Impacto Global: Lula dijo lo que se debe decir

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU), que reemplazó a la Sociedad de las Naciones, después de la II Guerra Mundial como intento de instituir un foro igualitario en el que los Estados pudieran discutir sus diferencias en un mundo entonces bipolar -las democracias capitalistas bajo el paraguas estadounidense; las democracias socialistas bajo el paraguas soviético- difícilmente puede ser definida hoy como el mismo instrumento.

El retiro de la URSS de Afganistán -en parte gracias a la tarea bien cumplida del mimado de turno de la CIA, un árabe llamado Osama ben Laden (los Ben Laden tenían y mantienen excelentes relaciones con el sector energético de EEUU y con la poderosa familia estadounidense Bush) fue el comienzo no sólo del anunciado final del socialismo real, sino de un nuevo diseño en las relaciones internacionales.

El reparto de América

Durante la última década del siglo XX se construye un mundo en el que los acuerdos entre las «grandes» potencias tiene como único objeto la aceptación de las acciones del poder mayor; el diálogo será por cuestiones secundarias, por detalles, y en su mayor parte para que las otrora grandes salven la cara u obtengan alguna migaja sobrante del apetito imperial.

Con la URSS mueren además los viejos pactos -escritos y tácitos- que habían presidido el reparto del mundo a lo largo de dos siglos. En el caso de América el asunto había sido simple: tras el desastre del imperio afrancesado en México y la torpeza del bombardeo naval europeo en Venezuela -la deuda externa no es un fenómeno del siglo XX- las zonas de influencia quedaron delimitadas: Centroamérica y el Caribe -engullidas La Española y Cuba- eran coto de caza privado estadounidense; América del Sur -fundamentalmente Brasil, que deja de ser la sede de la Casa de los Braganza hacia 1884-, Argentina y Uruguay son «parques naturales» de Europa.

El capital alemán conservó algunos cafetales en Salvador, el de EEUU controló la extracción y comercialización el cobre en Chile, europeos y estadounidenses bebían del mismo petróleo venezolano y, hasta la mitad del siglo XX, guapos expedicionarios de ambas orillas del Atlántico probaban su valor y puntería en la caza de «indios» en Amazonia y su periferia.

América -salvo la América de los que dicen americanos- no importaba mucho: países enormes, pero vacíos, gentes pacíficas a cuyas elites no molestaba servir de bisagra -o de almohadón- entre los poderes foráneos y la explotación local.

Los Sandino, Haya de la Torre, Vargas, Lechín, Perón o Arbenz que surgían aquí y allá no pasaban de molestias pasajeras. Y hacia 1950/60 y hasta el umbral del XXI la preocupación fue el «peligro comunista».
Que desde 1960 ese maldito lunar que parece «un gran lagarto verde» sea más una cosa de intolerante orgullo herido y lobby de la mafia debe anotarse, pero no altera lo esencial: América no sajona estaba repartida y en paz. Los que buscaron perturbar esa paz, como lo averiguaron nicaragüenses y chilenos, fueron prontamente devueltos al molde.

Afrosambas en alemán

Las cosas jamás son demasiado simples. El desmoronamiento de la URSS clarificó algunas cosas y complicó otras; hacia Oriente China sacó sus propias conclusiones: sonó una alerta para dentro de 20 años.
Lo más preocupante en términos estratégicos ocupa territorios lejos de América: Palestina, Asia occidental y esa marea de cientos de millones de musulmanes que amenaza con echar a andar -y ocuparse por sí mismos de su gas y petróleo.

La actividad industrial desenfrenada comienza a preocupar en serio vivida ya más de la mitad del siglo XX. Madre natura se queja, no resiste la inmundicia. Los peces se agotan, los mares mueren; el agua potable está en alerta amarilla.

Y lo que es más extraño, ese extenso potrero de América Latina deja de ser rural con guitarras, marimbas, señoritas y playas «de ensueño».

Pese a haber perdido un territorio rico e inmenso, y a la corrupción desaforada, México creció. La solución fue incorporarlo a un tratado comercial exclusivo con EEUU y Canadá, el Tratado de libre comercio de América del norte. Algún día los mexicanos sabrán lo que les costó que Fox y Bush, estadistas al fin, y rancheros, comparen la artesanía de sus botas vaqueras.

Lo grave sucede en Brasil. Casi sin que nadie se diera cuenta, a fines de los años noventas Brasil era la octava o novena economía mundial. 185 millones de habitantes -en 1996- no podían ser ignorados.

Brasil dejó de ser el Carnaval de Río para convertirse en la pesadilla de São Paulo. Poderosamente industrializado, con millones de vacas en sus campos y una agricultura en varios rubros demasiado competitiva para el gusto del buen vecino del norte.

Entre 1950 y 1960, mientras asomaba el bossa nova, empresas alemanas invirtieron en Brasil. Luego llegaron otras, pero lo alemanes fueron los más activos. Instalaron en São Paulo talleres, fábricas, tecnología que Europa prohibiría poco después por contaminantes. En los años sesentas el gran temor europeo eran las «lluvias ácidas» producto de la industrialización sin controles.

El samba aprendió alemán. La enorme mayoría de los camiones que transportan las mercancías en América del Sur los fabrica Scania Vabis, sueca, o Mercedes Benz, alemana, en sus grandes fábricas brasileñas. El calzado brasileño camina por calles de ciudades que los obreros que los cosen ni saben que existen. Millones de litros de jugo de naranja se exportan a todo el orbe, también carne de vaca y harina de soja.

Los aviones medianos made in Brasil compiten y ganan, pero la mitad de sus habitantes tiene hambre.

Cuando el diseño del mundo unipolar pergeñado por Reagan y sus asesores se convirtió en hecho consumado, el imperio -¿porque qué otra cosa que un imperio es la potencia que mete sus narices en todo y todo lo organiza para servir a sus necesidades?- elaboró su mejor remedio: un Tratado de Libre Comercio para toda América. Recordemos,.ya se había atado el de América de Norte.

Fue entonces que Brasil pateó el tablero.

La profunda mirada del hambre

En 2003 Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay -pese a los recelos de sus sectores dominantes- acuerdan revitalizar el alicaído MERCOSUR; Bolivia secunda, Perú manifiesta interés en participar, Venezuela promete sumarse -esto es, si Chávez logra un mínimo de paz social-, Colombia observa, Ecuador mira, Cuba no es indiferente, Chile firma un TLC con EEUU.

En la estrategia de Planalto el MERCOSUR permite negociar en mejores condiciones el TLC con EEUU, pero también saber «cuántos pares son tres moscas» en la UE. Y extender el comercio hacia Oriente Medio y -puertos chilenos mediante- al Asia.

Los convenios comerciales no son panacea. Los países venden lo que tienen para vender y compran lo que necesitan, si pueden. América del Sur vende básicamente materias primas y productos agrícolas y ganaderos. Tarea difícil, porque las economías del norte (Europa y EEUU) subsidian a sus productores agrícolas.

Estos subsidios equivalen a cerrar el comercio de los países del Hemisferio Sur, o desarrollarlo en medio de una situación miserable, procaz.

Atados con deudas -en algunos casos, como los de Argentina y algunos países africanos, de origen confuso y montos que las hacen impagable-, impedidos de desarrollar su propia industria farmacéutica o electrónica -las benditas patentes- y además con los subsidios por delante, ¿cuál será el destino post firma de cualquier acuerdo?

Brasil, eficazmente secundado por Argentina -las economías con mayor diversificación en América de Sur- no suscribe el tratado comercial para toda América e insiste en cuanto foto puede llegar, que las economías ricas eliminen tales subsidios y cumplan las «mil promesas y una» hechas, también en cuánto foro se expone el tema, en el sentido de contribuir con un porcentaje mínimo de su PIB, el 0.7 por cientro, para que los países pobres puedan proceder al desarrollo de políticas económicas autosustentables, de salud y educación que mejoren la condición de sus habitantes.

Tal es el sentido de la prédica -por lo demás cristiana- de Lula Da Silva englobada en la consigna «hambre cero»:
«No hay arma de destrucción masiva más potente que el hambre», dijo el presidente de Brasil a los representantes de 1.500 empresas y 50 ONG de unos 70 países en la cita convocada por Kofi Annan, para humanizar la globalización.
«No mata soldados. Mata niños, mujeres y jóvenes».

En su discurso, el mandatario brasileño también arremetió contra los escandalosos subsidios agrícolas de los países ricos y pidió una movilización política internacional para luchar contra el hambre.

Fue el único impacto de la conferencia Impacto Global, si se exceptúa la rara franqueza del secretario general de la ONU, Kofi Annan, que al pedir a empresarios, gobernantes y sociedades llanas un esfuerzo común para «realizar la promesa de un mundo más justo y estable», aventuró:
«Quizás nadie tenga más cosas en juego que la propia comunidad financiera. Ayudaron a dirigir la globalización. Se han beneficiado mucho de ella (…) y todavía esperan mucho de ella en el futuro».

Suponiendo que de verdad haya un futuro común.

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*Periodista y escritor.

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