ¿algún guatemalteco común?) difundir esta hambruna hasta el hartazgo porque eso conviene a una cierta agenda política. Pero de la pobreza crónica de más de la mitad de la población nacional, la misma que fue golpeada por una guerra interna que dejó secuelas para varias generaciones, de eso no se habla. Y mucho menos, se piden donaciones. “Algo está podrido en Dinamarca”, sin dudas.
*Psicólogo y licenciado en filosofía. Italo-argentino