Andrés Sal.lari*
Una noticia me llamó mucho la atención este domingo, unas declaraciones del canciller impuesto por el gobierno de facto hondureño, Enrique Ortez Colindres, que decían lo siguiente:“Dejad a los hondureños que resuelvan sus problemas. Ellos permiten lo que sea. Ya Estados Unidos no es el defensor de la democracia. En primer lugar, el presidente de la República, que lo respeto, el negrito, no conoce dónde queda Tegucigalpa. Nosotros somos los que conocemos dónde está Washington y somos los obligados como país pequeño, un pigmeo democrático, a aclararles las concepciones y a leerle, tal vez en su idioma, lo que está pasando”.
‘En Honduras se hicieron presentes dos niveles de la política del gobierno norteamericano, una proveniente de la Casa Blanca y otra de la maquinaria que dejó montada la administración de George W. Bush a través de la base militar implantada en la población hondureña de Palmarola’, sostuvo.
Rangel explicó que las razón es que en la madrugada del domingo 28 de junio dos importantes funcionarios del Departamento de Estado, James Steimberg y Tom Shannon, contactaron la embajada estadounidense en Tegucigalpa y la base militar que tiene ese país en la población hondureña de Palmarola para advertir del golpe y disuadir cualquier intento de apoyo.
‘En Honduras operaría, además del Departamento de Estado, la línea del Pentágono a través de la base militar cuyo jefe, el general Douglas Fraser, días antes del golpe en ese país hizo declaraciones contra el presidente (Hugo) Chávez, las cuales asumió de inmediato el gobierno usurpador de (Roberto) Micheletti’, comentó Rangel.
Indicó que fue por esa situación que el embajador estadounidense, Hugo Llórens, se vio forzado a pronunciarse en contra de lo ocurrido, con reservas al principio y luego en forma más categórica.”
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