Hogar, factor violencia: – NIÑOS, LA ECUACIÓN DESTROZADA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoPor lo menos 275 millones de niñas y niños están expuestos –dice el último informe de la UNICEF– a diversas formas de violencia hogareña. Esto quiere decir que son objeto de agresiones físicas –golpes, abuso sexual– y sicológicas por parte de los adultos en cuyas casas viven –habitualmente sus padres y parientes cercanos–. Algunas fuentes, no de instituciones oficiales, hacen subir el número a más de 300 millones.

Este siglo XXI de la Cristiandad surge como un acto de prestidigitación, un juego de abalorios practicadao detrás de lo que reflejan las imágenes que vemos, y que nunca estaremos seguros si corresponden al objeto –o sujeto– reflejado. Tal vez todo haya empezado con el concepto de la autonomía de la razón. La razón libre, libérrima hasta en su desvarío.

No fue la divinidad la víctima de haber ocupado la mente el centro de las cosas. Fue otra entelequia: el Estado.

Hay historias dentro y alrededor de las historias

Gozosamente se desmantela al Estado: la persona humana no precisa ataduras, límites, regulaciones. Lo que es bueno para uno es bueno para todos –siempre que el uno sean pocos y los todos dóciles–. Y como la razón necesita instrumentos para cumplir sus altos designios, nacieron las compañías, hoy corporaciones planetarias. Y porque los todos se rebelaron hubo que dar vueltas el concepto de lo público y recrear, desde adentro, a los Estados. ¿La consigna? Avanzamos hacia un mundo globalizado.

Jerigonzas y galimatías son viejos compañeros; desde las cavernas, es decir: mucho antes de subir al primer tren.

Es necesario combatir al tabaquismo. Escarnio al fumador, multas, castigos. No se venderán atados de cigarrillos a menos de 100 metros de los colegios, no se fumará en recintos cerrados. El tabaco mata. ¿Mata el tabaco? El Estado, nuevamente fuerte dice que sí. Pero el tabaco no mata. Mata el cigarrillo. El cigarrillo contiene tabaco, pero también otras sustencias –o las genera– en el acto de su combustión. Esas sustancias son producto de la manipulación del tabaco cuando es sometido a un proceso industrial para obtener cigarrillos. ¿Mata la hojita de coca? Mata el clorhidrato de cocaína y la suma de porquerías que «estiran» el polvillo.

Bien por las campañas para acabar con el cigarrillo. Sólo que no vayamos ni muy rápido ni muy lejos, que se perjudicará a la «industria». La industria –que sabe con exactitud desde mucho antes que se formalizara la primera campaña qué vendía– diversifica sus inversiones: galletitas, caramelos, chocolates (sin cacao) y otra chatarra. Que envenena principalmente a los niños.

Mata la angurria por las ganancias. Matan las coporaciones. Las corporaciones son el Estado. Hay historias dentro y alrededor de las historias.

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Ennoblecimiento de la violencia

Por la amenaza de la cárcel, la hoguera, el infierno o el asilo mental el páter se fue alejando del chimpancé; la horda humana dejó –casi por completo– de cazar otros monos para desmembrarlos y disputarse hígados y sesos en el banquete ritual. Se impusieron otras sutilezas: leche «tan buena como la materna»; cesáreas que permiten «programar el parto»; jardines infantiles para que los niños «aprendan a socializar»; «residencias» para los ancianos; y grupos, grupos, grupos de autoayuda: para los alcohólicos, sexoadictos, drogadependientes, solitarios, glotones, anoréxicos, etc, etc, etc…

Paralelamente, para que todos tengan una oportunidad, se flexibiliza la negociación entre la oferta y la demanda de empleo. Hay que ganar tiempo, por lo que no se negocia más: ¿para qué? El que quiere trabajar toma lo que le dan o no trabaja. Sin reclamar: si lo toma es su razón y su voluntad hacerlo. No hay culpa, hay otros en la fila. Una larga fila de famélicos necesitados, de material sobrante. Hacia comienzos de este siglo XXI un tercio –cuando menos– de la humanidad.

Un tercio de la humanidad molesta. No tiene cabida. Ésa es la lucha contra el terrorismo de Mr. Danger Bush, de Mr. Blair –al que llaman Tony, nombre circense como pocos–, de al que llaman, o llamaron, Berlusconi –para continuiar con lo circense–, del hombrecito en Pakistán y su par de bombas –por lo menos mientras no cambie–, y otros, como el simpático Putín de allá de Moscú.

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Si la violencia se hace planetaria, general y masiva no será violencia: es democracia y paz. No es necesario buscar a la dama, como en los policiales antiguos, basta con diseñar la consigna y mandar tropas. Da lo mismo adónde. Palestina, Haití, Afganistán, Panamá, Serbia, los montes en el Cáucaso o el Congo. La paz es guerra. Es bueno entonces cascarle a los niños. Para que aprendan.

Sembrar tristeza para conseguir docilidad

El apuntado informe de UNICEF señala sin entrelíneas que para las niñas y niños ver u oír a sus padres –u otros adultos con los que conviven– agarrarse de las mechas, abusar de sus hermanas o hermanos, presenciar dislates alcohólicos o de otro tipo, en fin, estar ahí, atados/as a la espantosa teledrama o comedia de la violencia hogareña –en palabras de una información distribuida por ADITAL– «puede dejar huellas en el desarrollo físico, emocional y social de los niños, tanto durante la infancia como más tarde en la vida».

La información, naturalmente, no mereció sesudos comentarios de analistas ad hoc en los medios de comunicación con fama de seriedad.

Los malos tratos ejercidos sobre la madre –la mujer es la principal víctima de la violencia intrafamiliar– es algo común: una de cada tres mujeres alguna vez ha sido obligada a copular o a hacerlo de un modo para ella vejatorio, golpeada o insultada en su casa, dejan también huella profunda en la niñez. No se ha estudiado en profundidad qué pasa con el nonato cuando su madre es apaleada: una de cada cuatro mujeres en estado de preñez es golpeada.

(En esta revista puede leerse una completa investigación sobre la violencia intrafamiliar de la periodista Gisela Ortega, en seis capítulos, comenzando aquí).

fotoLos niños y niñas en cuyos hogares campea la violencia o el maltrato, son firmes candidatos a ser víctimas, a su vez, de abusos, explícitamente, de abuso sexual; al fin y al cabo de alguna parte salen esas niñitas y esos muchachitos que dan vida a buena parte del llamado turismo sexual. Pero aunque no sean ellos mismos abusados, las secuelas de haber sido testigos de experiencias violentas en sus familias los predispone a sufrir secuelas serias: bajo rendimiento escolar, falta de habilidades sociales, depresión, ansiedad y otros trastornos de la personalidad.

A lo que se sumará indefectiblemente –en especial en las niñas– iniciación sexual temprana descontrolada, lo que significa aumento de la tasa de embarazo adolescente, y consumo de sicotrópicos amén de conductas antisociales –en rigor respuestas autodefensivas–.

En pocas palabras: serán carne de penitenciaría. Y lo serán, además, porque estadísticamente esos niños son proclives a tener conductas violentas ante sus pares; eso es: resolverán sus conflictos cotidianos por el matonaje, individual o como parte de un grupo –pandilla juvenil–.

El macho de la especie es quien, ultramayoritariamente, desencadena la violencia hogareña o intrafamiliar. Costumbre avalada por los valores culturales y que la mayor parte de las veces deviene del hecho de fracasar su rol como proveedor de la casa, impuesto por esos mismos valores.

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Pero esta última reflexión se relaciona con otras instituciones sociales, entre ellas la educación y los estamentos políticos, que son –en la mayor parte del mundo– sendos fracasos. A menos que se consideren éxitos societarios la prescripción urbi et orbi de los productos, gentilmente fabricados por la industria farmacéutica, recomendados por la neurociencia de la felicidad y el bienestar: «medicamentos» psicoactivos o antidepresivos, de las que se recetan y consumen millones de píldoras al día y a edades cada vez más tempranas.

La domesticación del ser humano, salvo la de los rebeldes de siempre, ha llegado a su fin con pleno éxito; lo prueba el «ráting» de las telenovelas y los canales porno. Quizá, entonces, se ha iniciado la insurgencia. De este combate depende el futuro, lo demás acaso no sea más que hipocresía.

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Informe de Patricia Parga.

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