Hambre, obesidad, subalimentación: nuestro mundo de malnutridos y desnutridos
Una gran bestia embiste en el siglo XXI, el hambre, que condena la vida de más de 821 millones de personas. Una de cada nueve habitantes del mundo se acuesta sin haber ingerido las calorías mínimas para su actividad diaria; dos mil millones de personas, más de la cuarta parte de la población mundial, no tienen acceso regular a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes.
El hambre deja además a 149 millones de niños menores de cinco años con retraso en el crecimiento, en un planeta que pierde o desperdicia un tercio de los alimentos que se producen para el consumo humano.
Las cifras que revela el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, presentado por la Organización de ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), deja en claro que el número de los hambreados, lejos de disminuir, aumenta por tercer año consecutivo con 10 millones más. El balance presentado en Nueva York aleja a la humanidad de alcanzar un mundo bien alimentado y de erradicar el hambre cero para 2030, el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Por el otro lado, la obesidad aumenta en todas las regiones del mundo y alcanza la cifra de hambrientos dejando una balanza de malnutridos que aún se desequilibra más si se les suma las personas que sufren sobrepeso, cuyo crecimiento se acentúa en menores en edad escolar y adultos.
En 2018, unos 40 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso y los adultos con este padecimiento superan los dos mil millones. No: no es lo mismo comer que estar alimentado y los vínculos entre hambre y obesidad cada vez son más estrechos. «El hambre y la inseguridad alimentaria pueden llevar a obesidad y sobrepeso», sentencia Marco V. Sánchez, coordinador del informe de la FAO.
Este año incorpora por primera vez el Índice para la Inseguridad Alimentaria Moderada (FIES), que refleja a aquellas personas con acceso irregular a la cantidad y la calidad de alimentos requeridos para una nutrición saludable y revela que hay 1.310 millones de personas con inseguridad alimentaria moderada.
El ocho por ciento de la población mundial que sufre la inseguridad alimentaria se sitúa en América del Norte y Europa, donde no se registran datos relevantes de hambre. «Puede haber familias que estén todo el día comiendo pollo frito y no tienen hambre, pero no satisface los complementos nutricionales que se requieren», aclara Sánchez.
En 2018, aproximadamente 40 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso y los adultos con este padecimiento superan los 2.000 millones
El hambre se esconde allá donde se ceba la violencia y deja millones de famélicos en países como Afganistán, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Sudán del Sur o Yemen.
Pero también donde el cambio climático, con fenómenos imprevisibles, desconcierta los ciclos vitales de los cultivos, los bosques, las aguas y los animales de los que nutrirse, lo que dificulta las previsiones y las inversiones en el sector y genera conflictos y desplazamientos masivos de personas, fundamentalmente en el Sur global.
África prosigue como la región con la mayor prevalencia de hambre, con casi el 20 por ciento del total. Y en concreto, en África subsahariana, donde se concentra el mayor drama, son 239 millones de personas las que se enfrentan a diario a no encontrar ningún alimento que les proporcione, al menos, una de las tres comidas al día que como mínimo debe tomar una persona. La mayoría de las crisis se dan en África, un continente altamente afectado por la violencia, el cambio climático y ahora la economía.
En Asia continúa también la escalada del hambre con un crecimiento continuo desde 2010 con más del 12% de su población desnutrida y la región suma en números absolutos 513,9 millones de personas hambrientas, la mayoría en el sudeste asiático (278 millones). En América Latina y el Caribe también aumentan los datos hasta alcanzar el 7% con 42,5 millones de personas subalimentadas.
Obesidad
A veces, para matar el hambre, las personas ingieren lo más barato, o lo que sabe más dulce o más salado, o lo que está de moda, o lo que viene envuelto en llamativos papeles de muchos colores, o lo que anuncia el ídolo de turno, o lo que es más rápido de cocinar, o lo que calla antes a los niños, o lo que sacia y satisface de forma fugaz.
La publicidad, la fuerza de las grandes multinacionales, la laxitud de políticas públicas ante la regulación de los productos ultraprocesados, o de la promoción del consumo de alimentos frescos y de la actividad física transcienden al individuo. Según la FAO, la obesidad contribuye, anualmente, a unos cuatro millones de muertes en el mundo.
Otras estimaciones, como las de The Lancet, suben la cifra de la relación entre comer mal y las muertes hasta en once millones. Estados Unidos lidera el número de adultos con obesidad, fueron 37,3 millones en 2016 frente a 34,7 en 2012. Pero también es una tendencia al alza en América Latina y el Caribe, donde se registraron 104,8 millones de adultos en 2016 de los 88,3 que había en 2012, y en las demás regiones del mundo.
La mirada está más puesta en las zonas urbanas que en las rurales, donde los estudios demuestran que se concentran tasas más altas de obesidad. Pero las comidas empaquetadas y las bebidas llamativas y coloridas se cuelan hasta en las zonas más remotas.
* Periodista chilena, asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)