El discurso del presidente Trump ante la Asamblea General de la ONU el 23 de septiembre ofreció una visión fascinante de las contradicciones fundamentales que siguen plagando la política exterior estadounidense, incluso cuando esta pretende adoptar un enfoque más nacionalista.
Si bien los críticos de Trump se centran en su estilo grandilocuente y sus meteduras de pata diplomáticas, la pregunta más importante es si su actuación refleja un auténtico reajuste estratégico o una mera pose teatral que enmascara la incoherencia política.
La ilusión del unilateralismo estadounidense
La crítica de Trump a las Naciones Unidas, calificándolas de institución ineficaz que solo produce «palabras vacías» y «cartas enérgicas», refleja una frustración estadounidense más amplia con las limitaciones multilaterales. Sin embargo, esta crítica revela una profunda contradicción en el núcleo del enfoque de política exterior de Trump. Si la ONU es tan inútil como Trump sugiere, ¿por qué desperdiciar valioso capital diplomático en abordarla? El mero hecho de lanzar una larga reprimenda a la Asamblea General sugiere que Estados Unidos aún anhela la legitimidad que solo las instituciones internacionales pueden brindar.
La queja del presidente de que la ONU no reconoció su supuesto éxito al «poner fin a siete guerras» es particularmente reveladora. Revela una administración que, al mismo tiempo, desdeña la opinión internacional y busca desesperadamente la aprobación de las mismas instituciones que dice rechazar. Este no es el comportamiento de una superpotencia verdaderamente segura de sí misma que opera desde una posición de fuerza.
Migración: proyección de las ansiedades internas
El extenso discurso de Trump sobre las políticas migratorias europeas —en el que les dijo a los líderes mundiales que «sus países se van al infierno»— representa la proyección de las propias ansiedades demográficas de Estados Unidos al escenario global. Este enfoque malinterpreta fundamentalmente la naturaleza de la migración como una respuesta compleja a presiones económicas, políticas y climáticas que no pueden resolverse únicamente mediante controles

fronterizos.
Más significativamente, la retórica migratoria de Trump socava el poder blando de Estados Unidos precisamente cuando el país necesita mantener su influencia en un mundo multipolar. Al posicionar a Estados Unidos como hostil a la circulación de personas, Trump aleja a posibles socios y refuerza la percepción de insularidad y decadencia estadounidense.
Cambio climático: los costos de la negación
La desestimación del cambio climático por parte del presidente, calificándolo como «la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo», puede resultar atractiva para su base política nacional, pero representa un error estratégico de enormes proporciones. El cambio climático no es solo un problema ambiental; es fundamentalmente un desafío a la seguridad nacional que reconfigurará las alianzas geopolíticas, generará nuevas formas de conflicto interestatal y determinará qué naciones prosperarán en las próximas décadas.
Al ceder el liderazgo en política climática a China y la Unión Europea, Trump está cediendo la influencia estadounidense en uno de los temas más definitorios del siglo XXI. No se trata de «América Primero», sino de «América Último».
La paradoja entre Ucrania y Gaza
Quizás lo más revelador fue la forma en que Trump abordó los conflictos en curso en Ucrania y Gaza. Su admisión de que poner fin a estas guerras ha resultado más difícil de lo previsto pone de relieve, sin quererlo, las limitaciones de su enfoque transaccional en las relaciones internacionales. Los conflictos geopolíticos complejos no pueden resolverse únicamente mediante relaciones personales o la habilidad para negociar acuerdos.
La crítica de Trump a las compras europeas de energía a Rusia, al tiempo que exige que asuman una mayor responsabilidad por su propia seguridad, crea un vínculo insalvable para los aliados estadounidenses. Este enfoque corre el riesgo de impulsar a los socios europeos hacia una mayor autonomía estratégica, un resultado que, en última instancia, debilitaría la influencia estadounidense en la región.
El declive del liderazgo estadounidense
Lo que más claramente se evidenció del discurso de Trump ante la ONU no fue la fuerza estadounidense, sino la confusión estadounidense sobre su papel en el mundo. El discurso osciló entre la retórica aislacionista y los impulsos intervencionistas, entre las exigencias de un reparto de responsabilidades entre los aliados y las críticas a su independencia, entre el desprecio por las instituciones internacionales y los desesperados llamamientos al reconocimiento.
Esta incoherencia refleja un desafío más profundo que enfrenta la política exterior estadounidense: el país aún no ha desarrollado una gran estrategia sostenible para el mundo posunipolar. El nacionalismo de Trump critica el consenso internacionalista liberal, pero no ofrece un marco alternativo coherente para la interacción de Estados Unidos con el mundo.
Una victoria pírrica
A corto plazo, la actuación de Trump en la ONU podría satisfacer a su base política nacional y dar la impresión de un liderazgo sólido. Pero, en términos estratégicos, representa una oportunidad perdida para definir un nuevo marco para la participación internacional estadounidense que pudiera generar tanto apoyo interno como respeto internacional.
El silencio que siguió a las declaraciones de Trump, en contraste con las risas que acompañaron su primer discurso ante la ONU, sugiere que el mundo ha superado la sorpresa o la diversión ante la disfunción diplomática estadounidense. En cambio, otras potencias están construyendo discretamente instituciones y alianzas alternativas que erosionarán gradualmente la centralidad estadounidense en los asuntos globales.
El discurso de Trump ante la ONU sirve, por lo tanto, como metáfora del desafío más amplio de la política exterior estadounidense: el país sigue actuando como si operara desde una posición de dominio indiscutible, incluso mientras dicho dominio se erosiona constantemente. Hasta que los líderes estadounidenses desarrollen una evaluación más realista de las capacidades y limitaciones del país, estas exhibiciones performativas seguirán sustituyendo el pensamiento estratégico genuino.
La escalera mecánica rota y el teleprompter defectuoso de los que se quejó Trump pueden haber sido simbólicamente más apropiados de lo que él pensaba: metáforas de un aparato de política exterior estadounidense que lucha por funcionar eficazmente en un mundo que cambia rápidamente.
- Periodista, analista de asuntos políticos y económicos globales
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