Irán. – EL »HOLOCAUSTO» COMO DAÑO COLATERAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Fueron gitanos: sempiternos nómades de artesanías, canciones, «mancias» y pobreza; también, ¿por qué no?, pequeñas raterías por los caminos, tendederos de ropa, barrios en los extramuros de las ciudades europeas. No tenemos sus nombres, no tenemos un monumento por la hecatombe que los condujo a las casas de la muerte. Ellos probablemente no conocieron la palabra holocausto.

Otros fueron comunistas –y anarquistas–: agitadores irredentos; muchos murieron por serlo y ser, además, judíos. O eslavos. O griegos. Puesto a matar el animal humano mata sin considerar ni el origen ni el futuro que hubiera esperado a la cabeza que siega.

Y estuvieron en la fila homosexuales, algún borrachín de barrio, enfermos. Que, quién sabe, murieron además porque fueron judíos, eslavos, griegos, gitanos, amén de comunistas o anarquistas. Tampoco ellos conocen la palabra holocausto. No se les aplica. Como no se aplica a los millones de seres que vivieron bajo el sol de América y que resultaron muertos por infieles, salvajes y «sucios, feos y malos».

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Muchas derrotas construyen a veces una victoria. Quienes conforman hoy la dirigencia del Estado de Israel y muchos que mantienen vivo el judaísmo por el resto de la ajena Tierra lograron la victoria proporcionada por cada una de las muertes repartidas por el Reich en la Europa que alcanzó a ocupar y donde pusieron la cerca de sus campos siniestros.

Su dolor –legítimo– contribuye a que olvidemos otros dolores. Y eso no es legítimo. Habrá un Padre para todos o no existe un Padre para nadie.

Se juntan en Irán intelectuales e investigadores de distinto pelaje, dicen que son algo menos de 70 y que llegaron a Teherán por lo menos de 30 países, para discutir al holocausto según una «visión internacional» –la muerte no es más que una pequeña visión apagada–. No se busca confirmar o negar la matanza, aclaró el ministro de RREE iraní.

¿Por qué Irán, por qué una trasnochada discusión, por qué la ira de otros Estados? Cierto, el presidente de la República Islámica de Irán parece mantener la tesis de que no hubo seis millones de judíos muertos en Europa. Alguna vez deslizó –o nos informa mal la prensa– que se trataba de un mito el holocausto, un mito que de alguna manera ayudaba a justificar el comportamiento pretoriano, o semejante al de las SS, de Israel en Oriente Medio, concretamente en Palestina y Líbano.

Cuesta aceptar semejante razonamiento. Cuesta aceptar que niños israelíes dibujaran florecillas y escribieran dedicatorias a sus pares libaneses en el fuselaje de las bombas –no importa si entonces desarmadas– que después destruyeron casas, calles, hospitales, escuelas en Líbano.

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Cuesta aceptar en esta América que rechina los dientes por la injusticia –pero pese a todo pacífica, cuyos mayores asesinos en la modernidad fueron armados e instruidos desde afuera–, cuesta aceptar, que los nietos, simbólicos y mestizos, de los masacrados en la primera mitad de la década de 1941/50 empuñen el fusil para matar a su vez a quienes se niegan a dejarse poner el dogal de la humillación, defienden su agua, sus huertos, sus casas, sus calles.

La soez ambición imperial de la que la política israelí es cómplice y beneficiaria puede lograr un objetivo imprevisto e imprevisible: convertir el holocausto –no importa cuántos hayan sido sus víctimas– en otro «daño» colateral, como el de esos niños que mueren porque el misil no resultó tan inteligente como pensaron sus fabricantes –que de todos modos cobraron sus denarios–; esa pareja cuya noche de bodas se convirtió de pronto, por ejemplo en Afganistán, en un cráter humeante; esa familia que no volverá a la playa porque en la arena quedaron sus restos.

Tal vez obligados por la fuerza de las armas en Francia ocupada por la Wehrmacht, los Rostschild vendieron vino a los nazis, ¿quién asegura que algunas de esas botellas no se destaparon digamos no ya en Berlín sino en Treblinka? Puede que otras se descorchen en las mejores casas de Israel actual.

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