¿Hacia dónde va Piñera?

Cristián Joel Sánchez.*

El título, estimado lector, de manera deliberada no señala “hacia dónde va la derecha chilena”, lo que en condiciones normales debiera ser lo mismo. Sin embargo, hay una sutil frontera demarcadora entre ambos conceptos que bien pudiera ser sólo una diferencia semántica sin trascendencia o, como pretendemos justificarlo al final de este artículo, constituir una disparidad que pudiera el día de mañana convertirse en una divergencia insalvable que reordene de manera impensada el panorama político nacional.

Lo primero a tener en cuenta es bucear en la actitud hasta cierto punto insólita de Sebastián Piñera, presidente de Chile, que en su primera cuenta pública el 21 de mayo recién pasado, no sólo reafirmó los puntos esenciales de su campaña, sino que se explayó en un festival de nuevas promesas que muchos, incluido este columnista[1], calificamos de un ofertón donde se instaba al público a sacar lo que quisiera por sólo mil pesos (pesos chilenos, claro está).

Populismo trasnochado el de don Sebastián, piensan muchos. Pero pregúntese usted, amigo lector, ¿qué ganaba Piñera con derrochar tal verborrea cuando, al contrario, todo gobierno que se inicia opta por la prudencia una vez alcanzado el objetivo de su elección? O mejor aún: ¿qué perdería el hoy presidente Piñera —y ahora sí incorporamos aquí a toda la derecha— si no cumple con el ofertón?

Insistimos en que nadie le puso una pistola al pecho para que hiciera tales promesas cuando ya no eran necesarias una vez ganado el gobierno. En cambio el no cumplimiento aunque sea de una parte de las ofertas, vigiladas al pie de la letra por la oposición, significará que el gobierno de su conglomerado habrá sido sólo una efímera anécdota en la historia de este país que no elegía un presidente de derecha desde 1958, hace más de medio siglo.

A manera de paréntesis para entender un poco a dónde van los devaneos de este cronista, es bueno recordar que Chile ha sido en casi todo el siglo XX, y continúa siéndolo, un país claramente de centroizquierda. Cuando ganó la derecha con Alessandri en 1958, la centro izquierda iba dividida entre Luis Bossay, radical formado en el Frente Popular de la década del 30, Eduardo Frei Montalva con la “revolución en libertad” y la reforma agraria que molestaba profundamente a la oligarquía que aún era fuertemente terrateniente, y Salvador Allende al cual es innecesario buscarle una calificación política. Entre todos hacían más del 60% de los chilenos que no querían a la derecha.

Sebastián Piñera, a diferencia de Alessandri que se encaramó al poder con sólo un tercio de los votos debido a la Constitución de la época, conquistó este año una mayoría no muy cómoda, pero que interpreta en los votos a más del 50% de los chilenos (que sufragaron). Para conservar esa magra mayoría, más aún para ampliarla, tendría que obligatoriamente quebrar la tendencia centroizquierdista de los chilenos en los cuatro años que le restan de su gobierno, lo que no logró en 20 años ni siquiera Pinochet a punta de bayoneta.

Pero, ¿qué tal si, al revés, la maniobra sea torcer la nariz de la derecha para acercarla al zeitgeist o espíritu del tiempo, como le llaman los alemanes, haciéndola aceptar un programa populista ya delineado en el discurso del 21 de mayo?
¿Y para qué, se preguntarán todos? Hay que partir de la premisa que a priori la derecha económica —y su expresión política la UDI— no estaría dispuesta a sacrificar los “morlacos” ganados con tanto sacrificio sólo para convencer a los “populáricos” que continúen con ellos después de 2014, más aun si el regreso de la Concertación no les afectaría en nada, como no les afectó en dos décadas de seudoizquierdismo.

Es cierto. Así, sin anestesia, los grandes empresarios y sus más fieles representantes no lo aceptarán jamás. Pero fíjese usted que si el objetivo de mantener a la derecha en el poder fuera más importante que las ganancias inmediatas, más trascendente que los pocos pesitos que tendrían que sacrificar los poderosos, la cosa se iría haciendo cada vez menos descabellada y este cronista se estaría salvando de las iras de los lectores. Veamos entonces.

América bicolor

Hace un par de días, y a propósito de las elecciones en Colombia ya ganadas con seguridad también en segunda vuelta, por Juan Manuel Santos, que de santo no tiene nada pues es el brazo derecho del tenebroso Uribe, un canal de TV de ese país exhibía un mapa de América teñido de dos colores: rojo para la izquierda y azul para la derecha.

Se mostraba ahí que casi todo el borde del Pacífico, con excepción de Ecuador, era —por favor fíjese bien en el calificativo— “proclive y alineado internacionalmente con los intereses de Estados Unidos”, en tanto que por el otro lado estaban los “rojo, rojitos” como dice Chávez. Es decir, mirando al Atlántico, salvo la costa noreste de Colombia, aparecían los principales países que ha ido ganando la izquierda y que, se rumorea, pudiera costarle pronto el puesto a Hilary Clinton por su incapacidad para impedir semejante marea.

¿Qué tiene que ver esto con el ofertón de Piñera? Espere un poco; por ahora vamos a un nuevo paréntesis. Durante los años 50 y 60, cuando la ola guerrillera inspirada en Cuba amenazaba con la debacle norteamericana en América Latina, el departamento de estado yanqui y la CIA elaboraron un plan anestesiante que se dio en llamar la Alianza para el Progreso, en otras palabras engatusar a los pueblos con dádivas populistas para alejarlos del “cáncer revolucionario”.

Siendo la izquierda en esos tiempos muy poderosa en Latinoamérica y en el resto del mundo, el plan no resultó y hubo que recurrir a los golpes de estado con dictaduras horrendas para detener la rebelión generalizada. Teñido entero de pardo y de sangre por casi dos décadas, el continente pagó caro sus afanes libertarios.

El fin de las dictaduras, y no por coincidencia, llegó junto a la caída del sistema socialista de naciones, dando paso a una bacanal capitalista que ahora podía globalizarse a su antojo dándose incluso lujos democráticos, neoliberalizarse sin temer que los odiosos desarrapados aparecieran un día en medio de los salones cual convidados de piedra a una fiesta que prometía ser infinita.

Sólo que otra vez esas crisis cíclicas de las que hablara el majadero Carlos Marx al referirse al capitalismo, no sólo les aguó la orgía, sino que trajo como remanente el renacimiento del viejo fantasma que se propagó por la costa atlántica amagando ya a parte de la costa del Pacífico.

Como mostraba el mapa de la TV colombiana, los aliados que le quedan a EE.UU. en Sudamérica son Perú y Colombia, tenidos como incondicionales por el departamento de Estado. Al sur de Rio Bravo son más pues se agrega el México de Calderón y un par de pequeñas repúblicas centroamericanas una de las cuales, Honduras, ya había intentado cambiarse de bando. Había, sin embargo, un eslabón híbrido y tibio: la Concertación gobernando en Chile, que lo convirtiera en la pieza más débil con su gobierno socialistamente fraudulento, o fraudulentamente socialista, como usted quiera.

Carcomido por la corrupción, timorato e infiltrado en sus afanes de no aparecer tan rojo, este Chile concertacionista del fin del mundo, esta “espada colgada al cinto de América” como la llamó Neruda, tenía el filo mellado y la punta roma, convirtiéndose en el candidato más probable para reforzar la disminuida influencia del coloso del norte sobre el continente.

Gracias a las increíbles torpezas de la Concertación —la más estúpida la de llevar al peor candidato que pudo desempolvar de su baúl de oportunistas— la oligarquía latinoamericana empeñada en una lucha feroz, una batalla de supervivencia, contra el chavismo bolivariano, recibe este ansiado regalo de un nuevo peón estratégicamente ubicado en el tablero continental. Sin embargo, si para Gardel veinte años no es nada, para la derecha cuatro son todavía menos.

Se trata, entonces, geopolíticamente de conservar a todo trance este ariete político y territorial que permite ampliar el cerco sobre Evo Morales, el más firme aliado de Venezuela, más aún si la oligarquía trasandina y la Casa Blanca esperan ahora revertir pronto el ímpetu izquierdista de la Argentina de los Kirchner, incluso al viejo estilo pardo de ser necesario.

Es por eso, estimado lector, que los planes presentados por Piñera el día de su diarrea de promesas, que tienen plazos que van de los ocho años hacia arriba, y no de los cuatro que se supone estará don Sebastián en el poder, pueden ser mucho más realistas de lo que se piensa y que no se trata de bravuconadas de su proverbial bocaza, sino que de un plan prolijamente elaborado más allá de la frontera y que pasa por cumplir de verdad todo, o al menos gran parte de lo prometido.

Se requiere para ello la ayuda del norte, es decir la ayuda exterior, pero por sobre todo la del poder económico interno que debe comprometerse financiera y políticamente con el urgente y primordial objetivo de atajar la ola izquierdista latinoamericana.

Dos botones de muestra

Para redondear los desatinos de este modesto columnista, hay que fijarse en dos hechos aparentemente sin mucha importancia, pero que pueden ser significativos del nuevo rumbo que tomará la posición de Chile en el ámbito latinoamericano y mundial.

El primero, la tibia y desdibujada actitud del gobierno de Piñera frente a la agresión del fascismo sionista a la flotilla de la paz cerca de Gaza, una declaración ambigua que contrastó con la firme condena mundial que sólo exceptuó a EE.UU. y sus aliados más cercanos.

Y lo segundo, el show mediático encabezado por Hinzpeter y la embajada norteamericana respecto del joven pakistaní Mohamed Saif Ur Rehman Khan, al cual y entre paréntesis la justicia ha dejado en libertad, ratificando el martes 8 de junio lo dispuesto por el juez Jorge Norambuena, a lo que se agrega la decisión de los fiscales Xavier Armendáriz y Francisco Jacir,  que acusaron a este joven, de no apelar de esta disposición de los tribunales superiores.

El caso de Mohamed, al cual, usted recordará, se le acusó de ir a la embajada de EE.UU. convertido en poco menos que una bomba ambulante, con ropas y manos impregnadas de detonantes, y que fuera “detectado” por los astutos agentes yanquis del recinto diplomático, este caso, decimos, tuvo como principal antecedente para la decisión de la justicia chilena un hecho que llena de indignación por lo burdo y mal intencionado.

Ponga usted atención porque de la misma manera como se difundió por todos los medios informativos, con gran escándalo, el hecho cuando ocurrió, se ha silenciado el desenlace remitiéndolo a escuálidas líneas y voces en esos mismos medios: al ingresar el pakistaní a la embajada le fue requisado su celular (teléfono portable, en otros países) y sus documentos que desaparecieron en el interior de la embajada. Pues bien, los supuestos rastros del explosivo tetryl se comprobó finalmente que solo estaba en el celular y en losdocumentos cundo le fueron devueltos, jamás en la piel del joven Mohamed, donde habría provocado una severa lesión según los médicos, ni mucho menos en su ropa como se informó profusamente al comenzar el asunto.

Las conclusiones son más que obvias. Lo importante a preguntarse es saber qué buscaba el gobierno norteamericano y su embajada con esta maniobra. ¿Probar acaso la fidelidad de su nuevo peón? ¿Impresionar a la opinión pública chilena del “peligro” de un terrorismo a domicilio y justificar así los futuros alineamientos de la política externa de Piñera?

¿Sabían desde antes la cancillería chilena y el ministerio del Interior los antecedentes de esta artimaña que hicieron correr a Hinzpeter y compañía a alinearse con la grosera emboscada yanqui? ¿O también cayeron en el embuste y guardan vergonzoso silencio?

Lo cierto es que las respuestas a estas legítimas interrogantes no se tendrán ahora, ni siquiera al término del juicio instruido contra Mohamed cualquiera sea su resultado, sino en los futuros pasos que dará la política internacional del Sebastián Piñera. Lo que sí es seguro es que a la Concertación se costará muchísimo contrarrestar el avance de la derecha si estos vaticinios se cumplen.

Oremos, oremos, pero no nos turbemos

Esta frase que podría ser el lema oculto de la UDI, nos sirve finalmente para aclarar el primer párrafo de este artículo. Y es que incluso existiendo el interés mayor de mantener a Chile como un puntal de la política norteamericana en América, la derecha económica y su expresión política más incondicional que es la UDI, no acepten entrar en el jueguito a costa de sus intereses capitalistas y de dar manga relativamente ancha a los “populáricos” con reivindicaciones demasiado profundas.

¿Hacia dónde irá entonces Piñera? Permítanme un último recuerdo que pudiera arrojar un poco de luz en este caso. En 1964 los informes reservados del departamento de estado norteamericano, detectaron que si la elección presidencial era a tres bandas, Frei, Durán y Allende cada uno con su tercio respectivo, ganaba Allende. Sin el menor asco, la orden de Wáshington fue desembarcar al representante genuino de la derecha, Cuajarón Durán, y apoyar a Frei Montalva que terminó ganando por amplia mayoría.

Entonces, los caprichitos de la UDI —y aquí, lo reconozco, entramos a un terreno improbable debido al reforzamiento de los sectores más consecuentes de la Democracia Cristiana luego de la partida de los colorines— pudieran impulsar a Renovación Nacional y a su presidente a buscar el apoyo de la DC prescindiendo de su molestoso socio en el gobierno, repitiendo en cierta forma la experiencia de la década de los sesentas. No lo podemos saber, ¿verdad? Quizás si lo sepa Carlos Larraín, el presidente de RN de quien se dice que no tiene una, sino las dos bolas de cristal.

En fin, querido lector, tómelo o déjelo, créalo o no, pero lo que no puede dejar de hacer es “estar mosca” como dicen en Venezuela cuando hay que estar “ojo al charqui”. No vaya a ser que mañana tengamos que mamarnos, además de Piñera, también a Lavín como presidente, lo que seguramente usted no ha considerado ni en su más vomitiva pesadilla.

En tal caso no nos queda más que rogar al Altísimo que, al menos esta vez, nos pille, por favor, muy bien confesados.

* Escritor.
 

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