¿Han arruinado las mujeres sus vidas por culpa del feminismo?

Barbara Ehrenreich*
 El feminismo hizo a las mujeres miserables. Esto, en cualquier caso, parece la coletilla más popular de “The Paradox of Declining Female Happiness” (“la paradoja de la felicidad femenina en decadencia”), un estudio reciente de Betsey Stevenson y Justin Wolfers que pretende mostrar que las mujeres se han vuelto progresivamente infelices desde 1972. Maureen Dowd y Arianna Huffington recibieron la noticia con sombría perplejidad, si bien la respuesta más común ha sido un triunfante: “os lo advertí”.

En la página web Slate’s DoubleX, un columnista concluyó del estudio que “el movimiento feminista de los años 60 y 70 nos dio un flujo constante de quejas de las mujeres disfrazadas de manifiesto… y una marca de poder femenino sexual tan promiscuo que lo celebra todo como acto feminista, desde la prostitución hasta los piercings en el pezón– en otras palabras gemidos y correas. O como lo dice más sobriamente Phyllis Schlafly: “El movimiento feminista enseñó a las mujeres a verse a si mismas como víctimas de un patriarcado opresivo en el que su verdadero valor nunca será reconocido y cualquier éxito está más allá de su alcance… un victimismo autoimpuesto no es receta para la felicidad”.

 Pero es un poco pronto para culpar a Gloria Steinem  (1) por nuestra dependencia de ISRS (2). En toda esta profunda inquietud generada por el estudio de Stevenson y Wolfers prácticamente nadie ha señalado que en general hay algunas problemáticas con los estudios sobre la felicidad que hacen que haya razones para dudar de este estudio en particular, o que, si se toma este estudio en su valor nominal, no tiene nada en absoluto que decir sobre el impacto del feminismo en el estado de ánimo de nadie.

 Para los principiantes, la felicidad es una cosa inherentemente resbaladiza a la hora de medir o definir. Los filósofos han debatido qué era durante siglos e incluso, si la definiéramos simplemente como una mayor frecuencia de sentimientos positivos que negativos, cuando le preguntamos a la gente si es feliz, les estamos pidiendo establecer una especie de media sobre muchos momentos y estados de ánimo; tal vez estuviera enfadado pronto por la mañana tras abrir las facturas, pero después se alegró el día con la llamada de un amigo, ¿qué siento realmente?

 En un célebre experimento psicológico, se pidió a individuos que respondieran un cuestionario sobre su satisfacción en la vida, pero sólo después de haber realizado la tarea en apariencia irrelevante de fotocopiar la hoja de papel para el experimento. Para una mitad de los sujetos escogidos al azar, se dejó una moneda para que la encontraran en la fotocopiadora. Dos economistas resumieron así el resultado: “El informe de satisfacción con la vida creció substancialmente por el descubrimiento de la moneda en la fotocopiadora, claramente no un efecto renta”.

 Para el estudio de la felicidad del que discutimos, las señales de alarma empiezan a saltar cuando observamos los datos. No es por ser antiintelectual pero los datos sobre como los hombres y las mujeres responden a la encuesta no revela tendencias discernibles a simple vista. Sólo realizando una manipulación estadística oculta llamada “estimación de la función estadística probit” logran los autores desentrañar una tendencia generalizada; ésta es una muestra pequeña: “Las mujeres tenían un punto porcentual menos que los hombres de probabilidad de decir que no estaban demasiado felices al principio de la muestra [1972]; en 2006 las mujeres tenían un punto más de probabilidad de hallarse en esta categoría”. Diferencias de esta magnitud serían pasmosas si estuviéramos midiendo, por ejemplo, la velocidad de la luz bajo diferentes condiciones físicas, pero cuando el tema es algo tan elusivo como la felicidad, no estamos hablando de un cambio de paradigma en los resultados.

 Además, la idea de que la mujer se aboca a la desesperación se contradice por una medida objetiva de infelicidad que ofrecen los autores: la tasa de suicidio. La felicidad es, por supuesto, un estado subjetivo, pero el suicidio es un acto duro y frío, y la tasa de suicidio ha sido el estándar de oro de la miseria desde que el sociólogo Émile Durkheim escribió su libro en 1897. Como Stevenson y Wolfers señalan – tímidamente, debemos imaginar – “contrario al bienestar subjetivo que documentamos, las tasas de suicidio femenino ha ido a la baja, incluso cuando las de suicidio masculino se han mantenido aproximadamente constantes a lo largo de nuestra muestra [1972 – 2006]. “Las mujeres tendrían depresión mientras que los hombres tienen más posibilidades de recibir una bala en la sien”.

Otro pequeño dato del que nadie, incluyendo los autores, parece tener mucho que decir es que, mientras que la “mujer” se vuelve marginalmente más triste, la mujer negra es cada vez más y más feliz. Citando a los autores: “… la felicidad tiene una tendencia al alza entre los afroestadounidenses… es más, las estimaciones puntuales sugieren que el bienestar habría crecido más intensamente entre las mujeres negras que entre los hombres negros”. El documento debería titularse “La paradoja de la felicidad de la mujer blanca en decadencia” lo que podría sugerir que el problema podría resolverse con melanina y Restylane (3).

Pero asumamos que el estudio es profundo y que las mujeres (blancas) son más infelices que los hombres desde 1972. ¿Significa eso que el feminismo ha arruinado sus vidas?

No, de acuerdo con Stevenson y Wolfers, que encuentran que “la relativa disminución en el bienestar femenino… se da tanto en la mujer trabajadora como el ama de casa, en la casada y la divorciada, en la joven y la vieja y a lo largo de los distintos niveles de educación” – tanto como para las madres como para las mujeres sin hijos. Si el feminismo fuera el problema, podría esperarse que la mujer divorciada fuera menos feliz que la casada y que las mujeres trabajadoras fueran menos felices que las amas de casa. El tener hijos, la presunta fuente principal de plenitud femenina, haría de hecho a la mujer menos feliz.

 Y si el movimiento por la mujer fuera tan deprimente, se esperaría que las mujeres más tristes fueran aquellas que tuvieran alguna exposición directa a los nocivos efectos de la segunda ola de feminismo. Como señalan los autores, sin embargo, “no hay evidencias de que las mujeres que experimentaron las protestas y entusiasmo en los años 70 se hayan distanciad de la felicidad más que aquellas mujeres que nacieron durante aquel periodo”.

Lo que muestra este estudio, si algo demuestra, es que ni el matrimonio ni los niños hacen a las mujeres felices. (Los resultados tampoco están en los piercings en el pecho). Tampoco para el caso parece haber ningún problema con “demasiadas elecciones”, “el balance vida laboral – familiar” o el “segundo turno” (4). Si creen a Stevenson y Wolfers, la felicidad de la mujer es absolutamente indiferente a sus condiciones objetivas de vida, incluyendo la pobreza y la discriminación racial. Sea lo que sea la “felicidad” es…

Por tanto ¿por qué este alboroto repentino con el estudio de Wharton que de todos modos se filtró por primera vez hace dos años? Básicamente porque se ha convertido en la plataforma de lanzamiento para el nuevo libro del prolífico consultor de gestión Marcus Buckingham más conocido por “First, Break All the Rules and Now, Find Your Strengths”. Su nuevo libro “Find Your Strongest Life: What the Happiest and Most Successful Women Do Differently” es el clásico molde de pensamiento positivo y género de autoayuda: Primero, las desgarradoras citas de mujeres desdichadas identificadas sólo por su pseudónimo de correo electrónico (Countess1, Luveyduvey…), después las historias de mujeres “de éxito”, seguidas del obligatorio test de autoevaluación para descubrir “el rol que estabas obligada a jugar” (creador, ofreciendo cuidados, influenciador…) todo culminado con un anuncio de los muchos productos relacionados que puedes comprar, incluyendo un video introductorio de Buckingham, una “guía del participante” con “ejercicios” incluidos para llevarte a la felicidad y un atractivo juego de “Ocho Planes de Vida Sólida” que adoptar. El Huffington Post dio a Buckingham una columna en la cual continuar con su campaña de marketing.

Es una vieja historia: Si quieres vender algo, primero encuentra la terrible aflicción que el producto cura. En los 80, como los implantes de silicona caían, los doctores descubrieron la “micromastia”, la “enfermedad” de los pechos pequeños. Más recientemente se da la furiosa búsqueda de las grandes farmacéuticas de la Viagra femenina, se ha encontrado un sorprendentemente alto 43% de mujeres que sufre de “disfunción sexual femenina”. Ahora esta infelicidad y la gama de potenciales curas es impresionante: Seagrams, Godiva y Harlequin (5) toman nota.

 Notas del traductor :
1) Activista feminista en los EEUU. (2) Inhibidores selectivos de recaptación de serotonina (antidepresivo). (3) Gama de productos de belleza. (4) Second Shift en inglés: Podemos dividir el día en tres periodos de 8 horas, este término indica ese “segundo turno” que la mujer desempeñaría en el hogar después de su jornada de trabajo. (5) Marcas de bebidas alcohólicas, chocolates y novelas románticas, respectivamente.

*Presidente de la “United Professionals” y autora, recientemente, de This Land Is Their Land: Reports From a Divided Nation.

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