Historia contemporánea: – DESPERTÓ UNA SOMBRA CHAMÁNICA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La hora del pueblo indígena ha llegado. La misma voz que ha sido silenciada a través de toda la historia de México, dijo el escritor Álvaro Abreu, el 12 de Marzo del 2001, en el momento en que el subcomandante rebelde Marcos se preparaba a hablar en la plaza mayor de Ciudad de México frente a una gigantesca muchedumbre. Era el momento de la culminación del «zapa tour», una jornada de dos semanas que cubrió tres mil kilómetros desde el corazón mismo del EZLN en las junglas de Chiapas.

Es la primera vez que una fuerza rebelde ha marchado abiertamente hasta el centro del poder desde que los líderes revolucionarios Francisco Villa y Emiliano Zapata lo hicieran en 1914. El grito rebelde es el mismo: democracia, justicia, libertad. En el momento en que el impulso social transformador pareciera estar muerto, no estaría demás preguntarnos si el zapatismo de Chiapas representa el suspiro moribundo de aquello que se nos va o, por el contrario, los chispazos energéticos de aquello que empieza a renacer.

¿Es posible hablar de una sociedad «primitiva», en el sentido rousseauniano, inocente de todo conocimiento de separación y jerarquía? Probablemente no. Y en tal caso, el problema romántico de como recuperar la inocencia perdida deja de ser tal. No hay nada que recuperar. Cada sociedad, no importa cuan salvaje, primitiva o moderna pueda ser, se ve obligada a considerar la cuestión o en otras palabras la catástrofe de la separación.
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Los seres humanos no son seres «puros», que por alguna misteriosa circunstancia fueran transformados en la patética figura que hoy conocemos. La separación es inherente, es parte de lo que constituye la estructura misma de la conciencia, ya que conocer es separar. Una vez que las herramientas fueron desarrolladas por el homo erectus, que señala el surgimiento de una nueva conciencia, tenemos ya el potencial para la emergencia de la separación.

Según Peter L. Wilson, el problema que se le plantea a toda sociedad es el de prevenir que la separación alcance proporciones catastróficas y jerarquías rígidas que habitualmente se expresan a través del Estado y del capital. Históricamente las nociones de «derecho» y «costumbre» han venido sirviendo este propósito. Si el derecho permite la distribución de bienes y las costumbres previenen la acumulación excesiva de poder, entonces, podríamos decir que las estructuras sociales pueden ser vistas como modos eficientes de reproducir sociedades no autoritarias.

Si partimos de la premisa que en ultima instancia todo lo que el ser humano quiere es preservar la autonomía y el placer para sí mismo y el grupo al que pertenece, su maximización dependerá de una mayor o menor igualdad de condiciones y su autonomía estará determinada por los limites impuestos por la autonomía del grupo. Por algún tiempo, durante el periodo de la caza y la recolección de alimentos, esto fue posible. La preservación de esta estructura social, frente a los intentos de jerarquizacion, se sostuvo a través de la guerrilla, la «economía del regalo» y el chamanismo. Su ensamble es lo que constituye la «Maquina Paleolítica».

La agricultura y con ello la civilización –la cultura de la ciudad, nuestro mundo conceptual– surgieron apenas 10.000 años atrás, en Catal Huyuk o Jericó o en algún lugar similar del cual no tenemos conocimiento. Su surgimiento marco el triste destino del campesino. El tiempo suave del cazador nomádico, rizomático como la foresta y la montaña, es reemplazado por el trabajo esclavizante, el corte de la tierra en surcos rígidos, el año en segmentos y la sociedad en sectores.

Es la división del trabajo. Es la emergencia de la separación y antagonismo social.

La separación implícita en la revolución agricultural no guía inmediatamente al establecimiento jerárquico. Este solo surge con el derrumbe de la «Maquina Paleolítica» que resiste el surgimiento del Estado que aparece, no de acuerdo a alguna ley histórica evolutiva trascendente o al cambio de clima o al crecimiento de la población, sino de acuerdo a una cuestión puramente humana.
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El Estado es una relacion humana, entre seres humanos y solo dentro de lo humano. Por tanto su surgimiento siempre es posible, como también, su resistencia. Se podría alegar que el Estado es un epifenómeno «agricultural». Pero también es posible decir que su origen no radica en el proceso del cultivo vegetal –ya que éste puede llevarse a cabo sin acumulación– sino a la invención de la plusvalía y la escasez. La escasez implica plusvalía y la plusvalía implica apropiación.

La agricultura hace posible la plusvalía, la acumulación y la concentración de riqueza y poder, pero no necesariamente el Estado. Éste solo comienza con el quiebre del sistema de derechos y costumbres propio del periodo paleolítico, que da comienzo a la larga historia de sacrificio, explotación y dominación. Pero esta no es la historia que queremos seguir.

Lo que aquí interesa son aquellos fragmentos aun no perdidos del todo de aquellas costumbres más viejas que la conciencia, preservadas en las resquebrajaduras del poder monolítico del Estado/capital. Porque, cuando la autonomía desaparece, todavía se sostiene en una especie de tradición secreta, enraizada en el comienzo del tiempo que garantiza su reaparición. Y la reaparición ocurre.

En un rincón del Nuevo Orden Mundial la rebelión ha estallado. Trozos de la «Maquina Paleolítica» se hacen presentes. En la ruina social del pueblo indígena, margen de la civilización, todavía es posible vislumbrar algunos pilares de la primitiva estructura. Los remanentes chamánicos, como reconoce Wilson, todavía aparecen en una posición central en el espacio geográfico o conceptual del exilio y desposesión.

Cuando el ámbito de los derechos y costumbres anti-jerárquicos desaparecen y el espíritu de resistencia pierde su materialidad, solo el «espíritu» permanece. Un pueblo derrotado se ve reducido a fábulas, mitos y memorias de tiempos más gloriosos. Hasta que un día, agitado por estos recuerdos, encuentra la fuerza suficiente para reencarnarlos en la resistencia material.

Los comunicados del sub-comandante Marcos y el resto de los dirigentes del EZLN (EZLN 1994. Zapatistas! Documents of the New Mexican Revolución. Brooklyn, N.H.Autonomedia) han sido desarrollados junto con los ancianos mayas de la región, muchos de los cuales practican el chamanismo.

La libertad ideologica o meramente política –un lugar dentro del Orden– no es lo que estos pragmatistas románticos buscan, a lo menos por ahora. Su objetivo es la «libertad empírica», significando autonomía efectiva, libre de la necesidad y enfermedad causadas por la ignorancia; y, por sobre todo, libre para ser diferente.

Para ser maya. Y es esto ultimo lo que mas angustia a los guardianes de la cultura y valores eurocéntricos.
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En el mismo momento en que el triunfalismo capitalista anuncia la unificación total de la realidad –la macdonalización del mundo– el reclamo a ser totalmente diferente se les presenta como una ofensa «atavística» en contra de la transparencia absoluta de los valores mercantiles de producción y ganancia.

El reclamo por ser maya no es el reclamo para ser parte del mosaico muliculturalista –una sobrevivencia folklórica– sino el reclamo por ser primitivo. El alzamiento zapatista es una re-versión revolucionaria. Y es por ello que a los herederos del Racionalismo Iluminista –de izquierda o derecha– se les hace tan difícil aceptar esta re-versión.

El tribalismo no es progresivo. Su preocupación casi obsesiva con la dimensión sagrada de la tierra es incompatible con los objetivos racionales del crecimiento económico. Pero, la verdad de las cosas, el hecho permanece. Toda oposición al capital, toda diferencia inasimilable debe ser considerada potencialmente revolucionaria.

Algunas de ellas pueden resultar –y en el hecho así ha ocurrido– mera reacción y terminar en revoluciones conservadoras y autoritarias. Otras, en cambio, pueden guiar a ese tipo de revolución que apreciamos. En todo caso, lo remarcable es el hecho de que la «Maquina Paleolítica» ha empezado a ejercer su influencia en la estructura oposicional al capital, justo en el momento en que las viejas ideologías racionalistas revolucionarias del siglo XIX, sustentadoras del movimiento social, atraviesan crisis tan severas que amenazan con su desaparición. Su objetivo, no está de más decirlo, no es la vuelta a la caza y recolección de alimentos sino la oposición a la separación jerárquica.

En términos más abstractos, como dice Deleuze, se podría concebir la «Maquina Paleolítica» como funcionando a lo largo de las mismas líneas que la multitud, el enjambre, la banda o la tribu: como un ensamble o multiplicidad que esta dispersa a través del ambito social. Su continuidad flexible no puede ser captada por conceptos de organización totalizables y unificables que implican sistemas jerárquicos estáticos que poseen claras líneas de demarcación tales como clases sociales, sexo o naciones.
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Por el contrario, la «Maquina Paleolítica» se asemeja a un ensamble rizomático cuyos elementos carecen de los principios estáticos de unidad o conexión. Debería ser entendida, más bien, por las corrientes y movimientos que gobiernan sus operaciones y las posibles líneas de metamorfosis y creatividad a su disposición. En cierto sentido es una manera diferente de organizar y ocupar el espacio social a través de variaciones en la forma en que se pertenece a él. Un proceso organizativo que esta gobernado por mutaciones y variaciones continuas. Un proceso que se opone al poder normalizante de la mayoría y no se orienta a la obtención de un estatus mayoritario.

En su posición, los zapatistas comienzan potencialmente a funcionar como tal ensamble. Una línea de vuelo experimental con la posibilidad de crear un nuevo tipo de subjetividad revolucionaria.

El futuro de tales movimientos, sin embargo, es siempre incierto, ya que no poseen destinos pre-establecidos y constantemente corren el riesgo de quebrarse. Si, hipotéticamente, el movimiento zapatista conquistara la autonomía dentro de México lo que quedaría por verse es si logra mantener la autonomía interna, o, por el contrario, el poder se verá concentrado nuevamente en las manos de un supuesto «representante» único de los intereses de la comunidad.

Después de cinco siglos de colonización y opresión y los mejores esfuerzos de las naciones modernas –y sus agentes internacionales para transformar la existencia indígena– es claro que ésta continúa persistiendo y, en muchos casos, crece en número y significancia política.

En lugar de aceptar el papel de sujetos pasivos de la historia que los europeos y los criollos han tratado de asignarles, han adoptado nuevas formas y nuevas relaciones con el Estado que busca contenerlos y, en muchos casos, han asumido nuevas identidades que nadie antes había imaginado.

La situación indígena contemporánea requiere un cambio en la forma como los indígenas son conceptualizados y, más importante, como ellos se conceptualizan a sí mismos.

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* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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