HAROLD PINTER: EL PODER Y LA DIGNIDAD

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La Academia Sueca comunicó en su portal web (www.svenskaakademien.se) que por estrictas razones deriuvadas de su estado de salud –prohibición de sus médicos– Harold Pinter, 75, no podría recibir en persona el Premio Nobel de Literatura 2005. No obstante, el dramaturgo envió su discurso de estilo grabado en un vídeo, el que fue proyectado a las 17.30 (hora de Estocolmo).

Pinter plantea en su discurso las diferencias entre la literatura –donde «no hay grandes diferencias entre lo que verdad y lo que es mentira» y de hecho ambas pueden coexistir– y la realidad, en la que el ciudadano (incluido el artista) debe plantearse qué es verdad y qué es mentira.

Sentado en una silla de ruedas, enjuto y debilitado, la voz del escritor, a ratos cavernosa, siempre entera, desarticuló –como si explicara un guión de cine– los mecanismos que enmascaran el poder en nuestros días. “A la mayoría de los políticos, por lo que se puede ver, no les interesa la verdad sino el poder y cómo mantenerlo”, acusándolos de inmediato de que para conservarlo «deben mantener a la gente en la ignorancia de la verdad, incluso en la verdad de sus propias vidas”.

El humanismo es político

Probablemente la gran prensa o ignorará su alocución o destacará –no importa si descontextualizadas– algunas frases en que la obvia referencia debía ser –y es– el modo de ejercer el poder global por parte del gobierno de EEUU. Un ejemplo fue la invasión a Iraq, marcada por un cúmulo de mentiras que prepararon a la opinión pública y el manejo despiadado tanto de la fuerza militar como de la desinformacion para justificarla.

Nada de lo señalado por la Casa Blanca –afirma Pinter en nombre de la dignidad humana– era verdad. «La verdad es algo totalmente diferente. La verdad tiene que ver con el rol que Estados Unidos se atribuye en el mundo y cómo lo representa”.

Pinter bosquejó la política exterior estadounidense a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, enfatizando sus crímenes, que la historia oficial apenas menciona: Nicaragua, El Salvador, Chile y el resto de los países en que Wáshington apoyó a regímenes inhumanos que costaraon la vida a cientos de miles de personas.

«¿Tuvieron lugar? –se pregunta en forma retórica–. ¿Son responsabilidad de la política exterior de Estados Unidos? La respuesta es sí” (…) Pero usted no lo sabrá. Nunca ocurrió. No importa. No es interesante. Los crímenes de EE UU han sido sistemáticos, constantes, atroces y despiadados, pero poca gente habla de ellos” debido a la manipulación llevada a cabo por Wáshington, que resulta un verdadero y existoso ejercicio de hipnosis.

«Hemos llevado torturas, bobardeos masivos, uranio empobrecido, innumerables actos de asesinatos aleatorios, degradación y muerte para los ciudadanos iraquíes y lo hemos llamado libertad y democracia para Oriente Próximo», dijo en un acápite de su discurso.

Despertar la conciencia

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Pinter no se queda en la mera denuncia, también hace hincapié en la pasividad de la sociedad estadounidense, repatingada en sus sofás sin ponerse a pensar sobre ello. A lo que apunta el Nobel es que como resultante gran víctima, es la conciencia.

Cita casos actuales, como la cárcel de Guantánamo, que apenas ocupa espacio en los medios porque Estados Unidos lo ha planteado como una cuestión o me apoyan o están en mi contra “Y Blair calla”, añade, planteando que el presidente Bush y primer ministro bien podrían ser llevados ante el Tribunal Penal Internacional por las atrocidades cometidas en Iraq.

Concluye citando a Pablo Neruda –también Nobel de Literatura– para asegurar que es necesaria una «determinación intelectual resuelta e inquebrantable como ciudadanos para definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestra sociedades (…) Si tal determinación no está personificada en nuestra visión política, no tenemos esperanza de restaurar lo que casi se ha perdido: la dignidad del hombre».

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