Jorge Leal: «…Somos reflejo en el espejo del otro» / Hubo alguna vez en Chile una escuela de educación experimental artística

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Fue la época de las transmutaciones, el aire nuevo para los jóvenes de Europa —Francia vivía el Mayo del 68—. Inevitablemente estos hechos tuvieron repercusiones en casi todos los países del mundo y, por cierto en América Latina; es así que también se impulsaba todo tipo de reivindicaciones por jóvenes en Chile. 

Es en ese contexto que comenzamos a vivir la experiencia de la Escuela, el nuevo respiro de la sociedad chilena hasta entonces tremendamente conservadora; una sociedad reprimida y postergada a todo nivel de expresión humana, no sólo en cuanto a los limitados derechos de  las mujeres,  los jóvenes en general y un trato déspota para con los niños. Una sociedad —como señala Matta— que olía mal…

No podía seguir con gobiernos que servían a un poder de clanes familiares que sólo al 20% de la población beneficiaba.  Por eso los jóvenes que optamos por cambiar las cosas no podíamos ser indiferentes a  las ráfagas de insurrección, a lo que sucedía en esos años 60, a los aires del ¨cannabis¨ que trae olores de la madre tierra, ¨La Mana¨ una relación mágica con la naturaleza, que aun no logramos como sociedad entender, ese cannabis es el elemento natural de las culturas primitivas para hablar con el universo.

No podíamos quedarnos a contemplar las  insurrecciones que se venían; había que seguir la humareda del mayo de Paris. Cómo no recordar a Grimball, y sus fiestas en casa de sus padres, un personaje.  A Isabel  Herman y esa fiesta magnifica, donde cantamos y volamos por los jardines de su bella casa, junto a la música del grupo de João Estraus…

Cuando pienso en el "experimento" que fuimos, esa  escuela donde pasamos largas jornadas en un viaje de la infancia a una adolescencia madura;  en estos casos la memoria actúa como  un cosquilleo en mi sien…. Quiero escribir las vivencias, trato de buscar el lado oculto, lo perceptiblemente mágico de estos días pasados, lo corporal y afectivo del instante que quedo como un trazo dibujado en el inconsciente de cada uno de nosotros.

Recuerdo el salón de la escuela, en la calle Dieciocho: un enorme espacio, donde estaba instalado un piano negro de cola.  Los muros estaban cubiertos de madera, estanterías para libros, puertas de diversos tamaños, un cielo alto que ayudaba a la acústica del lugar: sonaban las pisadas y había que hablar bajito. El primer día que llegué a la Experimental nos pusieron a todos en una larga fila para dividirnos en cursos  A y B. Nos llamaban por nuestros nombres y apellidos para entrar a la sala.

Mi curiosidad era saber quiénes serían mis compañeros; confieso que de manera especial miré a mis compañeras que iban ingresando a la sala. A María Angélica la recuerdo (la bella inspectora), que despertaba los deseos de todos nosotros, aun a los más hipócritas —que la miraban de reojo—. Creo que todos nos mojábamos en más de alguna ocasión los pantalones. Fui compañero de su hermana y también de Miriam Cares… quien entraba en ese preciso momento a la sala luego del llamado de la inspectora Angélica.

Miriam me cautivó al instante:  fue su pelo largo y negro azabache, unos ojos amarillos-verdosos, de mediana talla, de postura erguida y elegantemente exquisita. Desde ese día encontré mi motivación para ir a la escuela, sin faltar ni un día, así la acompañaba a la sede de música que estaba en Amunategui, pasamos tiempo y compartíamos mucho. Recuerdo que su hermana Susana estaba por terminar la Escuela, en el  mismo curso de Viviana… (Ella es todo un tema, en algún momento  me referiré a eso).  

A partir del surrealismo queda demostrada la verdadera proyección de la poesía y el arte, que se avanza a los acontecimientos históricos, generando la real emancipación del espíritu público, lo que fue la revuelta de Mayo del 68, ahora a la vuelta de la esquina… ¡dónde estamos! 
(Me gustaría que una próxima nos juntáramos con el director Fernando Marcos.)

Me he puesto muy "denso". Eso no es bueno. Por ello quiero recordar un poema escrito parea una compañera (que fue mi pasión juvenil y por muchos años): me llenaba de energía, ella corría por el patio como loca y me proporcionaba las fuerzas y ganas de levantarme e ir a la Experimental a diario.

O quizá, ahora que han pasado décadas sea éste un poema para todas las mujeres,  amigas, cómplices, de la EEEA. Sólo para las niñas de la Experimental, no para ninguno de los machos que pudieran sentirse identificados…
(El texto en referencia puede encontrarse aquí.)

El texto de la Memoria precedente se encuentra aquí, donde existe enlace a la anterior a ella.

Imágenes
Apertura. Logotipo de la EEEA.
– José Miguel Painepán, escultor, en su taller. 
– Trabajo de Pedro Sepúlveda
– Jorge Leal (con Tana Molina).
Todos ex alumnos de la EEEA

Addenda
Suele, o solía, decirse que el pasado, cuando significativo, no es más que otra faceta del presente prolongada hacia la certidumbre de lo por venir. A lo largo de estas memorias, tan personales como colectivas, el aserto se convierte en apotegma. En el deshilachado tejido de la sociedad chilena contemporánea será difícil encontrar una comunión tan intensa arrastrada a lo largo del tiempo como aquella de la que dan cuenta esta serie de memorias de ex alumnos de la Escuela de Educación Experimental Artística.

Ello obliga a considerar los años de la EEEA, más que como suerte de experimento pedagógico, como muestra de que hubo en el país capítulos de búsqueda de realidades posibles detrás de lo que hoy parecen ser sueños improbables. No es necesario creer en esos sueños, por ahora probablemente basta con tomar nota de que fueron posibles.

La política son dos cosas: técnicas para adquirir y manejar el poder o caminos para repactar continuamente el contrato social; al parecer desde su fundación y hasta los días aciagos tras el crepúsculo de setiembre de 1973, quienes tuvieron a su cargo la dirección de la EEEA no creían mucho en la política como manejo de poder.

Quién sabe, como artistas y pedagogos se preocuparon más de la formación integral de las muchachas y muchachos a su cargo. Dejaron —como una firma trazada con tinta indeleble—una, dos o tres generaciones de jóvenes libres; hoy mujeres y hombres maduros responsables de lo que hacen y dicen, de lo que hicieron y soñaron. De lo que viven, en suma.

En algún sentido, son la herencia que a la sociedad chilena conviene recuperar antes de que acabe esta "caminata por el desierto". De lo contrario no es imposible que cuando lleguen los aires limpios de esa brisa que cruzará (más temprano que tarde) el país, termine ella asfixiada por su pureza.

(Surysur).

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