Horas cruciales.

Cristián Joel Sánchez.*

Todas las encuestas  señalan que el gobierno de la derecha en Chile presenta el nivel más alto de rechazo en la historia política del país. Incluso más que el propio Pinochet. Y el bloque opositor, la Concertación, es repudiada tanto o más que la propia derecha. Como usted sabe, desde hace 20 años los chilenos sólo tienen electoralmente esas dos alternativas. ¿Qué ocurrirá entonces en un futuro que se ve cada vez más inmediato? 

Las justificaciones del gobierno de la derecha ante su espectacular derrumbe a poco más de un año de tomar el poder, contienen —si se aparta la hojarasca de siempre— una gran verdad con la cual hay que concordar obligadamente: que el repudio de esas grandes mayorías que han irrumpido bruscamente en estos días, abarca por igual a todo el espectro político, y del cual sólo se salva, porque ha estado a la deriva marginalizada por más de 20 años, una izquierda muy sui generis.

Sin embargo, no obstante que no se puede negar que existe esta condena masiva a la derecha y a la Concertación, hay que tener extremo cuidado al momento de definir  lo que de verdad está podrido en este reino que no es Dinamarca sino Chile. La táctica, siempre sibilina de este gobierno, es convencer a la población que la gran culpable es la política, tomada como pilar de la estructura de las sociedades, ocultando el verdadero causal que es el deterioro moral y conductual de quienes ejercen hoy la política en Chile, es decir los políticos.

Esa delgada línea que divide a los políticos de la política es peligrosamente fácil traspasarla, amigo lector, si no nos damos cuenta de quiénes están sutilmente empujándonos al error, más aún si la historia ha demostrado que el desprestigio de esta actividad ancestral de la sociedad humana  es un camino que ya fue pavimentado por el nazismo, por los fascistas italianos y, más cercanamente en el tiempo y la geografía, por nuestro propio engendro llamado Pinochet.

 Trasladar la responsabilidad de los políticos de cualquier signo, eludiendo el fondo de la crisis por la que atraviesa Chile, es incitar a volver la vista a sistemas como el corporativismo fascista o a un totalitarismo que, no importa el signo, la historia ha demostrado como el peor de los suicidios colectivos.

Entonces ¿qué? Bueno, ¡qué diablos! hay que cambiar a estos políticos corrompidos. Pero,  ¿por quiénes? Es lo que trataremos de argumentar reconociendo honestamente que en estos días revueltos el piso  está lleno de incertidumbres.

Ni la derecha ni la Concertación, sino todo lo contrario

Antes de lanzarnos a lucubrar, permítame inquietarlo un poco: en dos años más hay elecciones presidenciales. Entonces, ¿derecha otra vez? ¡no, por favor!, ya lo está diciendo la inmensa mayoría de este país. ¿Concertación entonces? Es decir, aquellos que son socios comerciales de la derecha en los negocios de la educación, la salud, la previsión, la banca, sólo por nombra los más repudiables, y que en 20 años no fueron capaces de cambiar nada del status contra el cual se alza hoy el pueblo chileno, ¿acaso los prefiere usted?

Le repito, entonces: ¿Concertación o derecha? Acuérdese que no nos dan otra alternativa, que el sistema binominal favorece igualmente a ambos bloques y excluye cualquier otra posibilidad. Por eso es que la reforma duerme en el Congreso mientras se culpan unos a otros por no avanzar en el cambio.

Queda, sin duda, un tercer camino, pero para lo cual deben cumplirse varios requisitos que en este minuto concretarlos parece más bien una quimera, una utopía. Lo primero y más importante es lograr que este formidable despertar de la juventud —y de los que conservan aún un pedazo de primavera en el corazón— se canalice hacia una postura política sin perder a ninguno de sus aguerridos participantes.

Es probable que usted, amigo lector, como mucha gente honesta que apoya plenamente el movimiento estudiantil que surge incontenible, encuentre poco ético —por decir lo menos— que alguien trate de sacar provecho político de este momento. Pero eso no sólo es inevitable, sino que urgente,  aunque usted me putee con todas sus ganas.

De lo contrario, ¿qué cree usted que ocurrirá con todo este inmenso potencial juvenil que se lanzó a la lucha? ¿Se irán a la Garra Blanca? ¿O a Los de Abajo? ¿O se irán en masa a peregrinar detrás de santa Teresita, que ha sido durante muchos años la manera de alienar a la juventud con la complicidad de los curas?

Si a estas alturas usted concuerda conmigo, sigamos lucubrando. Si no concuerda, entonces váyase a…. rezarle a santa Teresita como último recurso.

No todos los caminos conducen a Roma

Veamos entonces, hacia donde volvemos la vista. La izquierda, obvio. Pero cuál izquierda. Analicémosla. Quizás si el conglomerado más coherente que se perfila en esta izquierda es el partido comunista, al que se agregan figuras individuales de otros partido y movimientos que, si bien poseen referentes de base, son pequeños grupos de muy bajo perfil. Digamos, sólo por nombrar algunos, el senador Alejandro Navarro y el diputado Hernán Aguiló, que han tenido una actitud honesta estando siempre donde las papas queman —o donde moja el guanaco, si lo prefiere.

Hasta hace unas pocas semanas ninguno de ellos representaba un peligro serio al sistema inmutable heredado de la dictadura que confió la economía de mercado a dos seguros cancerberos: la derecha y la Concertación. El partido comunista, que como las del chancho anda atrás de la historia desde hace varios años, cometió un nuevo error por falta de olfato: amarró su presente a la Concertación a cambio de tres diputados, es decir se arrimó a muy mal palo por no leer las encuestas.

Sin embargo, a la cabeza de las protestas, justo es reconocerlo, están ellos, los jóvenes comunistas. Hay que tener, eso sí, mucho cuidado. No es la Jota de nuestros tiempos, la de las camisas amaranto, la que desfilaba detrás de figuras como Recabarren, Lafferte, González y toda esa larga lista de santos canonizados por Moscú.

Estos jóvenes son prioritariamente dirigentes estudiantiles antes que políticos, al menos por ahora. Y eso por una razón muy simple, aunque preocupante: no tienen dónde mirar políticamente hablando.

Aunque detrás de Camila Vallejo, presidenta de la FECH, aparezca en los desfiles Guillermo Teillier con su cara de monja alemana, es la dirigente estudiantil la que prevalece, ella y sus compañeros de esta lucha concreta que no tiene bajo la manga ninguna definición por el socialismo, o por la revolución bolivariana, ni siquiera por las híbridas oscilaciones que le hemos visto estos días a Lula, el brasileño sublime.

Por este motivo, amigo lector, usted que me maldecía unas líneas atrás por incitar a la politización de las protestas, tendrá que estar de acuerdo en que el apoliticismo no es ninguna virtud del movimiento estudiantil, sino su talón de Aquiles, porque las hienas políticas, tanto de la derecha como de la Concertación, se los van a comer con zapatos en poco tiempo más cuando por ley de acción y reacción, esta lucha formidable vaya perdiendo fuerza al carecer de un horizonte trascendente.

Seguramente usted ya se habrá enterado que en la Democracia Cristiana comenzó el enfrentamiento entre los que comprenden la trascendencia de la rebelión de la juventud y los que ven amenazados sus intereses que comparten con la derecha. Si no lo cree, entérese de las declaraciones de sujetos como Mariana Aylwin, ex ministra de Educación de la Concertación, de Gutemberg Martínez, y otros conspicuos, que ofician de rectores y sostenedores de universidades privadas, y que apoyan la maniobra del plan GANA con la que Piñera intenta desarticular las protestas ciudadanas por la educación.

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo orientar a las masas juveniles hacia la comprensión de que la solución real a los grandes temas que ellos plantean sólo se podrá conseguir barriendo a los que han usufructuado del poder antes y ahora? ¿Qué ello se logra creando un gran movimiento político nuevo para lo que necesariamente habrá que tirarse al agua?

Salvo quitarle el sueño, no crea que voy a dar soluciones. Tampoco tengo ases en la manga pues los perdí en la quimera del siglo pasado. Quizás si el asunto vaya por presionar para que se apruebe la reforma electoral, más aún si por primera vez nació un llamado de los propios estudiantes secundarios a inscribirse en los registros electorales para terminar con este sino funesto que parece haberse asentado en nuestra realidad desde la implantación de la dictadura.

Si esta juventud rebelde que ha madurado en estas semanas mucho más que en el último cuarto de siglo, cumple el tedioso trámite de registrarse, o es inscrita automáticamente por una nueva ley electoral, y si, además, surge un nuevo referente libre de la corrupción de los políticos actuales, un nuevo gallo podría cantar en los próximos años.

Si no es así, búsqueme en las futuras procesiones hasta el santuario de santa Teresita, aunque con los años los jóvenes tengan que empujar mi silla de ruedas. Al menos Dios me va a pillar confesado.

* Escritor.
 

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