XXIII FESTIVAL DEL CINEMA LATINO AMERICANO Concorso Arcoiris TV – Premio del Pubblico On Line 5 Ottobre 1974. Nella Calle Santa Fe, nella periferia di Santiago del Cile, Carmen Castillo viene ferita e il suo compagno, Miguel Henríquez, capo del MIR, muore in combattimento. Nel documentario, la protagonista compie un viaggio attraverso la propria storia […]
Italia: El gobierno favorece y cultiva una subcultura de racismo

En los diez meses transcurridos desde la toma de posesión del Gobierno, hemos visto funcionar un modo de comunicación institucional hecho de afirmaciones apodícticas, enormidades históricas, retractaciones, lapsus, desmentidos, reiteraciones, protestas de instrumentalización y acusaciones de descontextualización, pasando por toda la escala tonal que va del victimismo al discurso del odio, en un continuo tirar la piedra sólo para esconder la mano.
Es un comportamiento que enfurece y resta seriedad a la esfera política, corrompiendo su lenguaje, al tiempo que agota la capacidad de reacción, conduciendo a la opinión pública, umbral tras umbral, a esa «anemia crítica» de la que hablaba Piero Calamandrei al describir la condición de posibilidad del régimen totalitario que fue el fascismo. Las palabras caen y ruedan unas sobre otras como las piedras en una avalancha, y si al principio nos golpean, nos indignan y nos dejan desolados, se desgastan fácilmente y poco a poco resuenan como algo conocido, ya viejo, lanzado a nuestras espaldas, molesto de recuperar.
Desde la afirmación del ministro de Cultura Sangiuliano de que Dante Alighieri es el fundador del pensamiento de derechas en nuestro país -en plena continuidad con Mussolini y los intelectuales del régimen que hablaban de un «Dante precursor de los grandes ideales del fascismo»- hasta el calificativo de «banda musical de semiretirados» con el que el presidente del Senado La Russa retrató como víctimas inocentes a los soldados del regimiento de Bozen, adscritos a las SS en calidad de antipartisanos. De los naufragios de Cutro calificados de «carga residual» por el ministro del Interior Piantedosi, a la «sustitución étnica» temida por el ministro de Agricultura y Soberanía Alimentaria Lollobrigida – haciéndose eco del llamado «plan Kalergi», un desvarío sobre la «conspiración judía mundial» para impulsar la inmigración africana y debilitar a las poblaciones europeas, aún en boga en los círculos de extrema derecha.
Desde la declaración del presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, Mollicone, según la cual la maternidad subrogada sería «un delito más grave que la pedofilia», hasta el llamamiento a no «externalizar a terceros países la vitalidad que se gana teniendo hijos», lanzado por la ministra de Familia y Natalidad, Roccella. Desde la humillación como herramienta pedagógica propugnada por el ministro de Educación y Mérito Valditara, hasta la desconcertante similitud entre la supuesta imprevisibilidad del suicidio de dos reclusas en la cárcel de Turín y el del jerarca nazi Göring en Núremberg, realizada por el ministro de Justicia Nordio.

2 de agosto de 1980, la matanza en la estación de Bolonia: 85 muertos
Desde la negación de la matriz neofascista de la masacre de Bolonia por parte del jefe de comunicación de la región del Lacio, De Angelis, en abierta polémica con el presidente de la República, hasta el audaz apoyo ofrecido por el viceprimer ministro, Salvini, al antiguo jefe de los paracaidistas de la Folgore, el general Vannacci, a quien la publicación de un libro en el que afirma básicamente que no hay italianos «negros» y que los «complots del lobby gay internacional» y el feminismo figuran entre las causas de la subversión en la que supuestamente estamos sumidos.
Empezando por su título, El mundo al revés, el voluminoso panfleto se refiere a la destitución de ese mundo natural, ordenado y éticamente normado por el Estado, de ese Dios-Padre-Familia que, en todas las latitudes, en el siglo corto, algún general se sintió llamado a enderezar. Nos encontraríamos, por tanto, no con discursos subversivos irrumpiendo en las redes sociales de extrema derecha o con divagaciones anticonstitucionales, sino con la defensa del derecho a la opinión por parte de personas que, a menos que luego rectifiquen, se declaran dispuestas a ser quemadas en la hoguera, comparándose con Giordano Bruno, por haber destapado la desestimación del sentido introducida por la «corrección política».
Cada día tiene su enormidad y su repliegue, en un continuo desplazamiento de umbrales.
Un ejercicio vertiginoso, circense, hecho de afirmaciones taimadas o tontamente despotenciadas que normalizan una subcultura alimentada por el racismo, la xenofobia, el sexismo, la homofobia, el desprecio a los pobres, a los marginados, a los desemejantes, cuando no la apología descarada del fascismo, encontrando una caja de resonancia en el papel institucional de quienes las pronuncian y en la ocupación anormal del espacio mediático que reduce a farsa el debate contradictorio.
«Cuando eres obrero, llueven piedras los siete días de la semana», decía el protagonista de la película homónima de Ken Loach. Hoy también llueven piedras sobre la burguesía democrática, lo que Paul Ginsborg llamaba la «clase media reflexiva». Ojalá dejáramos de consentir la postura de superioridad condescendiente de quienes parecen contemplar una exhibición de malos modales teniendo mucho más en qué pensar, y nos detuviéramos, en cambio, a examinar las piedras como reliquias de una civilización pasada -esa «civilización fascista» que quería construir la «nueva Italia»-, descubriríamos que la retórica del fascismo histórico está muy presente en el discurso público actual, y que no tiene sentido cerrar los ojos como niños ante el peligro, esperando a que se disuelva por arte de magia, o, peor aún, como figuras listas para nuevos nichos.
Hemos apelado a la memoria de la Shoah y a los testigos como náufragos aferrados a un trozo de madera, sin preguntarnos del todo qué puede ocurrir en un país donde el pasado ya no parece interesar a nadie, salvo, paradójicamente, a los revisionistas, mientras que una multitud de personas, perdidas o atrincheradas en los smartphones y la televisión, privadas de comunidad política y de futuro, abandonadas en sus derechos sociales básicos, parecen desinteresarse incluso de su presente. Por otra parte, si el 20% de los jóvenes de entre 15 y 29 años no estudia, no trabaja y no está incluido en los cursos de formación -cifra que, en Europa, nos sitúa en segundo lugar después de Rumanía- y el 76,5% de los italianos, según el último informe del Censis, es incapaz de reconocer las fake news, está claro que la política, la esfera pública y la idea misma de democracia no pueden sino parecer mundos siderales, totalmente desconectados de la vida desnuda de los individuos.
En el eclipse de la realidad, donde todo se nombra sin asumir las consecuencias de lo que implica -donde los corredores corren con los auriculares en las orejas, trepando por encima de los árboles derribados por la tormenta de Milán en julio, apartados del desastre que se extiende a lo largo de kilómetros, y montones de aspirantes a influencers llegan al Lago Como para hacerse un selfie frente a las villas de Clooney y Ferragni preguntándose dónde está el Lago Como- el revisionismo y el negacionismo sólo pueden proliferar, alimentados por las teorías de la conspiración y la criminalización de las víctimas, en el mismo caldo de cultivo que esa alt-right que promete desvelar las verdades ocultadas por el establishment. Pero, ¿qué ocurre cuando esas pulsiones están en el poder, cuando son el establishment?
«El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino aquel para quien ya no existe la distinción entre realidad y ficción, entre verdadero y falso». Son palabras extraídas de Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, que el presidente Mattarella sintió la necesidad de pronunciar el Día del Recuerdo de 2017. Han pasado cinco años, y con ellos los gobiernos Gentiloni, Conte I, Conte II y Draghi. Han desfilado ante nuestros ojos, solo para desvanecerse inmediatamente como el residuo de las pesadillas, imágenes de un apocalipsis obstinadamente ignorado, hecho de crisis climáticas, pandémicas y bélicas, de los «valores europeos» de la democracia y la acogida. Ahora es el turno de un gobierno que lleva en su parafernalia simbólica la llama de Salò y el Celta de los campamentos Hobbit. 25-08-3
* Escritora italiana, ensayista y guionista de radio y de televisión. Algunos de sus libros más destacados son: Le pazze. Un incontro con le Madri di Plaza de Mayo, Il paradosso del testimone, Razzismo e Noismo y Per amore del mondo. Nota publicada en La Stampa