Kioto: la ilusión de frenar el cambio climático

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoCientíficos, organizaciones ecologistas y movimientos ciudadanos de todo el mundo llevan advirtiendo desde hace décadas de los efectos perniciosos sobre la vida presente y futura provocados por un cambio brusco del clima en la Tierra.

Desde hace miles de años, la propia actividad vital del ser humano apenas influyó en el comportamiento del clima. La industria de los países que pasaron a ser los
más desarrollados y el desaforado consumo de combustibles fósiles han alterado las pautas climáticas.

Los sectores más concienciados pedían un freno urgente de los hábitos de producción y consumo, tanto en los países capitalistas como en los antiguos países comunistas. Las sucesivas reuniones, encuentros y decisiones de gobiernos de buena parte del mundo y de organismos internacionales hallaron su «varita mágica» en una serie de decisiones que culminaron en el año 1997 en la ciudad de Kioto, Japón.

Allí nació el Protocolo frente al Cambio Climático que lleva el nombre de la ciudad; una serie de normas que no son más que un tímido intento de parar lo inevitable, quizá una tapadera para ocultar la falta de decisión de los gobiernos de muchos países y un agujero inmenso por el que se cuelan los intereses privados de las grandes empresas contaminantes que van a encontrar en el propio Protocolo su justificación para seguir hipotecando la vida en sus múltiples formas.

Con el favor de Rusia

A pesar de haber participado en numerosas reuniones y de haber firmado sucesivos compromisos internacionales, el gobierno de Bush (EEUU) decidió apartarse definitivamente de los objetivos del Protocolo de Kioto. Con su ausencia y la incertidumbre de Rusia no se completaba el número de países y de porcentaje de emisiones necesarias para ratificarlo.

Rusia, en el pasado mes de octubre, salvó en el último minuto el tratado en el que empezaban a descreer muchos por la imposibilidad de ponerlo en práctica. Según lo acordado en el realmente llamado Protocolo del Convenio Marco sobre Cambio Climático de la ONU (UNFCCC) se necesitaban 55 naciones que sumaran a su vez el 55 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Después de que más de 150 países lo ratificaran, era imprescindible la participación de EE.UU. o Ru-
sia.

Resuelto el asunto, y ya entregados los acuerdos del gobierno de Putin en Naciones Unidas, esta norma de carácter mundial, que se supone de obligado cumplimiento para todas las naciones, entrará en funcionamiento el 6 de febrero de 2005.

El optimismo por este primer paso, se ve ensombrecido, sin embargo, por la cruda realidad, en la que las intenciones sobre el papel acaban siendo más hermosas que los hechos cotidianos.

El cambio climático

Durante decenas de miles de años el cambio del clima fue lento, el efecto invernadero natural mantuvo el clima de la Tierra a una temperatura media relativamente estable. Por el contrario, desde hace apenas 100 años, la actividad humana ha alterado este proceso y se calcula que antes de que acabe el presente siglo la temperatura media habrá aumentado en 3º C. La concentración de gases en la atmósfera está creciendo como consecuencia de que el mundo quema cantidades cada vez mayores de combustibles fósiles provocando un efecto conocido como de invernadero.

La destrucción de bosques y praderas contribuye más al problema, al evitar absorber dióxido de carbono (CO2), el principal gas causante de efecto invernadero que puede permanecer en la atmósfera una media de 200 años. Pero no es el único. Otros cinco más, señalados como dañinos en el Protocolo, lo acompañan: – metano (CH4),
– óxido nitroso (N20),
y tres gases industriales fluorados como hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).

Efectos perniciosos

El aumento de la temperatura global del planeta traerá, lo hace ya, graves consecuencias sobre el entorno y la vida. Los científicos tienen establecido que el aumento de temperatura en un 2 por ciento respecto a la época preindustrial es el límite admisible para que el impacto del cambio climático no sea catastrófico. Por eso, para conseguir frenar sus efectos proponían que las emisiones totales en el
año 2020 fueran un 50 por ciento inferiores a las que se realizaban en el año 1990.

En el año 2050 se tendría que elevar la cantidad hasta el 80 por ciento.

Entre los efectos del cambio del clima están las sequías; el aumento de ciclones y monzones asiáticos; subida del nivel del mar de entre 9 y 88 centímetros en el presente siglo y mucho más en el milenio, inundando zonas costeras y sumergiendo islas; la fusión de hielos polares y glaciares, disminuyendo de manera grave la cubierta de nieve; la extensión de las enfermedades infecciosas, como la malaria, que afectarían a la salud humana, debido al desplazamiento de especies tropicales; se alterarán muchos sistemas físicos y biológicos del planeta, y se prevé una importante extinción de especies de plantas y animales; aumentará la escasez de agua, afectando a más de 1.000 millones de personas; se crearán grandes desequilibrios en la producción de cosechas y alimentos debido al descenso de productividad en determinadas zonas del planeta; son unos cuantos ejemplos en una larga lista de la que no se libra ninguno de los con-
tinentes.

A medida que la temperatura sea mayor, los cambios serán más intensos.

Lo que augura Kioto

El Protocolo de Kioto busca reducir un 5,2 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero sobre los niveles de 1990 en el periodo de 2008 a 2012. Es la primera parte. A continuación, se supone que habrá nuevas fases en las que se deberá ir reduciendo bastante más las emisiones hasta llegar a la idea en la que trabajaban los científicos.

Ni siquiera las tímidas reducciones de esta primera etapa serán fáciles de conseguir. Los a veces enrevesados mecanismos y las grandes concesiones que se han hecho a las industrias más contaminantes no auguran un futuro fácil.

El Comercio de Emisiones -la posibilidad de comprar excedentes de CO2 a otros países que hayan reducido sus emisiones- y el Mecanismo para un Desarrollo Limpio -proyectos en países en desarrollo por parte de países industrializados- pueden ser un coladero de prácticas poco correctas para frenar el cambio climático si no existe un control independiente y efectivo de lo que se hace, algo sobre lo que
tienen serias dudas las organizaciones ecologistas.

A estos mecanismos de reducción de emisiones se les suma la llamada Aplicación
conjunta, que permite que un país industrializado invierta en otro similar para la ejecución de un proyecto que reduzca gases de efecto invernadero. El país inversor obtiene certificados para reducir emisiones a un precio menor del que le habría costado en su lugar y el país receptor recibe la inversión y la tecnología.

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* En el Periódico CNT, España (http://periodicocnt.org/307dic2004/11).

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