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Se trata del peligro de la voz cuando la voz creaba la imagen y la imagen el pecado y el pecado era lo que no se veía. Una historia –de suyo sorprendente– que anticipa la historieta de las capas medias, acaso debajo de sus camas…
Son apenas seis minutos y poco más. Tiempo suficiente para echar una mirada a los delirios perturbados de las buenas conciencias. Las buenas conciencias separan fantasía de realidad.
Su realidad es la covacha en que vive, el trabajo diario, la fantasía que la asalta y a la que se niega por eso de las buenas costumbres. Hasta que Juan Mandigna (toda semejanza con el Mandinga es mera coincidencia) encuentra un disco. Uno de esos 33 y un tercio, negro de vinilo, de los que se oían en los viejos tocadiscos.
Sólo que no hay música grabada en él. Lo que se escucha es un radioteatro antiguo. Y el que lo encuentra es un perverso erotómano. También un hombre entregado a su dios peculiar. Un predicador.
Lo que se oye en el disco de marras es una gozosa còpula. Que¡jidos, pedidos y ayes que cruzan muros y ventanas del edificio en el que vive este "hombre de Dios".
¿Qué harán los vecinos? Finalmente es la venganza de la carne, esa celeste y perfumada, desnuda.
Y no, no es obra perfecta. Pero…
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