Guillier no quiere ser el próximo presidente chileno

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Si la idea de Guillier es hacer todo lo posible para no salir electo, lo ha hecho estupendo. De lo contrario no se habría esforzado tanto para evitar que el Frente Amplio y en general, la gente que con toda justicia ya no soporta a la Nueva Mayoría y sus sinvergüenzuras, ni a sus derechistas travestidos, vote por él en el balotaje.

Y, para qué estamos con cosas, el periodista Guillier no ve con malos ojos la posibilidad de perder.

Es que no quiere ser presidente. Las razones por las cuales aceptó ser el candidato habrán de saberse en un tiempo más, pero que su estatus no es de su agrado, no lo es.

A esta altura estará arrepentido de un proyecto en el que no solo no cree, sino que le molesta sobremanera.

Para el senador por Antofagasta sería ideal que el Frente Amplio le negara su apoyo y ganara Piñera. Así, podría tranquilamente descartar su propia responsabilidad en una campaña vacía, liviana, fome, desprovista de ideas, lánguida y sin ganas, y adjudicar su derrota al FA.

Las apariciones del candidato Guillier evocan la siesta de los domingos de pleno verano, y la Nueva Mayoría intenta endilgar su propio fracaso a otros. Acusa a quienes no los quieren votar, a quienes no han estado con estos gobiernos posdictadura, a quienes han tratado mal y despreciado cuando han podido, de hacerle el juego a la derecha y a permitir que gane Piñera.

Uno se pregunta con razón entonces qué han hecho en sus gestiones de gobierno si los vota una minoría esmirriada y luego deben mendigar votos. Cada vez que ha habido segunda vuelta han corrido a tratar de convencer a los que poco antes trataban de gente odiosa, que no entiende de gradualidad, ultrones, apurones, malvados extremistas, disconformes con todo. Y luego, cuando ganan por la intercesión de esos votos, les niegan la sal y el agua, los apalean y los califican de la peor manera.

Y ni siquiera se les pasa por la cabeza que sujetos como Piñera han sido posibles en esta cultura que ellos han desarrollado con un entusiasmo propio de cuestiones heroicas.

¿Por qué habría que contribuir a salvarlos de nuevo? ¿Por qué razón tendría la gente traicionada que corregir eso que hicieron con fruición y deleite para tranquilizar a la derecha más abyecta, al empresariado más egoísta? ¿Por qué tendría uno que correr a votar para salvar la pega del ministro Eyzaguirre, quien en la negociación del sector público hizo gala de su rasgo burlón y de franco desprecio hacia los trabajadores, que lo llevó a ofrecer un 0,1%, para luego con el inestimable aporte de sus amigos de la directiva de la CUT y de la Anef, cerrar las tratativas en un miserable 0,7% real de reajuste?

Ya sería hora que Guillier y sus muchachos hagan la pega que les corresponde y que se comprometan de verdad con la gente a la que han tratado mal y dejar de ser tan condescendientes con los poderosos.

Esta gente de la Nueva Mayoría se olvida muy fácilmente que solo sacó un 25.8%, que sus partidos retrocedieron en votación, que bajaron en cantidad de diputados si se considera la nueva proporcionalidad, y que por poco, no más porque el Frente Amplio no quiso, pierden en la primera vuelta.

Luego se preguntan por qué la gente deja de votar.

Y se aterrorizan de los números de la abstención sin asumir autocríticamente que el habitante promedio ya se ha hecho intuitivamente a la idea de que ambos, derecha y Nueva Mayoría, son diferentes solo en matices sin importancia: uno es feo, otro aburrido, uno es avaro, el otro fome.

Pero en aquello que sí les vale la pena, no se pierden: Para ambos, por sobre todo, el sistema.

Para la próxima, haría bien la Nueva Mayoría o lo que sea que la reemplace, en tomarse el trabajo de llevar un candidato que de verdad quiera ser elegido.

*Publicado en “Punto Final”, edición Nº 890, 8 de Diciembre 2017.

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