Juegos olímpicos: el deterioro

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Alejandro Tesa.

Cuando los dioses presenciaban los juegos, allá en Grecia, la culminación de la Olimpiada tenía otro nombre: paz. Las belicosas ciudades-Estado, sus generales, campesinos, comerciantes, oráculos y sacerdotes, suspendían el afilar de las espadas y las catapultas se inmovilizaban. Los juegos significaban paz. Brillosos por el aceite con que los ungían y frotaban los atletas competían y se emulaban.
Otro tiempo, otra costumbre.
 
 
En América del Sur, en Améria Central, en el Caribe, en América del Norte a la noche la reemplazan las ojeras de los inmóviles seguidores de cuánto "récord" se pulveriza, de cada partido entre los distintos equipos nacionales, y se comentan anécdotas y aconteceres previamente transmitidois por los periodistas que se desgañitan diciendo casi lo mismo todos ellos ante las mismas imágenes emitidas con simultaneidad para todo el mundo.
 
Y entre medio, abriéndose paso –pesadamente– entre el jolgorio y la tristeza, algunos nombres que pocos, si alguno, quiere oír: Georgia, Rusia, Palestina, Irán, Iraq, Afganistán, Osetia, Bolivia, la Argentina… Las personas no pueden tapar el sol con un dedo; los juegos no pueden detener el atroz bordado que tejen los seres humanos sobre la superficie del planeta. Llueve sobre Beijing, sangran tantas regiones.
 
Ninguna explicación en los medios periodísticos. Al día siguiente de la noche en vela, y por varios días, café de por medio se discutirán esfuerzos y jugadas; en el bus, en las oficinas, los talleres, la calle. Como si quienes no apagaron sus televisores o quedaron prendidos junto a la radio hubieran de veras estado allí, en los estadios construidos en China para la ocasión.
 
Presidentes, comerciantes, financistas y gente que ahorró largos meses ocupan los asientos, son el marco que precisa el tiempo dedicado a entrenamientos y ansia de gloria. Pero no hay paz. Rusia intenta sacudir el cerco que la rodea desde la caída del régimen soviético, Estados Unidos se prepara para intentar contener a su futuro adversario, Europa no sabe qué hacer, Japón se hunde en una larga y no plácida decadencia, Bolivia apuesta en el referendo por su destino, oscurece al parecer otra vez en Argentina.
 
En estos juegos la República Popular China no muestra, no se presenta en sociedad: expone los términos del próximo poder mundial. Las medallas cuelgan del cuello de los atletas; polvo, pólvora y huesos se desparraman por la geografía de los continentes.
 
 En ocasiones el futuro no es una incógnita para los apesadumbrados por la derrota y aquellos que otean –todavía en vano– por un humilde bienestar necesitado de justicia.
 
 
 

 

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