Hoja de ruta pos-CoVid-19: Poniéndose en marcha
Antonio Turiel - The Oil Crash
Por tanto, sin necesidad de hacer grandes análisis macroeconómicos es evidente que este año el PIB de España se va a contraer al menos un 20%, y probablemente acabe cayendo bastante más, mientras que a nivel de Europa la caída esperada es de alrededor del 20%. Como referencia, tengan en cuenta que durante la Gran Recesión de hace una década, en España de 2008 a 2014 el PIB se contrajo algo más del 9%.
La bofetada económica va a ser por tanto de órdago. Esto todo el mundo lo da ya más o menos por descontado, y por eso hay todos los movimientos actuales, con tantos Expedientes de Regulación Temporal de Empleo, que usan las empresas para evitar descapitalizarse pagando sueldos a sus trabajadores mientras no hay actividad. El problema es que esta medida, como las demás que se están tomando, es un mero parche con un objetivo muy cortoplacista, por falta de una visión global del problema sistémico que tenemos.
Por una parte, en las comparecencias de los ministros y del responsable de coordinación se insiste de una manera enfermiza en que ya estamos llegando al pico epidémico (otro día discutiremos sobre las analogías entre la curva epidémica y la de producción de petróleo), porque la gran obsesión es llegar cuanto antes a ese punto para poder saber cuánto tiempo se va a necesitar para superar la actual crisis.
Por tanto, anunciar cada día que ya estamos llegando al pico epidémico es completamente absurdo, entre otras cosas porque todavía estamos a unos cuantos días, quizá semanas, de llegar a ese punto (y más aún ahora que por fin el Gobierno de España ha impuesto el confinamiento total: el confinamiento reduce el tamaño del máximo pero también lo pospone).
Esta visión simplista de lo que representa esta epidemia puede acabar causando aún más mal a la principal preocupación, que es la economía. Es bastante evidente que este virus es sensible al Sol, como demuestra el escaso progreso de la epidemia en países tropicales o, por ejemplo, en las Islas Canarias. Sin embargo, la lentitud de la toma de decisiones en la mayoría de los países occidentales (y eso sin contar con los países que simplemente no han tomado medidas) ha favorecido una expansión del virus a gran escala, lo cual tiene dos efectos negativos.
Si en ese momento, por el agotamiento económico y psicológico de un nuevo confinamiento, se optara por medidas más laxas (cosa que podría pasar, una vez que se haga el balance del desastre económico de este año), se podría llegar a generar una oleada peor que la actual (de hecho, en 1918 la segunda oleada fue la peor), y eso deterioraría aún más la confianza de los ciudadanos.
«Crisis de confianza» va a ser, sin duda, una de las expresiones que se van a repetir más durante los próximos años. La gripe de 1918 causó un gran impacto emocional en la sociedad, sobre todo porque se cebó con adultos jóvenes. La actual epidemia de CoVid-19 afecta a un estrato diferente de la población (al menos, hasta que no mute en una cepa más letal) pero la sociedad de nuestro tiempo también es muy diferente de la de 1918, y por tanto su impacto emocional va a ser también grande, sobre todo en los países donde los muertos se cuenten por cientos de miles.
No voy a insistir aquí sobre las causas e inevitables consecuencias de nuestro declive económico: se han discutido largamente. La caída precipitada de la producción de petróleo durante el próximo lustro (que, ahora sí, podría perfectamente estar en la línea de lo que indicaba la Agencia Internacional de la Energía en 2018), la caída de producción de muchas otras materias primas, la crisis del comercio internacional, la disminución drástica del sector de los transportes y, en última instancia, los inicios de la Gran Escasez, comenzando por la alimentaria, son el camino al que nos dirige el inútil mantenimiento de las políticas habituales en un mundo que se ha quebrado y que no puede seguir estampándose inerme contra los límites biofísicos que impone el planeta.
Pero no es de esto de lo que va este post. Este post va de ponerse en marcha. De reconocer el momento y comenzar a actuar. A nivel de ciudadano de a pie, de persona particular. Este post va dirigido a Vd. y a mi, a la gente que tendremos que transitar estos difíciles años mientras buscamos una nueva referencia con la que reorientar nuestra vida.
La primera cuestión es saber cuándo hay que ponerse en marcha.
Durante todos estos años he insistido en la necesidad de mantener una vida B, una vida más resiliente y que nos dotase de otras habilidades para cuando nuestra vida A dejase de ser funcional. La clave de alternar estas dos vidas, la vida A o convencional y la vida B o resiliente, estaba en el enorme coste personal y social de abandonar, directamente y de plano, la vida A por la vida B.
El ejemplo por antonomasia de esa transición abrupta es lo que ha hecho alguna gente, que han abandonado sus trabajos convencionales y se han ido a vivir en pueblos, a veces semiabandonados, para ganarse la vida con lo que da la tierra. El problema es que no podemos irnos todos al campo, y probablemente tampoco es necesario: en ese futuro de resiliencia se van a necesitar muchos más oficios y menesteres que el mero cultivo de la tierra.
Y sin embargo el mantenimiento simultáneo de la vida A y la B tampoco era algo sencillo. Yo mismo lo he experimentado: a medida que han pasado los años y he ascendido en mi organización, he tenido cada vez más responsabilidades y menos tiempo. Al final, uno no puede apostar a dos posibilidades tan diferentes al mismo tiempo, porque justo el tiempo es el paradigma de bien escaso.
En todo caso, ya no estamos en esa página. Ya no se trata de compaginar vida A con vida B. En los próximos años lo que vamos a ver es cómo nuestra vida A se va disolviendo. Y como la vida B no se nos va a aparecer delante espontáneamente, es importante comprender que la vida A se ha acabado, o se está acabando, para empezar a construir la vida B, la que será nuestra vida futura.
El primer momento crítico en su vida próxima, querido lector, es cuando comprenda que usted no va a recuperar su trabajo, o que no puede mantener su trabajo actual.
En los próximos meses, millones de personas se van a quedar en el paro. Un paro que se espera que sea temporal, y así será para muchos, pero no para todos. Aquí está el primer punto de resistencia psicológica: en qué momento uno debe aceptar que su trabajo no va a volver. Lo cual quiere decir que uno no va a volver a encontrar trabajo de «lo suyo», y probablemente tampoco de nada más.
Prácticamente todas las profesiones están amenazadas de esta disminución drástica y, recordémoslo, permanente de la fuerza de trabajo. Peor aún: después de la caída brusca inicial habrá una cierta recuperación del empleo, pero posteriormente éste irá declinando de manera paulatina a lo largo de los años.
Las tasas de paro oficial no reflejarán esta realidad porque se irán eliminando del contingente de parados quien lleve demasiado tiempo sin trabajo ya que se considerará que «ha desistido» de buscar trabajo; la única manera de saber qué está pasando será mirar cómo evoluciona la población activa, la cual, como digo, irá a la baja.
Será en estos próximos años en los que, si se contabilizaran como ahora, veríamos tasas de paro del 30%, incluso más. Una situación socialmente difícil de sostener, y que se intentará apuntalar con la renta mínima garantizada, que es una forma de redistribución monetaria de mínimos destinada a evitar el estallido social, pero que solo servirá para mantener en una práctica indigencia a una buena parte de la población.
El primer paso de preparación psicológica que todos y cada uno de nosotros debemos hacer es ser honestos con la propia situación, y marcarnos un punto bien concreto, de límites bien definidos, en el que consideraremos que nuestra vida A ha muerto. Por ejemplo, cuando llevemos dos o tres años sin encontrar trabajo. O bien, cuando nuestro sueldo baje por debajo del 50% del que teníamos antes del estallido de esta crisis terminal.
Es importante fijar esos límites, porque los cambios que se operan lo suficientemente lentos corren el riesgo de pasar inadvertidos, y nuestra psique nos tiende a dar excusas para no aceptar lo que la mera lógica dicta. Tenemos que ser objetivos para ser capaces de superar el duelo de la muerte de nuestra vida A, la vida que nos ha acompañado durante los últimos 10, 20, 30 o 40 años, o que alimentaba nuestras esperanzas de futuro.
Hay otro umbral psicológico importante que aquellos de mis lectores que viven en una gran ciudad o en una urbanización deberán también nombrar: cuándo es el momento de abandonar la ciudad. Es también un momento muy duro, porque al abandono de las expectativas uno añade el abandono de ese rincón al que ha llamado hogar. Y sin embargo será también, llegado el momento, una necesidad. De nuevo, aquí es importante definir claros umbrales y ser honesto con uno mismo.
Una vez más, cada uno deber ser capaz de fijar hoy su umbral de dolor, y llegado el momento reconocer que no tiene sentido continuar luchando por algo que todo indica que va a seguir degradándose. Es difícil y doloroso, pero más doloroso sería seguir hundiéndose con ello. No hay que esperar a un evento muy traumático para abandonar, en ese momento precipitadamente, un barco que se hunde.
Tómese su tiempo, querido lector. Reflexione sobre estas cuestiones seriamente. Fíjese sus umbrales y respételos. No se preocupe ahora por lo que viene después: qué hará cuando no haga aquello que siempre ha hecho, dónde vivirá, de qué vivirá. Todos tenemos miedo a la incertidumbre, pero ahora ya no nos queda más remedio que prepararnos para saltar de esta casa en llamas.
La semana que viene comenzaremos a discutir sobre lo que necesitaremos construir después. Porque hay un después, y con nuestras manos lo levantaremos.