Jorge Ariel Madrazo: El poema alude, pero no expresa nada preexistente a sí mismo
Es a cinco años del fallecimiento de uno de los poetas argentinos más reconocidos y queridos, Jorge Ariel Madrazo, además, narrador, ensayista, y periodista durante décadas (en su país y en Venezuela), quien obtuviese numerosos premios, que ofrecemos esta entrevista, realzada por una pequeña muestra de su poesía.
— Imaginando la satisfacción que le habrá producido al niño que eras en 1940, cuando se publicaron dos poemas tuyos, nos preguntamos por la repercusión en tu familia, por la irradiación en ellos y en vos, por tu continuidad en la escritura de creación en aquella década y en la siguiente.
— De hecho, esos dos poemitas vieron la luz en una revista, “Ceres”, editada por la mutual del Ministerio de Agricultura y Ganadería, en el que mi padre trabajaba. Como verás, la intervención de mi familia en tales “inicios” literarios fue directa, pero no porque sí: aquel chico tenía condiciones. Los poemas estaban consagrados, como era de prever, a mi madre y a mi padre, y exhibían cierta habilidad constructiva y bastante “oído”. Aún recuerdo la estrofa final de uno de ellos: “El niño ya se ha dormido / la madre cesó su canto. / Ya no se oye de la lluvia el ruido. / Las horas siguen pasando…”.
A esa edad, por cierto, ya tenía muchas lecturas —obvio: desperdigadas, sin ningún orden— gracias a la biblioteca de una tía, hermana de mi madre y profesora de Arte Escénico y Declamación: esa biblioteca rebosaba de Rubén Darío, José Asunción Silva, Santos Chocano, Amado Nervo, Edgar Allan Poe, Fernández Moreno (Baldomero y César), José Pedroni, Antonio Machado, Federico García Lorca, León Felipe y un riquísimo etcétera. Los Nocturnos de Silva y “El Cuervo”, de Poe, me abrieron el alma, el sentimiento y el oído como nada nunca antes. León Felipe y Vladímir Maiakovski —este último, no sólo por su euforia revolucionaria sino también por su forma de escandir el verso— fueron con César Fernández Moreno, García Lorca y Rafael Alberti y el Pablo Neruda de “Residencia en la tierra”, las influencias más notables, en la prehistoria adolescente de mi formación poética.
Toda la escritura que siguió, en los ’40 y ’50, se convirtió en humeante pira cierta noche de rara autopunición: ocurre que sentí miedo, o rechazo, por lo que era una entrega psíquica casi absoluta a la experiencia (mágica, obsesiva) del lado poético del universo. Una precoz militancia política y un precoz casamiento contribuyeron a que mi primer libro de poesía se publicara muy tarde, a los 34 años, en 1966 y gracias a la generosidad de José Luis Mangieri con su primer sello: La Rosa Blindada. Ese opus poético inicial se llamó “Orden del día”. Pese a tal título, no era para nada panfletario, ni siquiera de carácter preminentemente político, y aún hoy lo reivindico.
— ¿Qué medios periodísticos en los que te hayas desempeñado destacarías? ¿Qué secciones cubriste y de cuáles llegaste a ser el principal responsable, con qué otros escritores compartiste redacciones?
— Los principales hitos de mi trabajo periodístico fueron, en el país y en gráfica, la revista “Siete Días Ilustrados” (fui Secretario de
Redacción de su edición nacional y luego de la Latinoamericana) y el recordado matutino “La Opinión”, fundado por Jacobo Timerman. En los años ’60 estuve muy cerca de “La Rosa Blindada”, publicación que dirigía Mangieri, donde reencontré al joven Juan Gelman que ya había admirado en sus lecturas públicas y a través de los discos del Tata Cedrón. Ya en Venezuela transité por varios medios gráficos hasta desempeñarme como Director del semanario “Elite” y, luego, Secretario de Redacción de la filial venezolana de la agencia de noticias italiana ANSA.
Una vez de regreso en la Argentina, pasé por otros medios como la revista “El Observador”, el matutino “Clarín”—en su sección Internacional—, y algunas colaboraciones esporádicas para la última etapa de la importante revista “Crisis”, que dirigió el poeta y periodista Jorge Boccanera. Por fin, fui colaborador permanente de la publicación virtual y gráfica “El Arca”, órgano de la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, hasta su desaparición, poco tiempo atrás.
Raúl González Tuñón (con quien apenas tuve trato, por mi timidez en aquellos años), Gelman, Francisco Urondo, el gran dibujante Hermenegildo Sabat, Tabaré Di Paula, Sergio Morero, Alberto Szpunberg, Ramón Plaza, son algunos de los nombres, imborrables hasta hoy, surgidos en aquella larga etapa periodística y poética a la vez. Hubo más, es claro, pero no quiero convertir este diálogo en una guía telefónica.
— Tras exiliarte en Caracas, entre 1976 y 1983, apenas regresado a nuestro país se difunde tu poemario “Espejos y destierros”. Seis, siete años en otra gran ciudad. ¿Cómo fue “volver”?…
El que vuelve es ya otro, ¿verdad? Y el país también es muy otro. Ante todo, procuré re-descubrir, conocer el nuevo movimiento poético, en especial a los autores y autoras jóvenes: era la época de “Poesía Abierta”, de los cafés y caves donde la poesía sentaba sus reales.
Traté intensamente a magníficos compañeros de mettier, muchos de ellos hoy fallecidos. Mención especial, entre estas figuras memorables ya idas, para Enrique Puccia, Antonio Aliberti, Rubén Chihade, Francisco Madariaga, Edgar Bayley, Enrique Molina, Joaquín Giannuzzi, Juan García Gayo, Hugo Caamaño, Jorge Smerling, Carlos Débole, Jorge García Sabal, Celia Gourinski, Élida Manselli, Susana Thénon, Olga Orozco y un riquísimo etcétera.
De igual modo, debo confesar que tropecé en algunos casos con sectarismos y afanes por ocupar un paradójico “poder poético” —que ayer y hoy me pareció un afán tan pobre como risible—, cuya mayor expresión quizás haya sido la revista “Diario de Poesía”.
— ¿Te habrás referido ya en alguna entrevista a ese volumen titulado “Orgasmo” (Centro Editor de América Latina, 1989), conformado por poemas de Mario Trejo (1926-2012), con tu selección y estudio introductorio? Haya sucedido o no, Jorge, te demandamos que nos hables de Trejo, de tu selección y estudio.
— Trejo —o Trexus, como él se auto-rebautizó— fue uno de los personajes más singulares que he tratado, mejor dicho: que tuve el privilegio de tratar. Fue, en mi opinión, una de las voces mayores de la poesía en lengua española, desde la irreverencia y la ironía que no excluían una hondura conmovedora de quien había vivido “todo”, y en todas partes. Cualquier convencionalismo, cualquier gesto mediocre o mezquino se disolvían en el aire, avergonzados, ante su presencia cáustica e intransigente. Podía suscitar admiraciones incondicionales y rechazos no menos absolutos.
Era un ser de las noches, del jazz, de la bohemia y los márgenes, y daba la impresión de que nada de lo humano le era ajeno, a excepción de los rótulos políticos. Tampoco le fue ajeno ningún género textual: fue maestro como dramaturgo, guionista de cine y televisión, autor de poemas que llegaron a ser canciones exitosísimas, como “Los Pájaros Perdidos”. Y hasta fue actor, haciendo de sí mismo, en la película de Bernardo Bertolucci “La vía del petróleo”. De mi trabajo para el CEDAL sólo diré que estuvo movido por la admiración y el amor.
— Envidiable bagaje el tuyo tras las participaciones en encuentros de escritores en más de una docena de países.
— Hay encuentros poéticos de muy distinta índole, carácter y magnitud. Pero ya sea en Rosario o Córdoba de Argentina, o bien en Struga —Macedonia, en la ex Yugoslavia—, en Irlanda, en Oregón (EU), en Granada (Nicaragua), en Concepción y Valdivia (Chile), en La Habana, en Quito, Lima o Medellín (por citar a algunos a los que fui invitado), la emoción poética suele ser similar. Tal experiencia, que es tanto de vida como poética, permite además enriquecerse con múltiples aportes, seres humanos, culturas y voces. Y suelen forjarse amistades duraderas y entrañables.
— Resulta que sos el prologuista de un libro que juzgo extraordinario: “Lo cierto”, del argentino Diego Viniarsky, fallecido trágicamente en 2006 a los cuarenta años.
—Amor y admiración: ésas son las palabras que ya usé para definir mi relación con Mario Trejo, y muy adecuadas para referirme al vínculo con Diego e incluso con Noemí, su gran compañera.
Diego era un ser de excepción, un talento y una voluntad descomunales encarcelados en un cuerpecito que sufría un creciente
deterioro por una enfermedad paralizante. Lo conocí cuando me puse en contacto con él tras leer un número de la excelente revista “El Perseguidor”, que él fundó y dirigía con la ayuda —no siempre constante— de un pequeño grupo de amigos y colaboradores. Como bien señalás, “Lo cierto” es un libro fuori serie. Y quedó inédita una novela suya que evocaba su niñez y la pasión por el fútbol. Sus dos hijos, una mujercita y un varón, son también brillantes, y Noemí sigue siendo una de mis amigas más cercanas.
Por cierto, al hablar de Diego no puedo dejar de recordar y homenajear a otro gran poeta y crítico, una de las personalidades más agudas que he conocido, Juan Antonio Vasco, que sufrió su misma y más que injusta enfermedad.
— ¿Está ya concluido, aunque sin editar, tu ensayo “Grandes poetas olvidados”? ¿Quiénes son ellos?
— Nunca llegué a concluirlo, ni creo que me dé el tiempo para hacerlo. Algunos de esos nombres (largados así, sin ningún orden): César Tiempo, Delmira Agustini, Carlos Sabat Ercasty, Martín Adán, César Calvo, Martín Oquendo de Amat, Porfirio Barba Jacob, Eunice Odio, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle… En realidad, ¿no están olvidados la mayor parte de los poetas que merecerían ser frecuentados a diario?
— ¿Cómo se gestó, se produjo tu “Conversaciones con Elizabeth Azcona Cranwell” (1933-2004), ese volumen que en 1998 fue editado a través del sello Vinciguerra?
— Ese trabajo, que me permitió transitar la intimidad (a menudo dolorosa) y la obra de una gran poeta y amiga, ninguneada hasta por una trajinada antología que pretendió dar cuenta en 2010 de los “200 años de poesía argentina” (sic), surgió a pedido de la propia editorial. Y se gestó a lo largo de muchas horas de entrevistas y de charlas más distendidas, en su departamento porteño del barrio Norte. Elizabeth irradiaba un talento y encanto especiales, y era un tesoro de anécdotas y de sentimientos muy profundos en cuanto al tan particular reino, o taller, de la creación poética.
— En el género ensayo destacan dos títulos de tu autoría: “Breve historia del bolero” (1980), y cinco lustros después “El anticristo” (2006).
— El ensayo sobre el bolero, género que amo, nació por la impronta del clima musical y sentimental del Caribe, que me llegó con ímpetu durante mi residencia en Venezuela, donde conocí entre otros al gran cantante puertorriqueño Daniel Santos y descubrí a su eximio compatriota Héctor Lavoe (llamado “El cantante” por antonomasia), al cubano Beni Moré, al panameño Rubén Blades, a la española-venezolana Soledad Bravo, a los venezolanos Willie Colón y Oscar D’León.
Incluso entrevisté allí al famoso cantante argentino Leo Marini, quien vivió también en Venezuela. Y al director de la orquesta “La Sonora Matancera”, el que me abrió los ojos a una nueva visión de estos ritmos al revelarme: “Chico, tú sólo comprenderás de verdad toda esta cosa cuando vivas a fondo el sentimiento Caribe.” Y tenía mucha razón.
“El anticristo” lo escribí, en difícil parto, por pedido de una editorial española para públicos masivos: tenía que ser muy bien
documentado y al mismo tiempo ameno. Creo, modestamente, que lo logré.
— ¿Por qué o a instancias de qué motivaciones escribís poesía? ¿Cuál es tu visión del quehacer poético?
— En más de una ocasión, con éstas palabras u otras semejantes, he dicho lo que es mi férrea convicción: el poema, si merece tal nombre, es un cuerpo vivo, un jadeo, una respiración, un dolor y un actuar tanto físicos como subjetivos, que han de nacer desde el adentro hacia el afuera: rara vez la gracia poética tutela a un texto surgido prioritariamente desde lo que Edgar Bayley llamó el “estado de alerta”, o desde el mero tributo a la herencia literaria, por rica que ésta fuera. Por lo demás, el poema es lo que es, quiere decir lo que dice, alude, pero no expresa nada preexistente a sí mismo: es
nuevo mundo que se agrega al mundo.
En mi caso (pero dista de ser un patrimonio personal) pesan fuertemente la obsesión por el tiempo y sus mutaciones. Uno vive instantes fugaces, y proyectos más duraderos, deseos y sueños intensos y poderosos. En igual medida me afectan la injusticia, la hipocresía de una
sociedad que, con un refinamiento mayor o menor, y tantas otras veces sin ningún ocultamiento, se asienta en la humillación, la marginación y la muerte —civil o física— de grandes mayorías condenadas a un destino oscuro.
Y también me motiva el ser-con-otros, el sentir que se es otros, aun con las gigantescas dificultades de comprensión y la cuasi imposibilidad de conocerse. La sensación de extrañeza ante uno mismo y lo otro, de estar en este cuerpo y en este mundo, de lo raro y aun mágico de que exista lo otro, es uno de los detonantes de mi escritura. Pueden impulsarla en lo inmediato, es claro, una visión, un momento que se siente único y por ello epifánico, una irrupción de algo que se unirá convulsivamente con los yacimientos del recuerdo, hasta un dato científico que me sorprende y desubica y suscita nuevas relaciones dentro de mí; cada cosa y cada maravilla del afuera, uniéndose al sustrato interior y al subconsciente.
De otro modo: el misterio. Y el deseo de ampliar y conocer mejor el mundo, al renombrarlo. Lo que es otra forma de decir: expandir la comprensión de uno mismo y del resto, el conocimiento por otras vías, en especial la emotiva (lo intelectual también ha de estar encarnado en imágenes sensibles: tiene que haber “carne en el asador”). Mención especial para el lenguaje: a veces se olvida que todo poema es lenguaje; otras veces se exagera este rasgo, cayendo en una verdadera logorrea. En suma, permítaseme una obviedad: no hay poema, si no está atravesado desde sus entrañas por la poesía. Pero ¿será una obviedad?
— Críticos literarios destacaron tu modo de valerte de neologismos, arcaísmos y enclíticos, un uso de los diminutivos, a veces hasta en los verbos, sustantivación de adjetivos, verbalización de sustantivos, toques barroquistas en tu poética.
— Así lo ha hecho notar incluso en fecha reciente, en su prólogo para una antología personal mía, la destacada poeta argentina Marta Braier. Y tal vez sea así, al menos en cuanto a gran parte de mi trabajo poético. Quizás esos rasgos —naturales, como una forma de respirar, nunca rebuscados— se hayan diluido algo con el tiempo y con los poemas. Quizás predominen más en unos libros que en otros.
Es que el llamado “estilo” no es sino el resultado de lo que cada uno, al labrar el poema con la máxima honestidad y necesidad, logre hacer con sus limitaciones y anhelos personales, en cada etapa de su vida física-subjetiva y de acuerdo con sus deseos, potencialidades y déficits. Cierta vez, en Caracas, pregunté al enorme poeta chileno Humberto Díaz Casanueva, ya fallecido, sobre su presunto “cambio de estilo” en sus últimos libros: “Usted antes escribía poemas en forma de versículos casi elegíacos, muy abarcadores y dilatados; en sus nuevos poemas se lo ve más austero y tendiendo al verso corto. ¿A qué se debe eso?”. “Muy sencillo —me respondió—: ahora estoy mucho más viejo, y me falta el aliento…”: toda una “lección de estilo”.
— Como periodista realizaste un reportaje, por ejemplo, a la cantautora peruana Chabuca Granda (1920-1983). ¿Qué entrevistas por vos efectuadas te resultaron más redondas, más logradas? ¿Y qué te pasaba con los remisos?
— Sería muy difícil para mí escoger una de esas entrevistas. Las hubo a grandes artistas, a mandatarios y Jefes deEstado, a dirigentes sindicales, a científicos. Tal vez una en la que hubo mayor empatía con la persona entrevistada, haya sido el largo y emotivo diálogo con Alfredo Zitarrosa, en Buenos Aires, para la revista “Siete Días”. O el que tuve en un hotel venezolano con Jorge Luis Borges, para la sección cultural de la agencia de noticias ANSA.
No, no me tocaron remisos. También es cierto —valga la aparente inmodestia— que hay que saber entrevistar, hallar el timing y la forma para que el remiso vaya aflojándose. Lástima grande: nunca se me dio tener que entrevistar a Juan Rulfo, o a Augusto Monterroso, cuya parquedad en el diálogo era proverbial.
— Hace más de tres lustros se dio a conocer el volumen que concibieras con el artista plástico Juan López Taetzel. ¿Cómo se generó esa asociación, cómo la desarrollaron, qué resultó?
— La estrecha amistad con ese pintor, que siempre admiré, y su interés y honda comprensión del quehacer poético, me llevaron a pedirle ilustraciones originales —en verdad, tintas muy libres— para los poemas que irían al libro “Mientras él duerme”. Aclaro: no fueron, ni quisimos que fueran, “ilustraciones de poemas”. Son tintas bellísimas, fuertes y libérrimas, que conforman a su modo otros discursos creativos independientes. Por lo demás, esos poemas son, creo, los que más espontánea y libremente brotaron de mí. Fueron una catarsis en una época personal difícil. Ese libro no tuvo buena difusión, pero es uno de los que prefiero.
— A donde te lleven…: ¿Qué es la gloria literaria? ¿Cuál es el miedo químicamente puro? ¿Te gusta escribir adentro de lo ya escrito?
— ¿La gloria? ¡Pero, ésa es una aspiración propia de poetas imperiales en países imperiales! Entre nosotros, es sustituida por la pequeña aspiración al “poder” poético individual. Algo muy diferente del sano y válido prestigio y/o reconocimiento.
El miedo químicamente puro puede ser: estar echado en la cama mientras los que van a secuestrarte derriban la puerta, o encontrarte aferrado a una boya en pleno océano y en plena noche. O abrir una ventana y ver el rostro de uno mismo, muerto.
Escribir adentro de lo ya escrito: creo que esto es, meramente: escribir: un palimpsesto acaso infinito, aunque por suerte el texto alguna vez te abandona…
— ¿Qué proceso medió desde que concebiste la idea para la novela “Gardel se fue a la guerra” y el momento en que decidiste escribirla?
— La novela —paródica, ucrónica—, se fue desarrollando en diversos momentos. Recordemos: la trama presenta a un Gardel fracasado en sus pretensiones de Gran Cantor Barrial y a un teniente coronel Perón no menos frustrado, ambos urdiendo una disparatada odisea redentorista desde el geriátrico que los dos comparten, y recibiendo instrucciones nada menos que de un representante de los últimos Cátaros o Perfectos aún sobrevivientes en la francesa Toulouse, ciudad natal del auténtico Gardel. Paradójicamente, o no, escribí esta parodia tragicómica mientras mi esposa luchaba (luchábamos) contra su durísima enfermedad terminal. Realmente, todo un caso de esforzado desdoblamiento, como vía para sobrellevar momentos atroces.
No hubo tanta preparación previa, aunque sí debí leer mucho sobre los Cátaros, su filosofía, las represiones por ellos sufridas, etcétera. Creo recordar que la novela tuvo tres o cuatro versiones, hasta su forma final. Un día me atreví a llevársela al muy apreciado y generoso Mario Grabivker, quien dirigía el Departamento Editorial de las Ediciones “Desde la Gente”. Pasado el tiempo, y ya jubilado Grabivker, un día me hace llamar Jorge Testero, en la actualidad al frente de esas ediciones, quien con idéntica generosidad y espléndida disposición me propone editar el libro. Así es que vio la luz.
— ¿Has llegado a pagar “cualquier precio” con tal de tener la primerísima edición de —pongamos— un libro nunca re-editado en los últimos cien años?
— ¡No! Disto mucho de ser un bibliófilo o un coleccionista. Es claro que amo los libros, y me cuesta desprenderme de alguno (si bien he regalado, con placer, ciertos libros para mí muy valiosos): pero no llego a esos extremos. Tampoco podría pagar “cualquier precio” …
— Ricardo H. Herrera dice que “cuando el que traduce es un poeta, difícilmente sus elecciones puedan estar desvinculadas de la imagen ideal de la poesía que persigue”. ¿Acordás? ¿Qué entra en juego en vos al elegir un poema para su traducción?
— De preferencia, un autor admirado por mi. Por otra parte, mis traducciones fueron siempre una actividad aleatoria, surgieron al calor de diversas circunstancias. No soy lo que puede llamarse un traductor.
— El varón, ¿es un arma de destrucción masiva?
— Caramba, prima facie suscribiría eso. Pero habría que ceder la palabra a los biólogos, genetistas, sociólogos y filósofos. Suponiendo que ellos pudieran dar una respuesta. Ciertamente, y al margen de algunas damas de la historia bastante terribles —Catalina de Rusia, la Thatcher, por ejemplo—, estoy tentado de pensar que un regreso al Matriarcado daría frutos muy interesantes.
— ¿Poéticas que te entusiasmaron alguna vez y para las que ya “no estás disponible”? ¿Poéticas que te entusiasman y para las que con anterioridad “no estabas disponible”?
— Para el primer caso, podría decir: la poesía española (generalizando demasiado, es claro: Gamoneda me atrae mucho). Para el segundo, ciertos nombres rectores de la poesía anglo-sajona. Y la oferta poética que brota en América, con la obvia inclusión del Brasil.
— Transcribo de la novela “El año de la muerte de Ricardo Reis” de José Saramago: “Ricardo Reis hace un ademán, tantea el aire ceniciento, después, distinguiendo apenas las palabras que va trazando en el papel, escribe, A los dioses pido sólo que me concedan el no pedirles nada, y habiendo escrito esto ya no supo qué más decir, a veces es así, creemos en la importancia de lo que dijimos o escribimos hasta cierto punto, sólo porque no fue posible acallar los sonidos o apagar los rasgos, pero nos entra por el cuerpo la tentación de la mudez, la fascinación de la inmovilidad, estar como están los dioses, callados y quietos, sólo asistiendo.” ¿Tu reflexión?…
— Amén.
Jorge Ariel Madrazo selecciona poemas de su “Alma que has de vivir” para acompañar esta entrevista:
ESPÍA DE SÍ
Aquella lumbre por lienzos opacada,
de un evanescente resplandor rubí
—por favor, compréndanlo, les hablo
no de alegre ventana, y sí de otra
enfrentada a mi espionaje vergonzante,
donde ya mismo tal vez algún enfermo
sin un átomo de fuerzas, ejecute
la agonía que ni alcanzó a ensayar—
en esa roja luminaria o dormitorio
tan irreal como el apenumbrado
declinar de alguna turbia frente
¿no seré yo acaso el desolado huésped
que allí muere y la agüita se escapa de sus
ojos en tanto aquí, no lejos, con lógico estupor,
desde mi balcón yo lo espío y me espío
y me aferro a mi silla con pálidos nudillos
y me siento tan sano en esta blanca noche?
*
L’AUTRE
Quien lo observara galantear, y quien
el merengue danzar (bien recto el torso,
a su fémina ornando dulce alcurnia),
quien por forniques lo juzgara un sátiro
—algo venido a menos, reconócelo—
o lo acompañe en tragos verdiazules
donde amistad escarcha sus blasones
no diría —ese quien— que él está pronto
a declararse sátiro en derrota,
mal abrigado en fingidor pellejo,
deshaciéndose en gajos a ojos vista
alistado a morir por vez primera.
*
ASÍ TU PERRO CORAZÓN
Igual que trote sin
potro, que huerto sin tierra, así tu
perro corazón desbocado acorazona
suendemientras (palabra ésta
brava,
palabra gaucha, lenta)
así tu alma nunca al
servicio de causa propia, siempre
causa ajena, así tu ser
anhelando ser
y nadiecito, ¿ves?
se dará cuenta.
*
LO INVISIBLE
El espacio entre vos y
yo está
preñado de diminutos
seres bulliciosos
parecidos al aire o a algo
que quizás
quiera
existir
seres que
intentan desunirme
de vos
y
se burlan y
seguirán burlándose
nos hacen cuernitos
en vano pretenden
calumniarte detallarme
crímenes seriales
triángulos varios y
otras minucias
perpetradas
(mi inexistente y única
mi amorada sin mácula)
por vos.
*
AMORES
Como de acero o turbadora seda
o imaginario jardín oriental,
así es nuestro amor. Son testigos
el Sur, la noche cóncava, aquel bar
de vino y de miradas que desvisten,
tu alma abierta a la interrogación.
¿Qué hizo posible, inquieres, este amor
al que Tiempo no mella? Te respondo:
vos y yo amamos, en ambos, además,
a los diversos que abrazan nuestro abrazo.
Ellas y ellos, los amados muy antes,
son los garantes de esta caricia eterna,
de este amor que créase a sí mismo,
nutrido, noche a noche, de sus varios.
Ficha
Jorge Ariel Madrazo nació el 26 de agosto de 1931 en la capital de la Argentina, Buenos Aires, ciudad en la que reside. Ejerció el periodismo desde 1967, sin interrupciones, y hasta hace pocos meses, en su país y en Venezuela, ocupando cargos directivos. En 2005, por sus versiones de poemas de autores de habla portuguesa, obtuvo el Premio “Paulo Ronai” en Pernambuco, Brasil, y por su traducción de dos libros de Jack London, el Primer Premio IBBY Internacional. Integra el Consejo Editorial de la revista “Trilce” (Concepción, Chile). Ha sido incluido en numerosas publicaciones periódicas y antologías nacionales y extranjeras. La Biblioteca Nacional de la República Argentina lo distinguió en 2014 con el Premio “Rosa de Cobre” a la Trayectoria en Poesía. Publicó en 2011 el volumen conformado por su novela “Gardel se fue a la guerra” (Primer Premio “Eduardo Mallea”, período 2003-2005) y por diversos textos de su libro anterior, “Quarks-Microficciones”, de 2006. Sus dos libros de cuentos editados son “Ventana con Ornella” (1992) y “La mujer equivocada” (2006). Desde 1966 fueron apareciendo sus poemarios “Orden del día”, “La tierrita”, “Espejos y destierros”, “Blues de muertevida” (1984, Premio Nacional Regional), “Cuerpo textual” (1987, editado por el sello LAR de Chile, Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires), “Cantiga del otro” (1992, Primer Premio Ediciones del Dock), “Piedra de amolar”, “Mientras él duerme” (1997, en co-autoría con el pintor Juan López Taetzel), “Para amar a una deidad” (1998, Premio Fondo Nacional de las Artes y Premio Fundación Inca), “De mujer nacido”, “Teoría de ella”, “De vos”, “Ayer decías mañana”, y en 2015 “Lo invisible”. En 2014 se concretó en París, Francia, a través del Programa Sur de la Cancillería Argentina de apoyo a la traducción, y por el sello Abra Pampa, una edición bilingüe bajo el título “De vos / De toi”. Este año, Ediciones Summa, de Lima, Perú, dio a conocer su antología personal “Alma que has de vivir” y Ediciones Caletita, de México, le publicó el libro“Poemas de ángel caído”. Fue invitado a encuentros internacionales de poesía en su país, así como en Perú, Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, Cuba, México, Nicaragua, Ecuador, Estados Unidos, España, ex Yugoslavia, Irlanda y Francia.
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jorge Ariel Madrazo y Rolando Revagliatti, diciembre 2015. *
Jorge Ariel Madrazo falleció el 22 de marzo de 2016.