Miguel Tinker Salas y Víctor Silverman
La presencia de destructores armados con misiles, portaaviones con miles de soldados, submarinos nucleares en el mar Caribe, aviones F-35 en Puerto Rico, la presencia de helicópteros y soldados en Panamá, y el aumento de una recompensa por la captura del presidente Nicolás Maduro han despertado el temor de una acción militar de Estados Unidos contra Venezuela.
Bajo el pretexto de interceptar el tráfico de drogas, el gobierno del presidente Donald Trump asume una actitud bélica hacia Venezuela. Aun cuando la mayoría del tráfico de drogas ocurre en el Pacifico, Trump anuncia que le ha dado “luz verde” al ejército para atacar a cualquier agrupación que su gobierno unilateralmente denomina como “narcoterrorista”.
Sin ofrecer la más mínima prueba, el 2 de septiembre militares de Estados Unidos asumieron el papel de juez, jurado y verdugo cuando lanzaron un misil y ejecutaron a 11 venezolanos a bordo de una lancha que supuestamente “representaban una amenaza a la seguridad” aunque estaba a miles de kilómetros de Estados Unidos. Los asesinatos representan un despliegue brutal del poder estadunidense.
Esto no es la primera vez que Trump apoya estas acciones. En su primer gobierno, el secretario de Defensa, Mark Esper, reportó que Trump propuso lanzar misiles contra México para destruir laboratorios donde supuestamente se producía fentanilo. Antes de Trump, tanto Obama como otros presidentes mantenían una kill list (lista para asesinar) de personas denominadas terroristas, que incluía tanto a ciudadanos como a extranjeros, aunque supuestamente su muerte sería el último recurso.
¿Cuál es el objetivo de Trump, más allá de impulsar lo que ahora llama su nuevo Departamento de Guerra y su supuesta «ética guerrera”? A primera vista, el esfuerzo por parte de Estados Unidos parece reafirmar su papel como la principal potencia imperialista en América Latina, cuando en realidad su poder se ha esfumado. Los dramáticos cambios políticos en América Latina en las últimas décadas han marginado a Washington.
Mas allá de lo político, en el campo económico, China ha desplazado a Estados Unidos, convirtiéndose en el principal socio económico de América Latina y la principal fuente de inversión extranjera, con las excepciones notables de México y América Central. En mayo de 2025 China patrocinó una cumbre con lideres latinoamericanos donde anunció un fondo de inversión de 9 billones de dólares destinados a América Latina. Mientras la Casa Blanca amenaza militarmente a América Latina, China invierte un billón de dólares en la explotación petrolera en el Lago de Maracaibo, en Venezuela.
Con el despliegue de sus buques en el Caribe, Estados Unidos busca afirmar su papel como la potencia dominante de la región. Parte de esta reafirmación son los esfuerzos por efectuar un cambio de régimen en Venezuela. En su primer gobierno, Trump, siguiendo la estrategia de Marco Rubio, su actual secretario de Estado, aplicó “presión máxima” contra el país apoyando a un seudopresidente y destinando millones de dólares a la oposición, que hasta la fecha no se han contabilizado.
Con sus acciones, Trump propone regresar a la diplomacia del Gran Garrote (Big Stick) impulsada por Teddy Roosevelt en 1900, en la cual la fuerza era el poder. La realidad es que, dadas las condiciones de cambio, el uso de la fuerza militar refleja su debilidad, ya que no tiene otra forma de imponer un consenso.
Pero hay otro objetivo, donde la movilización militar en el Caribe es una cortina de humo (con consecuencias fatales) para ocultar la inconformidad que existe contra Trump. Su nivel de aprobación sigue bajo, cerca de 40 por ciento; sobre inmigración, 79 por ciento de la población desaprueba su campaña de deportaciones. La economía sigue siendo su talón de Aquiles, la inflación aumenta y los empleos disminuyen. Y por mucho que trate, Trump se sigue hundiendo en el pantano causado por el escándalo del pedófilo Jeffrey Epstein.
En repetidas ocasiones Trump ha tratado de deportar a unos 650 mil venezolanos que cuentan con protección limitada otorgada por el presidente Joe Biden. Para lograr su meta, Trump citó como autoridad la “ley del enemigo extranjero” argumentando que los venezolanos representan una fuerza invasora que opera bajo el mando de Maduro, argumento que fue rechazado el mismo 2 de septiembre por un tribunal federal de apelación, que indicó que Estados Unidos no se encuentra en guerra con Venezuela.
Como en la película Escándalo en la Casa Blanca (Wag the Dog, 1997), donde los protagonistas “inventan” una guerra para distraer a la población, Trump ahora pretende utilizar el conflicto que él mismo ha fomentado con Venezuela para que la Corte Suprema decida el caso de deportación en su favor. El silencio por parte del Partido Demócrata sobre los eventos del 2 de septiembre en Venezuela enfatiza su papel como cómplice en las acciones de Trump.
Aun cuando las acciones de Trump parezcan el guion de una mala película de Hollywood, sus consecuencias para Venezuela y América Latina no serán simplemente cortinas de humo. Categorizar a un Estado como narcoterrorista busca legitimar cualquiera acción militar en contra de Venezuela o cualquier otro país. Ya grupos criminales en cuatro países, Venezuela, México, El Salvador y Ecuador, han sido clasificados como narcoterroristas por Estados Unidos.
No obstante, Trump se encuentra aislado en América Latina; su imagen es la del rey desnudo ante una región que rechaza el uso de fuerzas militares. Sin embargo, si el humo se transformara en fuego, las llamas podrían ser devastadores para los pueblos de nuestro hemisferio.
*Profesores eméritos, Departamento de Historia, Pomona College.
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