Iraq: urge cambiar el rumbo

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En aquellos primeros días en Vietnam creíamos que íbamos ganando. Creíamos que bastaba con la destreza y el valor de nuestros soldados. Creíamos que la victoria en el campo de batalla conduciría a la victoria en la guerra y llevaría la paz y la democracia al pueblo de Vietnam.

En Vietnam perdimos nuestro objetivo nacional. Abandonamos la verdad. Fallamos a nuestros ideales. Las palabras de nuestros líderes ya no eran dignas de confianza.
En nombre de una causa mal dirigida, continuamos la guerra demasiado tiempo. No entendimos los acontecimientos que se producían a nuestro alrededor. No entendimos que nuestra sola presencia creaba nuevos enemigos y derrotaba los mismos objetivos que nos proponíamos lograr. No podemos permitir que la historia se repita en Iraq.

Debemos aprender de nuestros errores. Debemos reconocer ahora lo que cada vez más iraquíes creen: la guerra se ha vuelto una guerra contra la ocupación estadunidense. Hemos llegado al punto en que una presencia militar prolongada no es productiva ni para aquel país ni para Estados Unidos. Esa presencia se ha vuelto parte del problema, no de la solución.

Necesitamos una seria corrección de rumbo, y la necesitamos ya. Debemos hacerla por esos soldados estadunidenses que están pagando con su vida. Debemos hacerla por el pueblo estadunidense, que no puede permitirse el lujo de dilapidar recursos y prestigio nacional en prolongar indebidamente una guerra. Debemos hacerla por el pueblo iraquí, que anhela un país que no sea un campo de batalla permanente y un futuro libre de ocupación.

Por muchas veces que el gobierno lo niegue, no hay duda de que engañó a la nación y nos metió en un pantano. El presidente Bush corrió a la guerra con base en una inteligencia (espionaje) exagerada y en el obstinado argumento de que Iraq era una arena crítica en la guerra mundial contra el terrorismo, que de algún modo era más importante una guerra en Iraq que terminar la guerra en Afganistán y capturar a Osama ben Laden, y que por alguna razón el peligro era tan urgente que no podía darse a los inspectores de Naciones Unidas tiempo para completar su búsqueda de armas de destrucción masiva.

Como consecuencia de nuestras acciones en Iraq, nuestro respeto y credibilidad en todo el mundo ha llegado a los niveles más bajos de la historia. fotoTambién hemos pagado con vergüenza y desdoro del buen nombre de Estados Unidos como adalid de los derechos humanos. Nada está más en conflicto con nuestros valores como estadunidenses que la tortura a otro ser humano. ¿Creen ustedes que algún estadunidense dirá con orgullo a sus hijos que su país tortura prisioneros?

Y sin embargo, altos funcionarios del gobierno, llevados por su arrogancia, se desviaron tanto de nuestra herencia y nuestra creencia en la fundamental decencia humana que aprobaron el uso de la tortura. Hicieron mal, terriblemente mal.
El deliberado desprecio del gobierno hacia las Convenciones de Ginebra condujo a torturas y abusos flagrantes contra prisioneros en Guantánamo y Abu Ghraib, y esa degradación ha empequeñecido a Estados Unidos ante los ojos del mundo. Ha amenguado nuestra voz moral en el planeta.

Nunca en nuestra historia se había dado un ejemplo más patente y doloroso de ese dicho de que quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla. La marea de la historia se levanta en contra de la ocupación militar. En Iraq desdeñamos esta verdad y peligramos por ello.

Es tiempo de reconocer que sólo hay una elección: Estados Unidos debe devolver Iraq al pueblo iraquí. Necesitamos dejar que el pueblo iraquí tome sus propias decisiones, llegue a su propio consenso y gobierne su propio país.

El Libro de los Proverbios de la Biblia nos lo enseña: «La soberbia antecede a la destrucción, y un espíritu arrogante a la caída». Es tiempo de que el presidente Bush se trague su orgullo y ponga fin a los continuos fracasos en Iraq y ante los ojos del mundo. Cuando pronuncie su mensaje de Estado de la Unión, la próxima semana, espero que demuestre su intención de hacerlo así. El peligro es muy real y, si no lo hace, nuestro liderazgo en el mundo estará perdido para siempre. No podemos permitir que eso ocurra.

Existe un curso más sabio que podemos seguir, acorde con lo mejor de nuestra herencia y nuestra historia: un curso que ayudará a Estados Unidos, por fin, a recuperar el lugar que nos corresponde con respecto al mundo y a traer nuestras tropas a la patria con honor. Tomemos ese curso, y tomémoslo ahora.

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* Extracto del discurso del senador estadounidense demócrata por Massachussetts sobre el futuro de Estados Unidos en Iraq, dicho en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins el 27 de enero pasado.

Publicado en el diario mexicano Jornada. Traducción de Jorge Anaya.

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