Islandia, el calor que viene desde el frío
Rivera Westerberg.
El conocimiento que se tiene en América de Islandia es como una moneda: algunos dirán que está lejos, en el Hemisferio Norte, y otros no dirán nada; si la moneda cae de canto quiere decir que sabemos les encanta matar ballenas. Aunque, desde luego, las cosas no son tan simples. De hecho la Lýðveldið Ísland (República de Islandia) es una caja de sorpresas. Y algo se puede aprender de las novedades.
Islandia es una isla de poco más de 100.000 kilómetros cuadrados y una vasta extensión de su territorio inhabitable, los alrededor de 320.000 islandeses viven cerca de la costa. La razón de ello es la corriente cálida del Atlántico Norte, que permite en el breve verano temperaturas cálidas (máximas de poco más de 20º centígrados, y evita que en invierno el termómetro baje de los 20 grados bajo cero.
Los vikingos la descubrieron allá por el siglo VII dC, cuando todavía no se habían critianizado, y poco después la colonizaron; más tarde también llegaron a sus playas escoceses e irlandeses. La población desciende de ese maridaje entre nórdicos y celtas.
Bien, pero ¿qué pasa en Islandia?
Hacia 2008 los islandeses contaban con la mejor calidad de vida en el mundo. Parecían en la cresta de una ola interminable. Sólo que no era real: los capitales invertidos en ese bienestar —soplado por la burbuja financiera internacional— pronto cobraron su precio.Los tres bancos principales de Islandia se declararon en bancarrota, la Bolsa se derrumbó en más de un 70% y su moneda, la corona islandesa, perdió más de la mitad de su valor.
Era un país en quiebra. La población, sorprendida, comprendió por primera vez en su larga historia que había que decir algo; los pueblos dicen básicamente cuando protestan. Y protestaron.
Sobre el edificio del Partlamente, la bandera de la cruz —la enseña nacional— fue reemplazada por la de una cadena de supermercados: amarilla con un cerdito que sonreía. El "terrorismo" había llegado a Reikiavik, la policía no sabía muy bien qué hacer (aunque luego hizo lo de todas las policías: dar de palos).
Intervino, claro, el sacrosanto FMI (Fondo Monetario Internacional) que otorgó un salvavidas al Estado islandés —muchos sostienen que de plomo—. Se jugó por la oferta Davíð Oddsson al que con razones ciertas se acusa de complicidad con el plan de endeudamiento. De cualquier modo, la ciudadanía votaba por no pagar la deuda. Naturalmente no fue escuchada.
Oddsson era el gobernador del Banco Central desde 2005 y había sido primer ministro de 1991 a 2004, ministro de Relaciones Exteriores y alcalde de Reikiavik durante casi diez años. El más visible de premio por la tarea cumplida fue ser designado editor jefe de Morgunbladið, el periódico más influyente del país.
Pronto el primer ministro Geir Haarde debió disolver el gobierno. 16 semanas llevaban decenas de miles de islandeses que —como en la Argentina gobernada por De la Rúa— exigían "que se vayan todos".
La cabalgata de la valquiria
Después de una semana de incertidumbre, el 1º de febrero de 2009 la dirigente, ex ministra y parlamentaria socialdemócrata reelegida ocho veces, Jóhanna Sigurðardóttir, toma las riendas de lo que sería el primer gobierno con un matiz de izquierda en Islandia, en coalición con el Partido Verde, un tanto más radicalizado.
Katrín Jakobsdóttir, nueva ministra de Educación, 32 años, reconocía las dificultades de la "cohabitación". Los verdes son una izquierda con sentido de clase —señaló— no parecen convencidos de las bondades de unirse a la Unión Europea, uno de los requisitos detrás del préstamo de rescate, y por otra parte, nunca habían estado ni cerca del poder, pero, eran "las únicas manos inocentes" en el embrollo islandés.
No todo, empero, eran dolores de cabeza, había algo que celebrar: la primera ministra Sigurðardóttir, de 67 años, pudo contraer matrimonio con la periodista y escritora Jonina Leosdóttir el mismo día en que entró en vigencia la nueva ley que define el matrimonio como “una unión entre dos adultos independientemente de su sexo”. “Hoy me he beneficiado de esta nueva legislación”, declaró la primera ministra, que tiene hijos de un anterior matrimonio con un hombre.
La Iglesia Estatal Luterana —la mayor parte de los islandeses son luteranos— guarda un cauto silencio ante esta legislación. Pero el obispo de Islandia instó a los curas a no acatar la ley. A la ciudadanía el asunto no la conmueve: lo estiman parte del ejercicio de la libertad individual de cada uno. La decisión del parlamento fue unánime (49 contra 0), y no es lo único que la ministra tiene in mente.
Sigurðardóttir reconoció y apoya a una asamblea auto-convocada de ciudadanos que busca definir las pautas para elaborar una nueva constitución islandesa. Una de sus iniciativas más populares es la investigación de la deuda externa, cuyos principales acreedores son Inglaterra y Holanda; dilucidar las exactas condiciones del préstamo del FMI y apresar, procesar y si resultan responsables condenar a los banqueros de la "plata dulce". En este orden, se ha pedido a INTERPOL la detención de quienes abandonaron el país.
El humor a la Alcaldía
Jón Gnarr, humorista, ganó hace poco las elecciones de la Alcaldía de la capital de Islandia con una curiosa campaña electoral. Prometió no cumplir con sus promesas electorales y afirmó que, a diferencia de los políticos de siempre que prometen y no cumplen y esconden sus actos de corrupción, su gobierno va a ser abiertamente corrupto. El Partido Mejor (Besti Flokkurinn) que fundara no tiene plan de gobierno alguno. Entre las consignas de la campaña se anotan:
– Un parlamento libre de drogas para el 2020
– Toallas gratis en las piscinas
– Beneficios para los fracasados
– Un oso polar en el zoo de Reikiavik
La victoria de Gnarr pone sobre el tapete la falta de credibilidad que tienen los políticos, y la política misma, en ojos de toda la ciudadanía (visible por ahora sólo en Islandia). El gabinete del flamante alcalde capitalino —asumió el 15 de junio recién pasado— está formado medio en broma y medio en serio por "artistas, parientes y perdedores".
No obstante Gnarr, en su discurso inaugural, sintonizó en general con los lineamientos de la primer ministra Jóhanna Sigurðardóttir, aunque insistió en su proyecto de anclar un barco-cárcel frente a la costa para alojar allí a banqueros y políticos corruptos; se pronunció en favor de una revolución cultural (probablemente para mejorar el manejo del presupuesto de Cultura del Estado, uno de los más altos del mundo en porcentaje en relación al presupuesto nacional, sobre el 1.10%) y destacó la urgente necesidad de cambiar la sociedad desde las bases, revisando ideas y propuestas anarquistas.
Islandia refugio
Puede que el curso de derl camino de la integración del país a la UE frene la tendencia hacia la izquierda del gobierno y los ímpetus libertarios que la elección de Gnarr evidenció, pero por ahora ello no es notorio. Una de las últimas medidas en que se trabaja es la creación de un "refugio para las comunicaciones"; esto consiste en que Islandia acogerá y protegerá en su territorio a los servidores y portales de la internet que tienen su alojamiento en ellos que publican informaciones secretas, ocultas y comprometedoras a corporaciones y Estados, incluso recibidas de fuentes anónimas, siempre que sean fehacientes.
El proyecto de ley fue aprobado por unanimidad en el parlamento islandés, menos una abstención. La meta es “fortificar la libertad de expresión e información y garantizar una sólida protección para los medios y sus informantes”. No todo es nuevo, en Suecia, por ejemplo, develar la fuente de la información se considera un hecho criminal.
La iniciativa islandesa es algo que vienen reclamando —más bien clamando— los más serios medios periodísticos alternativos en la red. Uno los ideólogos es John Perry Barlow, fundador de Wikileaks (http://wikileaks.org), es buscado por el gobierno de los EEUU que lo acusa de haber divulgado materiales militares clasificados. Entre ellos un vídeo que muestra el bombardeo de tropas estadounidenses a no combatientes en Bagdad (se lo puede ver aquí).
Barlow se encuentra bajo la protección del gobierno islandés, todo un desafío de un país que, como Costa Rica, carece de ejército.