Joaquín Villalobos, el intelectual del calderonismo

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Luis Hernández Navarro*
 
Nueva estrella en el firmamento político nacional, Joaquín Villalobos, uno de los cinco comandantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador, parece haber cambiado de profesión. Aunque formalmente se presenta con el pomposo título de consultor para la resolución de conflictos internacionales”, en las semanas recientes ejerce de publicista de Felipe Calderón en su guerra contra el narcotráfico.

Publicista porque, en lugar de analizar con seriedad un fenómeno tan complejo y controvertido como es la guerra contra las drogas, se ha dedicado, por encargo del gobierno federal que contrató sus servicios, a la divulgación de información que busca magnificar y justificar la estrategia de combate al crimen organizado de la actual administración. Alejado del conocimiento histórico del tráfico de estupefacientes en el país, su artículo “Doce mitos de la guerra contra el narco ”, publicado en la edición de enero de la revista Nexos , pretende vender a los lectores mexicanos convencidos del naufragio de la política oficial la especie de que ésta ha sido oportuna y exitosa. La versión ha sido divulgada en entrevistas periodísticas y medios electrónicos.

Su escrito retoma y elabora algunas ideas que había expresado en el artículo “México en guerra”, aparecido en el diario español El País el 3 de junio de 2008. No hay en ello novedad. El ex guerrillero salvadoreño ha colaborado en distintos momentos con varias administraciones públicas en México. El 7 de abril de 1993 obsequió al presidente Carlos Salinas, en Los Pinos, el fusil AK-47 que Fidel Castro le había entregado para su uso personal. Encarrerado, en 1994 apoyó al mandatario en la elaboración de una política contrainsurgente hacia el zapatismo. Desde 2005 y hasta la fecha, ha sido asesor, primero de la Secretaría de Seguridad Pública y después de la Procuraduría General de la República.

La asociación entre Joaquín Villalobos y el gobierno de Felipe Calderón forma parte de una larga cadena de colaboraciones entre el salvadoreño y los gobiernos conservadores de América Latina. El ex comandante insurgente fue contratado por el controvertido gobierno de Álvaro Uribe Vélez para analizar el futuro del conflicto colombiano en lo que él definió como “la derrota de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)”. Sin el menor empacho, se ha dedicado desde entonces a alabar la política de “seguridad democrática” y a Uribe. Fue consultor en temas de seguridad pública del presidente salvadoreño Francisco Flores. En junio de 2004, asistió como invitado de honor a la toma de posesión del mandatario Antonio Elías Saca. Ambos gobernantes de derecha. Durante años se ha dedicado a criticar sistemáticamente a sus antiguos compañeros del FMLN.

A finales de 1995, después de la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec (1992), Villalobos salió de su país tras responsabilizar a un grupo político-militar del secuestro del hijo de un empresario, sin ofrecer prueba alguna. Se fue a estudiar a Oxford, Inglaterra, con la ayuda del embajador de Chile y de José Ramón López Portillo, hijo del ex mandatario mexicano.

El antiguo guerrillero se ha esmerado en denostar regularmente a los gobiernos de izquierda en América Latina, especialmente al de Hugo Chávez Frías, a quien califica de “payaso”. Recientemente, haciendo todo tipo de malabares teóricos, quiso responsabilizar del golpe de Estado en Honduras a Manuel Zelaya y sus aliados en el continente. “Este golpe –escribió en El País – no es igual que los del pasado, ahora los militares no fueron el actor central, sino el instrumento de un conflicto entre los tres poderes del Estado, no hay que confundir la forma con el contenido; segundo, no está planteada una interrupción democrática, en Honduras seguirá habiendo elecciones libres; tercero, hay una correlación de fuerzas interna en la que es obvio que el presidente es el eslabón más débil, es decir que Zelaya es fuerte afuera y los golpistas adentro. Esto último hace que la acción internacional se esté convirtiendo en imposición sobre una mayoría.”

El flamante “consultor para la resolución de conflictos internacionales”, que ahora se dedica a aconsejar y defender en los medios de comunicación a los gobiernos de derecha latinoaméricanos, tiene un oscuro pasado. Él fue, según Jorge Dalton, hijo del poeta Roque Dalton, “el asesino de mi padre”. En mayo de 1975, el intelectual fue detenido en una casa de seguridad del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), donde se le juzgó por cuatro “delitos”: ser agente de la Agencia Central de Inteligencia estadunidense; ser una pieza de la inteligencia cubana; promover el fraccionamiento de la organización, y ser bohemio.

El “consejo de guerra” formado por Joaquín Villalobos, Jorge Meléndez, Vladimir Rogel y Alejandro Rivas Mira lo condenó a muerte. Antes lo golpearon salvajemente, acusándolo de ser un “intelectual de mierda y pequeñoburgués”. El 10 de mayo le volaron la tapa de los sesos. Según Jorge Dalton, Villalobos “fue el encargado de ejecutar a mi padre”. Un informe de la Onusal reveló que el cuerpo del poeta fue llevado a El Playón, lugar en que los escuadrones de la muerte acostumbraban deshacerse de los cadáveres de sus víctimas. Las aves de rapiña y los perros devoraron los restos del difunto.

Villalobos nunca ha hecho una autocrítica del homicidio. Reconoció que había sido “un error de juventud” pero, a pesar de los testimonios que lo involucran, ha evadido toda responsabilidad en el crimen. “El asesinato de Dalton fue un error, una injusticia, una estupidez, pero yo no fui el responsable”, dice. Argumenta que él acababa de entrar al ERP cuando mataron a Dalton, y que no estuvo “en posición de decidir ni en favor ni en contra del ajusticiamiento”.

Con estos antecedentes puede entenderse mejor, por qué “Doce mitos de la guerra contra el narco ” no es un ensayo que analice con profundidad las relaciones entre el narcotráfico y el Estado mexicano, sino el instrumento de propaganda de un publicista contratado para justificar el combate a las drogas de la administración de Felipe Calderón. Más allá de sus credenciales académicas, el apologista de Álvaro Uribe, Roberto Micheletti y Antonio Elías es ahora el encargado de ensalzar una estrategia que cada vez tiene menos adeptos entre la opinión pública mexicana. Lo mismo que ha hecho en otras naciones.

El artículo muestra que su autor desconoce la historia del narcotráfico en México. Los ejemplos abundan. No hay, por ejemplo, una sola línea sobre dos hechos claves –según el analista Simón Vargas ( La Jornada , 23 de septiembre de 2006)– para entender la situación actual. Una, el secuestro y muerte del detective de la agencia estadunidense antidrogas (DEA) Enrique Camarena, en 1984, que modificó radicalmente la percepción pública de que las autoridades protegen a los narcotraficantes. Y dos, en 1989, el cambio del modelo de relación entre los grandes cárteles dominantes de la droga, Cali y Medellín, y sus socios mexicanos. Hasta ese año los primeros pagaban por protección a los segundos con dinero. Sin embargo, a partir de esa fecha el pago comenzó a hacerse en mercancía, esto es, en droga. Este hecho revolucionó la dinámica de operación de los grupos de narcotraficantes mexicanos, que no tenían mucho personal en su infraestructura. La necesidad de comercializar la droga los hizo crecer.

Los argumentos de Villalobos buscan ocultar lo evidente: Felipe Calderón ha hecho de la guerra contra el narcotráfico el eje de su gobierno. El combate al crimen organizado ha proporcionado a su mandato una vía de legitimación que las urnas le negaron. La militarización de la política le ha dado las herramientas para administrar el país con medidas de excepción. La politización de la seguridad pública le ha facilitado recomponer la cadena de mando-obediencia.

Por supuesto, el narcotráfico existía antes de que Felipe Calderón llegara a Los Pinos, pero su manejo ha sido un desastre para la seguridad pública. Según Jorge Carrillo Olea ( La Jornada , 12 de mayo de 2009), que algo sabe de estos asuntos, el jefe del Ejecutivo abrió una guerra sin información, sin plan y sin cálculo de consecuencias. No sabe adónde ir ni cómo ejercer el mando; no ha tenido la capacidad para controlar sus huestes. Las bases, mandos básicos y medios de las fuerzas armadas se encuentran en un estado de ánimo bajísimo y una situación moral deplorable. Tienen miedo de cumplir misiones inexplicadas y sin objetivos claros. El solitario de Palacio “vive su propio Vietnam, sordo y solitario”.

Joaquín Villalobos, el revolucionario renegado, el consultor de los gobiernos de derecha en América Latina, el acusado de ser el asesino de Roque Dalton, es hoy el publicista orgánico del calderonismo. Qué mal deben de estar los apoyos intelectuales locales del régimen cuando tiene que echar mano de un personaje de esa estatura moral.

*Periodista y escritor mexicano. Editor de la sección Opinión de La Jornada de México

 

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